Barcelona: De dragones y de libros
La ciudad de los arquitectos por excelencia, donde el alucinante legado de Gaudí avanza los horizontes de una modernidad única en el mundo.
Profesión: reportero, película de Michelangelo Antonioni, exhibida aquí como El pasajero, me es inolvidable. En ella actuaba ‘mi’ María Schneider y eso bastaba para convertirla en favorita, pero cuando digo “inolvidable” uso ese término en su sentido más literal, puesto que me sé de memoria varios parlamentos y recuerdo vívidamente casi todas las escenas. Por ejemplo, aquella en la que llega apresurado el personaje protagonizado por Jack Nicholson y dice, con marcado acento americano: “hey, por favor”, y aborda el funicular desde el cual se ve espléndida Barcelona. Un hombre que va con él le dice: “¿Es bonito, verdad? ¡It’s beautiful!” refiriéndose a la ciudad.
María hacía de una joven arquitecta obsesionada con la obra de Antonio Gaudí, por lo que algunas escenas se desarrollan en edificios construidos por ese arquitecto, como la terraza de La Pedrera. Desde que vi esta cinta pensé conocer la capital de Cataluña. Tardé, pero allí estuve en el momento posible y deslumbrado.
El personaje del mencionado filme desde el funicular pudo ver: “el mar... espaciosísimo y largo... las galeras que estaban en la playa, las cuales, abatiendo las tiendas, se descubrieron llenas de flámulas y gallardetes, que tremolaban al viento y besaban y barrían el agua...” o algo muy parecido. Esta descripción está en Don Quijote de la Mancha, nada menos, libro en el que Miguel de Cervantes hace una apología de la ciudad condal. “Barcelona es archivo de la cortesía, albergue de los extranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades, y en sitio y en belleza, única”, dice el Caballero de la Triste Figura. Es significativo que Cervantes haya escogido esta urbe y su puerto para hacer pasear por ella a sus inmortales personajes, en lugar de Toledo, Madrid o Sevilla, a las que estuvo muy ligado.
No faltan actualmente los malpensados que afirman que esta glorificación de la capital catalana era una lisonja de Cervantes para que los editores barceloneses, ya para entonces muy importantes, diesen buena atención a su obra. No me parece la personalidad del escritor proclive a tales maniobras. En todo caso, si así hubiese sido, sirve para demostrar ese férreo vínculo que esta ciudad tenía y tiene con el libro.
No en balde Barcelona celebra con libros y rosas su fiesta patronal, la de San Jorge (actualmente solo se dice Sant Jordi). Esta fue importante razón para declarar esa fecha, el 23 de abril, como el Día Internacional del Libro... a lo que se unía la coincidencia de que también se conmemora la muerte de Cervantes... y la de Shakespeare, y la de Garcilazo de la Vega. El destino a veces señala con fuerza sus designios.
El legado de Gaudí
Una ciudad coherente, que rinde verdadero culto a la arquitectura y al diseño de los detalles. Este contexto es el que hace posible el florecimiento de Antonio Gaudí, un artista obsesivo y detallista. No recuerdo otra ciudad, alguna puede haber, que haya sido marcada de tal manera por un arquitecto, como lo es esta por el autor de la Sagrada Familia. (El caso de Niemeyer en Brasilia es distinto, porque la ciudad en sí es obra suya). Nadie tendrá tiempo suficiente para dedicarse a conocer y entender todos los edificios gaudianos, con cada una de sus particularidades y de sus profusos pormenores, de hecho se ofrecen tours de varios días dedicados exclusivamente a recorrerlos. Cada escalera, vitral, cúpula, reja, puerta tienen algo que decir.
Sin dejar de apreciar las otras joyas, me impresionó el parque Güell con sus misteriosas correspondencias y sus formas reptilianas, que parecen variaciones en torno al dragón, símbolo de Barcelona. Hay dos dragones realizados en trencadís, una especie de mosaico. Uno de ellos es evidentemente una iguana, el otro es solo una cabeza, ambos son fuentes.
Me llamó la atención ver que muchos turistas orientales (¿chinos?) se frotaban con el agua que mana de los lagartos, me pareció que lo hacían ritualmente, puesto que en su cultura el dragón también es sagrado, pero me conformé pensando que era una coincidencia, algún grupo entusiasta.
Enorme legado
Antes de volver, compré –como siempre se hace– un gran libro fotográfico sobre la ciudad, en él me sorprendió ver, en las fotos dedicadas a estas estructuras, turistas orientales untándose con agua de dragón. Algo querrá decir. Este parque asombroso es, a la cuenta, una urbanización fracasada, la Sagrada Familia está sin terminar, otras obras quedaron inconclusas por reacciones temperamentales del arquitecto. Parábola, no se le da acabar nada en la vida al ser humano, solo asumiéndose como inconcluso llega a ser infinito.
