Revive un viejo tren
Travesía por la historia del desaparecido ferrocarril de la Península y por la vida de José Villón.
Es el tren del olvido. Pero José Villón con la publicación de Historia del ferrocarril en la Península de Santa Elena lo retorna a la vía, en esas páginas deja de ser un fantasma, una leyenda.
Ese domingo nos encontramos con el historiador José Villón, en el Club de Leones de Salinas –barrio Bazán–, que fue originariamente la Estación Ferroviaria en Salinas, donde llegó el tren desde Guayaquil, por primera vez, el 5 de octubre de 1936. Ahora los rieles no están en esa calle, sino que sirven como postes de cables telefónicos.
A José Villón Torres, 57 años y oriundo de Chanduy, desde pequeño le gustaba escuchar a su padre, Vicente Villón Mazzini, y a otros mayores conversar del pasado. “Él que me contaba que en tren viajaba de Santa Elena a San José de Amén, actual Progreso porque desde ahí se iba a Playas a visitar a mi abuela”.
A breves rasgos, el Ferrocarril de la Península de Santa Elena o de la Costa funcionó desde 1926 hasta 1954. El decreto de su creación fue suscrito el 10 de noviembre de 1909, al siguiente año se conformó la Junta Constructiva que decidió que el tren sería entre Guayaquil y Playas. Pero dos años después se designó a Salinas como término del Ferrocarril. Esa designación no fue del agrado de todos y circularon hojas volantes de rechazo, así lo testimonia Alejandro Guerra Cáceres en Apuntes para la historia de la Península de Santa Elena, en el que se manifestaba: “Que conste que la gran masa proletaria ha reprobado el ferrocarril a un balneario. Los ricos, los influyentes y los de sangre azul deben costearse sus comodidades sin recurrir a los centavos de los infelices”.
Después de largos años, el 26 de septiembre de 1926, el tren arribó a Santa Elena. El tren partía de Guayaquil –la estación estaba donde es actualmente el colegio Vicente Rocafuerte– hacia Chongón-Daular-Bajada de Chongón (Cerecita)-San Isidro-San José de Amén (Progreso)-La Aguada (recinto Billingota)-Zapotal-San Vicente-Santa Elena, cuya estación estaba en el barrio Márquez de la Plata. En 1934, llegó a La Libertad y ocho años después –5 de octubre de 1936– a Salinas.
El historiador Rodolfo Pérez Pimentel, en el prólogo del libro de Villón, señala que el viaje duraba cinco horas, con paradas en cada estación, todos los días, desde ambas ciudades, partía a las 07:00 y llegaban a las 12:00.
“Para la estación lluviosa, época de vacaciones, familias enteras de nuestra ciudad fletaban vagones que ocupaban hasta con la servidumbre doméstica, pues el traslado era total y completo –narra pintorescamente Pérez Pimentel–. Una de las costumbres de entonces consistía en viajar con perros y loros y, a veces, hasta con colchones. Las viandas para servirse durante el trayecto no se hacían esperar (...). El día anterior al viaje era usual enviar un telegrama a los parientes para que se trasladen a la estación a esperar la llegada de los viajeros”.
Historia y sueños
Ese domingo en Salinas, Villón cuenta que antes del ferrocarril, los peninsulares viajaban a lomo de acémila, burro o caballo. El trayecto Santa Elena-Guayaquil duraba tres días. Otra opción era viajar por mar en balandra –nave de balsa a vela impulsada por el viento–, la travesía duraba mediodía.
“En mi pueblo la balandra amanecía –recuerda–, un dicho popular decía que si un gallo cantaba a las cinco de la mañana era porque la balandra estaba llegando, eso me lo comentaba mi madre, Cástula Torres”.
José Villón es abogado y miembro de la Academia de Historia del Ecuador, capítulo Guayaquil, ha publicado cuatro libros de historia, su pasión. Su vida ha sido cuesta arriba. Se ganó el pan en diversos oficios, pero jamás perdió el interés por la historia. Ya en Guayaquil a sus 28 años, se matriculó en el primer año del colegio nocturno Gonzalo Cabezas Jaramillo. Desde 1978 Villón andaba por los pueblos peninsulares recabando información histórica. Esas travesías, anotaciones e investigaciones le han servido para escribir sus libros. Fue corresponsal de la Península en diarios, revistas y emisoras radiales.
En 1985, conoció al doctor Rodolfo Pérez Pimentel, cronista vitalicio de Guayaquil, “quien me guio y me incentivó a seguir en el campo de la historia”. También le presentó a destacados historiadores: Efrén Avilés, Ezio Garay, Alejandro Guerra y otros. Y alentado por Miriam, su esposa, se graduó de abogado.
Comenta que fue el capitán Mariano Sánchez Bravo, miembro de la Academia de Historia, quien en dos oportunidades lo motivó: “¿José por qué no escribe la historia del ferrocarril? Le dije: Mariano lo voy a hacer”. Lo hizo y presentó el libro el 20 de marzo del presente año y se lo puede adquirir en la emisora La Voz de la Península, de La Libertad.
El fin del Ferrocarril de la Península de Santa Elena se produce por la construcción de las carreteras y la circulación de los carros y además por la deficiente administración. Pero más puntualmente por la caída del puente sobre el Estero Salado, el 30 de octubre de 1941, cuando pasaba la locomotora, apodada Mastodonte de hierro, con 200 pasajeros a bordo. Solo murió el conductor. La estación fue trasladada a orillas de la ciudadela La Ferroviaria hasta que el 21 de junio de 1950 ocurrió otra tragedia en el kilómetro siete y medio: chocaron la máquina 45 y el autocarril 26 con un saldo de 25 muertos y 20 heridos. Cuatro de años más tarde la empresa liquidó. Toda huella física fue desapareciendo: las estaciones como eran de madera y caña se destruyeron o fueron demolidas; los durmientes fueron destrozados y convertidos en carbón. Casi nadie recuerda o sabe que existió el ferrocarril: “¡Hay un desconocimiento total!”, exclama Villón. “Muchos profesores de escuelas y colegios a los que les di el libro, me preguntaban: ¿¡Aquí existió un ferrocarril?”.
En el último capítulo de la Historia del ferrocarril en la Península de Santa Elena, Villón propone la creación de la Ruta Oceánica del Ferrocarril, siendo el recorrido Posorja, Playas, Puerto Engabao, Engunga, Tugaduaja, Chanduy, El Real, Anconcito, Santa Elena, La Libertad y Salinas. “Esos pueblos también tienen atractivos –artesanías, acantilados, culturas, playas–, pero están abandonados”. Los investigadores también sueñan. En breve, José Villón, el historiador de la provincia de Santa Elena, presentará Chanduy, semillero de nuestra nacionalidad.
Ese domingo con José Villón nos pareció escuchar la bocina del tren anunciando, como una ola fantasma, su llegada a esa estación del barrio Bazán. (I)