Pina Bausch: Bailando todas las emociones
La coreógrafa Pina Bausch dejó el mundo terrenal súbitamente en el 2009, días antes de iniciarse la filmación de un documental en 3D sobre su colosal obra artística, proyecto que fue retomado meses después por el famoso director Wim Wenders y algunos de los bailarines que fueron parte de la compañía original.
La primera noticia sobre esta increíble y pequeña mujer llegó hace casi treinta años en un reportaje fotográfico de Helmut Newton para Vanity Fair. Pina Bausch era definida allí como una “coreógrafa desencadenada”, cuya obra solo podía equipararse a la de Martha Graham, que en términos dancísticos es como hablar de Pablo Picasso.
Pina se aproximaba entonces a Nueva York a la cabeza de su compañía Tanztheater de la ciudad de Wuppertal, Alemania. Lo que los exigentes neoyorquinos descubrieron por primera vez provocó algunos temblores y acaloradas diatribas, porque lo que ella traía era un menaje artístico sin paralelo, ejecutado por bailarines, acróbatas, actores, cantantes y hasta un hipopótamo de plástico, además de cuatro inmensos cocodrilos de caucho que irrumpían en medio de un orgiástico baile de gala y se tragaban a una de las invitadas.
Nadie como Pina para encarnar su propuesta iniciática para América: la danza-teatro concebida con una sinceridad desprovista de todo maniqueísmo o fórmulas teóricas. Ella bailaba también entonces, y su gestualidad se desprendía de la punta de sus dedos inundando cada músculo de su rostro y de su cuerpo para expresar todas las emociones posibles en la experiencia humana.
Nadie se atrevió a catalogar el incomparable espectáculo que debutó en esos días, precedido de acaloradas críticas en los escenarios más importantes de Europa. Hubo comparaciones con lo que sucedía en el nuevo cine alemán de entonces, especialmente las osadas propuestas dramatúrgicas de Reiner Weiner Fassbinder (1945-1982).
Ella deslumbró al público por La consagración de la primavera, de Igor Stravinsky –en abril se conmemora un siglo de su escandaloso estreno en París– en una ejecución tan radicalmente distinta a la original que provocaba ovaciones sorpresivas durante la presentación. Lo pagano de ese ballet se fusionaba con la visión anárquica de la Bausch para crear un nuevo mundo en una máquina del tiempo que parecía trasladar a sus danzantes a la era de las cavernas. “Para mí crear la danza es irme de aventuras sin mapas ni brújulas”, decía Pina.
Sus viajes de la imaginación fueron los que finalmente sedujeron al director Wim Wenders para que aceptara muchos años después la realización de un documental en tecnología 3D que registre algo de su obra más bella y polémica.
En el cine
Nacida en 1940 en Soligen, ciudad alemana cercana a Dusseldorf de “alma de acero” por ser reconocida mundialmente en la fabricación de cuchillos y navajas, Pina se sumergió desde los 15 años en sus estudios de ballet, para después viajar a Nueva York y continuar sus estudios en Juilliard, además de bailar en el American Ballet Theatre. Quizás por su formación cosmopolita, el cine expresionista alemán la atrajo poderosamente y siempre estaba cerca de grandes directores. Federico Fellini le dio un rol en una de sus películas más enigmáticas, Y la nave va (1984).
Para mí crear la danza es irme de aventuras, sin mapas ni brújulas”.
Pina Bausch (1940-2009)
Pina era una princesa ciega que es parte del séquito de la realeza austriaca, en un barco que transporta las cenizas de una diva de la ópera para su entierro en una isla griega.
La ceguera también se plasmó en Café Muller, una de las obras maestras de Pina que Wim Wenders recoge en su documental. Pero el director que plasmó algunas secuencias del ballet –con la propia Bausch en el escenario– fue Pedro Almodóvar en Hable con ella (2002). La película comienza con las asfixiantes escenas de ese café de la desesperación y la angustia: unas mujeres que no pueden mirar de frente a nadie y que se mueven a tropezones entre sillas que son retiradas por los hombres ¿comensales, parejas, extraños?, y ellas finalmente se retraen contra las paredes en extrañas posiciones.
Almodóvar filmó esto y nos muestra a sus protagonistas entre la audiencia de Café Muller: dos hombres desconocidos que lloran por el dolor de la incomunicación que es bailada en vivo.
Bailar, siempre bailar. La Bausch retoma el arte de la danza como el único paliativo de la tragedia de la existencia. “Bailen, bailen, de lo contrario estamos perdidos”. Y lo hace no para hacernos sufrir, sino para que se escuchen sus sentimientos y así poder desnudarlos en sus coreografías. Vivir la vida es expresarnos y hacerlo implica la acción de hacer. “La energía es lo único que tenemos y hay que seguirla”, lo recalcaba con una mirada risueña en una entrevista para la televisión alemana.
Ella detestaba ser entrevistada y hablar sobre las interpretaciones de sus trabajos, siempre dispares y eclécticos, utilizando la música más variada imaginable: los clásicos pasando por el jazz, aterrizando en Caetano Veloso y cargando baterías con el ‘dixie’ de New Orleans.
Documentando la vida
Es una experiencia imborrable ver ahora el documental Pina después de la partida de esta extraordinaria mujer. Vemos no solo grandes momentos de sus danzas en el mismo escenario del teatro de Wuppertal donde las recreaba, sino que se intercalan pequeñas filmaciones de la propia Pina dirigiendo a sus bailarines muchos años antes. Y ellos aparecen en la actualidad, sus melancólicos rostros no necesitan hablar a la cámara de Wenders, a veces solo miran.
Utilizando una tecnología cinematográfica insuperable, esta filmación nos hace vivir los escenarios callejeros que eran los posibles recorridos diarios de la coreógrafa, mientras soñaba sus creaciones. Y en esas veredas y parques, en el silencioso monorriel suspendido en la avenida central, los bailarines parecen ser los ángeles que protagonizaron Alas sobre Berlín (1985), la gran película de Wenders.
Su gestualidad se desprendía de la punta de sus dedos para inundar cada músculo de su rostro y de su cuerpo”.
Bailarines... ¿Ángeles? Vienen de todas las edades y colores. Pina Bausch tampoco se amedrenta por mostrar las imperfecciones físicas. Al igual que Fellini, su visión jamás huye de lo grotesco, de la misma manera que es atraída por la belleza de los rostros y de los movimientos. Su trabajo coreográfico es inusualmente introspectivo. Sentimos el alma de estos seres que se mueven, muchas veces de manera discordante y que milagrosamente se integran para una expresividad que es también celestial.
Más que construir el monumento a una artista, Wenders “parece apuntar el camino a una regeneración, llevando la danza a un extraño y sugestivo horizonte, lejos de los espacios de la teatralidad y de los artificios cinematográficos”, dice la revista Sight & Sound.
El misterioso camino se recrea gloriosamente en los insólitos momentos de Vollmond, la pieza que es ejecutada bajo una cascada de lluvia alrededor de una inmensa roca, de donde los bailarines se lanzan para lo que podría ser un ritual celebratorio de su propio oficio. El agua es una purificación de las penurias, de los amores rotos, de la soledad, de las injusticias y del horror. Su danza es desesperada, jubilosa, frenética.
Y como en un clímax al estilo de Ocho y medio de Fellini, ¿o de Pina Bausch?, los bailarines se salen del escenario y vestidos en sus propios trajes desfilan en
una montaña desértica. Sus manos nos llaman y nos alejan, ellos sonríen enigmáticamente. Y siguen caminando, nunca sabremos hacia dónde.