Sevilla: azahares y columnas
Los aromas y las luces de un pasado que fusionaron las culturas más exóticas, cobran vida en los barrios que fueron cuna de grandes poetas.
La capital andaluza es etérea y fugaz como el perfume de los azahares, como el flamenco, como una tarde de toros, como una procesión, pero es maciza y sólida como una columna romana, como un alminar árabe, como una iglesia barroca. Es una maravilla que ahora es y en pocas horas ya no es; una maravilla que es ahora y que ha sido por milenios. Una urbe que está más allá de las estampas, más allá de los tópicos, más allá de los mitos.
Desconfío de las recetas, del exceso de sabiduría, de los que ya lo saben todo. Haz tuya esa parte del mundo a tu manera. Por supuesto que el apoyo de un conocedor facilita las cosas. En el caso de Sevilla tuve una ayuda que haría de mi visita algo absolutamente singular. Y así lo cuento. Mi guía y anfitrión fue el historiador ecuatoriano Fernando Hidalgo Nistri, quien lleva ya más de un cuarto de siglo viviendo en la Hispalis romana, el mejor sitio en que puede establecerse un historiador latinoamericano, en las meras inmediaciones del Archivo de Indias.
Y tan vive Fernando en la Hispalis que su casa está sobre la calle de San Luis. Casa que, preciso es anotarlo, comparte con su esposa, Íngrid Bejarano, filóloga especializada en árabe, catedrática de la Universidad de Sevilla... no más. Bueno, apenas llego pongo mi iPhone en la aplicación de brújula y compruebo que la vía está casi exactamente orientada en sentido norte-sur. Se lo observo a Hidalgo y me responde: “Claro, este era el cardus maximus romano, por aquí pasaban legiones”. El cardus maximus era una calle que los romanos trazaban en sentido de los meridianos al fundar una ciudad y lo cruzaban con el decumanus maximus, que iba en sentido este-oeste.
Si nos ponemos exactos, Sevilla es anterior al paso de las legiones, la leyenda la quiere fundada por Hércules. En realidad era un asentamiento de la cultura tartesia. Del fundador romano histórico, Julio César, se habla como el “restaurador”. Historia y leyenda se funden en el paseo de La Alameda, en el que sobre auténticas columnas romanas se colocaron sendas estatuas del héroe griego y del dictador romano. La calle de San Luis llega hasta la puerta de La Macarena, a cuyos costados están restos de la muralla romana y la basílica donde se venera la imagen de ese nombre, cara para los sevillanos. Pero caminamos en sentido inverso y por la noche hacia el centro del casco antiguo... Para, para, ¿qué hace esta gente?
Un grupo de jóvenes fuertes, en camiseta a pesar del frío, con gruesas fajas lumbares para proteger la columna, están reunidos en la plaza, algunos hacen ejercicios. Son miembros de una cofradía que llevará uno de los “pasos” de Semana Santa pocos días después. Más tarde los encontraremos ya cargando las andas, aún sin la imagen, en disciplinado entrenamiento, bajo la severa dirección del capataz. El catolicismo de los sevillanos es cosa muy seria y participativa. La calle, que antes se llamaba Real, toma su nombre de la iglesia de San Luis, cuya portada barroca y llena de simbolismos jesuíticos no deja de recordarnos la iglesia de La Compañía de Quito... Cuando viajes, no compares. Confórmate pensando que las cosas son como deben ser, que están en el tiempo y lugar que pueden estar.
Pasamos por algunas iglesias construidas sobre mezquitas islámicas, de las que conservan sus alminares transformados en torres de campanario. Estas fueron como aperitivo de la catedral con la famosa Giralda, que mi guía hizo aparecer por sorpresa al virar una esquina. Reluce como si fuese toda de oro con la iluminación. También este símbolo de Sevilla fue alminar y de la gran mezquita. Pero la espectacular vista nocturna cede ante la visión de día, en la que se pueden apreciar todos los detalles del edificio, tanto de la iglesia como de su magno campanario coronado por la veleta que le da nombre (giralda, de girar). En realidad queda poco de la mezquita, entre lo cual la llamada puerta del Perdón, que da al Patio de los Naranjos, también herencia islámica. Las hojas de la puerta repujadas en forma de complicadas caligrafías árabes son dos imponentes piezas metálicas, con aldabones igualmente amedrentadores.
Paseo nocturno
El regreso de noche lo hicimos a través del barrio de Santa Cruz, que nos trae a la memoria canciones y leyendas. Allí habría nacido don Juan Tenorio, personaje mal comprendido y calumniado, el rastro del Burlador de Sevilla merece seguirse en ocasión venidera. Nos comprometemos a la peregrinación, a la romería. Qué pena que en una ciudad con tantas iglesias no haya una dedicada a san Juan Tenorio.