La enormidad de Gaudí se hunde en la naturaleza galáctica de Barcelona. Él mismo fue parte de una pléyade de arquitectos modernistas que contribuyeron a dar un especial matiz a la ciudad.
Lluís Domènech i Montaner fue uno de ellos especialmente notable, lo menciono porque siempre llevaré en el corazón hecho carne la imagen de su obra más conocida, el Hospital de la Santa Creu i Sant Pau.
De cualquier manera sería inexacto decir que esta es una ciudad modernista porque antes, hace dos milenios, era la Barcino romana, de la cual se pueden ver muros por algunas partes. Y es medieval en el Barrio Gótico, donde una trabajosa luz se filtra en estrechísimos callejones en los que es imposible no perderse, no querer perderse, entre fantasmas de cartagineses, judíos, árabes y godos. Allí está Santa María del Mar, que tardó cincuenta años en construirse con los aportes, en especie o en trabajo, de las clases populares del puerto, según es fama.
En un área más bien pequeña se concentran muchas iglesias, no es necesario ser religioso para aquilatar su importancia cultural. Gaudí dijo bien que la historia del arte es la historia de la Iglesia; por lo menos en lo que se refiere a Europa y hasta el siglo XIX, tiene toda la razón. Allí está la iglesia de San Felipe Neri de factura barroca, marcada por la barbarie de la guerra, que los bombardeos franquistas, que los fusilamientos anarquistas, de todo hubo, solo queda el hecho de la bestialidad de la guerra. Más allá, la de Santa María del Pi con su descomunal rosetón; o la catedral, en la que el gótico se expresa en delicada filigrana; o la memoria misteriosa de los templarios en la Capilla del Palau.
Pero si lo que se quiere es un baño de verdadera antigüedad, el lugar es el Museo Nacional de Arte de Cataluña, cuya colección de arte románico es considerada la mejor del mundo. Pinturas murales traídas desde iglesias arruinadas, restauradas y remontadas con complejísimos procesos, producen un efecto impresionante, que sirve de escenario para esculturas, relieves, joyas y otros objetos.
Estilos y encantos
Gustar del románico requiere una sensibilidad especial, por eso se agradece la guía de Antoni Tàpies, el famoso pintor barcelonés, cuyos comentarios nos hacen entender el sentido de este delicado estilo.
Barcelona no se quedó en la Edad Media, ni es solo arquitectura, es una ciudad en que todas las artes han dado frutos de resonancia mundial. Se suele decir que el arte moderno comienza con el cuadro Las señoritas de Aviñón de Pablo Picasso, pues no está referido a la villa francesa de ese nombre, sino a una calle de Barcelona, ciudad que fue cuna de la pintura del siglo XX.
Todavía funciona Els Quatre Gats, el café en el que se reunían Rusiñol, Casas, Utrillo y en el que Picasso realizó su primera exposición. Todo esto sin olvidar a Joan Miró, barcelonés, cuya obra salpica toda la urbe desde su museo en la colina de Montjuic.
Ser una sede cultural de primer orden no la hace grave, aunque en verdad no sé por qué se me ocurre comparar las dos cualidades. Las Ramblas bulle de gente y de alegría, se ven todos los colores y se escuchan todos los idiomas, hay que tomar en cuenta que esta ciudad recibe anualmente ocho millones de turistas, de los cuales pocos se quedarán sin recorrer esta vía y de visitar el adyacente mercado de La Boquería con su mágico despliegue de jamones, frutas, pescado y las mil maravillas. Pero la más esencial Barcelona la encuentro en el Paseo de Gracia, vía que resume toda su elegancia y su saber vivir. Los almacenes VIP, las marcas exclusivas, hoteles constelados de estrellas y por supuesto, tratándose de esta ciudad, lo más granado de la arquitectura modernista.
Está Gaudí con su emblemática Casa Milà (La Pedrera) y la sutil Casa Batlló; también está Domènech i Montaner, con su llamativa Casa Lleo Morera, y con ellos otros epítomes de esta tendencia arquitectónica.
He dicho arriba “galáctica” y me ratifico, el adjetivo le va bien a esta urbe colosal, una vida no bastaría para conocerla íntegramente. Pero no es un gigante por sus dimensiones físicas, ni por su población, de hecho no es más grande que las mayores ciudades ecuatorianas (oficialmente un millón seiscientos mil habitantes). Su enormidad se da en otra dimensión, en la de los contenidos, en tanto arte, tanta historia, tanta creatividad, tantos libros, que abarcan tantos dragones.
Concluyo el periplo en el centro político de Barcelona: la Plaça de San Jaume, en la que se encuentran el palacio de la Generalitat, que alberga a la entidad política de Cataluña, y la Casa de la Ciutat, que viene a ser el ayuntamiento. En el primero de estos hay un gran relieve que representa a Sant Jordi luchando con el dragón, más que dos adversarios, el santo y el monstruo parecen dos partes de un solo ser, imágenes de una ciudad luminosa y enigmática al mismo tiempo.