Marcelo y Melvin Hoyos
Comencemos por el principio: su colección de cajas de fósforos. ¿A qué edad y por qué?
Bueno, es difícil entender por qué un niño decide coleccionar algo; creo que serían los dibujos y los colores, además de las formas de algunas cajas que eran muy bonitas, como me pasaba con las canicas y los billusos que se hacían con las cajetillas de cigarrillos.
¿Fue en la Sorbona donde el arte y la historia le ganaron a la arquitectura?
Yo diría que la complementaron e hicieron para mí más amplio su universo esencial.
A su regreso de Francia usted se gradúa de arquitecto en Guayaquil. Aquí, en confianza, ¿ha diseñado por lo menos una vivienda?
He diseñado dos conjuntos habitacionales en la Alborada; también he diseñado y construido algunas viviendas en ciudadelas cerradas vía a la costa y vía a Samborondón. Pero en el campo del diseño arquitectónico, los trabajos que más satisfacción me han dado han sido los diseños de interior de algunos museos públicos y particulares, dentro de los que se destaca el Museo Municipal de Guayaquil.
El principal personaje de Opiniones de un payaso, de Heinrich Böll, dice: “Soy payaso; colecciono momentos”. Relate un episodio imborrable de su colección.
Bueno, quizás cuando gané en Dinamarca el anillo de la reina, máximo galardón al que puede aspirar un estudioso de la historia postal universal en el mundo. Fue en 1976 y yo tenía 20 años de edad.
Hay quienes opinan que los museos clasifican y encarcelan el espíritu humano. Su opinión.
El que así piensa está encarcelado dentro de un concepto terriblemente limitado y en esencia mal concebido y peor estructurado.
¿La filatelia, como fenómeno comunicacional, tiende a morir por el poco uso del correo tradicional?
¡No, la filatelia está más fuerte que nunca y en nuestro país experimenta un renovado impulso!
¿En su colección de monedas hay por lo menos un calé?
Por supuesto. Tengo los primeros que se acuñaron en el Ecuador desde 1842 hasta los de 1856. Son muy raros y curiosos por lo que sus alegorías nos cuentan.
En cierto país africano, la muerte de un anciano culto y con memoria se considera tan terrible como el incendio de una biblioteca. ¿De acuerdo?
Totalmente de acuerdo; la tradición oral en algunas tribus de África llega a cubrir hasta cuarenta generaciones hacia atrás. Algunos ancianos llegan a ser verdaderas enciclopedias vivientes, memoria viva de este mágico e incomparable continente.
A propósito de la tercera edad, ¿comparte usted el criterio de que nadie trabaja menos que el ratoncito Pérez en un asilo de ancianos?
¡Ja, ja, ja! Claro, habría que ver la desesperación que invade al pobre ratón al no encontrar en ningún lado el motivo de sus desvelos.
Jorge Luis Borges dijo que “ordenar bibliotecas es ejercer de un modo silencioso el arte de la crítica”. ¿Sí o no?
Con el respeto que Borges me merece, ¡no!, pues al ordenar, clasificar y catalogar el conocimiento humano, más que realizar una labor crítica se sistematiza la forma de encontrar los datos que requerimos para saciar nuestra curiosidad simple, científica o intelectual.
¿Qué libro de historia del Ecuador, por injurioso contra Guayaquil, usted jamás recomendaría?
Uno que, gracias a Dios, no se publicó y que estaba por sacar a la luz el Ministerio de Educación para distribución masiva hace dos años. El libro se titulaba Historias del pueblo de Guayaquil y fue rechazado por todos los historiadores guayaquileños y muchos de otras partes del país.
¿Qué quisiera que escriban en su epitafio?
Eso lo dejaré para mis hijos y amigos, esperando que en él se refleje el sentimiento nacido de su alma como fruto de las vivencias que compartimos.
¿Cuál será su alegato en el Día del Juicio Final?
Aquí estoy, Señor; sabes bien que lo intenté y aun cuando muchas veces fallé, jamás dejé de seguir intentándolo.
¿Qué piensa hacer después de muerto?
Vivir más y mejor.
Hágase una pregunta y contéstela.
¿Qué piensas hacer mañana? Más que ayer, pero menos que pasado mañana.