Punto importante en esa historia y ese barrio es la plaza de los Venerables, ahora llena de bares y tascas al aire libre, repleta en marzo de turistas, no olvidemos que Andalucía recibe anualmente treinta millones de visitantes... en una inverosímil esquina de callejones aparecen dos muchachas. Fernando dice que las sevillanas tienen una “belleza difícil”, con lo que quiere dar a entender que no es vulgar, ni simple, ni obvia, a pesar de lo abundante. Esos colores, esas facciones, esos ojos. El par que se nos apareció cerca de la plaza de Santa Cruz o por ahí –eso es un laberinto– hacía honor al concepto de mi amigo. Lo más sorprendente es, ¿cómo digo?, encontrar dos beldades (inocentes) a la medianoche en una calle estrecha. Nos preguntan por La Carbonería, que es, según entiendo, medio tasca, medio tablao. El conocedor les indica y se van orondas.
Seguimos por la noche de luna nublada entre el intenso olor de azahares de naranjos. Ese aroma y esos árboles, con razón que el pueblo del desierto sueña todavía con el al-Ándalus. Nadie tocará las naranjas en los árboles, nadie tocará a las muchachas en los callejones. Hidalgo propone desviarnos todavía un par de cuadras: “Ven a ver quién es mi vecina”. Y tenemos delante la reja del palacio de Las Dueñas, donde vive la duquesa de Alba, la mujer con más títulos nobiliarios del mundo... pero lo que me llama la atención es un letrerito que advierte que en una vivienda de ese palacio nació Antonio Machado. Eso sí es nobleza.
Nos asomamos furtivos a través de los barrotes y pienso que ese debe ser el “huerto claro donde madura el limonero” que describía el poeta. Al otro extremo, la calle de San Luis es cruzada por la Becquer, que nos recuerda que el autor de las archifamosas Rimas nació en esta ciudad, al igual que Luis Cernuda, que el otro Machado y que Vicente Aleixandre, laureado con el Premio Nobel. Imposible que una ciudad así no haya concebido muchos y grandes poetas.
No solo palacios de duques, sino también de reyes. El Real Alcázar de Sevilla se publicita como el palacio real activo más antiguo de Europa, porque se supone que allí llega el rey de España en sus visitas oficiales. Es como un compendio de la historia de la ciudad, sus altas murallas se asientan sobre restos romanos. Entusiasta, Fernando se acerca a las históricas paredes y acaricia las piedras: “Vení, tocá, romano, ve”, me dice con su inconfundible acento quiteño. También se han encontrado en el lugar vestigios de los visigodos. Y sobre ellos edificaron los árabes, a quienes se debe la realidad de estos magníficos edificios, aunque profundamente alterados por los añadidos mudéjares y góticos que les hicieron los reyes españoles. En la parte posterior florecen magníficos jardines, con glorietas y fuentes. En uno de ellos hay una columna que dice:
La ciudad de Sevilla a su rey poeta Almutamid Ibn Abbad el IX centenario de su triste destierro, 7 septiembre 1091 Rachab 384, Sevilla 1991.
La historia del rey poeta oscila entre lo terrible y lo trágico, está llena de guerras, secuestros, errores y deslealtades. Los poetas no pueden ser políticos. Su romance con Rumaikiyya, la bella esclava a la que convirtió en su esposa, es la única nota dulce en su biografía. La encontró mientras paseaba a orillas del Guadalquivir con su maestro, ministro y finalmente enemigo, el también poeta Ibn Ammar... el Guadalquivir, arteria de Sevilla, su matriz, causa de su grandeza, se desplaza plácido entre la ciudad vieja y el barrio de Triana. A su orilla está un edificio inevitable: la plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería.
En pocas ciudades el coso taurino tiene la importancia que tienen en esta, cuya vitalidad se inflama con transfusiones de sangre de toros. Pero no fui a una corrida, temas de itinerario y mi creciente pánico a las multitudes. Al otro lado del paseo Colón, en la orilla del Al Wadi al-Kabir, del río grande, está la Torre del Oro en la que, según una popular creencia, se guardaban los tesoros traídos de América. Pero esta construcción árabe jamás sirvió para tal propósito, aunque la relación de España con las Indias ciertamente se medió a través de Sevilla. Su legado puede verse en Quito, puede verse en Guayaquil, estamos tan unidos a ella.