Buen día para naufragar: ¿Y los tripulantes?

Por Gonzalo Peltzer
09 de Septiembre de 2012

“Para naufragar solo hay que tener agallas y resolver cuándo es negocio y cuándo no... y que nadie se dé cuenta”.

Un día, Guillermo encontró trabajo en la cocina de un buque carguero. Era el último grumete, el que lavaba los platos, el más inexperto. El buque enfiló desde Buenos Aires a Europa y los días pasaban tristes, mientras el mar servía para calmar la asfixia de la repentina muerte de su mujer, apenas casados. Ahora necesitaba ventilarse, viajar... perderse de la lástima que lo ahogaba.

Cuando tenía un rato libre se iba a cubierta a no pensar en nada, mirar el horizonte y descubrir los ocasionales delfines que festejan a los barcos en altamar. Uno de esos días de mar calmo y buen sol aparecieron los viejos tripulantes en la cubierta y se pusieron a conversar acodados en la barandilla, como él. “¡Qué buen día para naufragar!”, exultó uno de ellos y los demás festejaron el acuerdo.

No sabía Guillermo si había escuchado bien hasta que al día siguiente oyó lo mismo. El clima era perfecto y los tripulantes curtidos querían naufragar. Por eso, el tercer día se les acercó con un reproche: “Ustedes me están cargando por novato y me quieren hacer pasar un mal rato. Les aviso que no estoy para bromas... Díganme qué quieren decir con eso de naufragar”. Entonces le explicaron que no era una broma.

“Es un día magnífico: buen sol y buena mar. Estamos a unos 300 kilómetros de Dakar. El barco tiene botes salvavidas de última generación, con motores poderosos, orientación satelital, radio y combustible suficiente. En ellos hay alimentos para 30 días y todas las comodidades. Las indemnizaciones nos harían ricos para siempre: no tendríamos que trabajar más en nuestras vidas. Lo único que tenemos que conseguir es que este barco naufrague por su cuenta... o sin que nadie sospeche de nosotros”.

Desde entonces pienso en el negocio del naufragio y me acuerdo de un viejo director de revistas de la Argentina que me contaba que los mejores años de su vida los pasó en las quiebras (los naufragios) de las empresas para las que trabajó.

También en la teoría, que ahora conocí del propio Guillermo, sobre los mineros de Chile. Se pregunta si los 33 náufragos de Copiapó no habrán dinamitado la mina para nunca más volver.

Tenían comida y aire para vivir meses y sabían que los rescatarían irremediablemente porque conocían de memoria las posibilidades de hacerlo. Ni uno sufrió un rasguño. Desde el salvataje no han hecho más que disfrutar del naufragio, mientras viajan por el mundo como reyes, dando consejos sobre la dinámica de grupo y las situaciones de crisis.

Para naufragar solo hay que tener agallas y resolver cuándo es negocio y cuándo no... y que nadie se dé cuenta. A veces sale mal, como al capitán y los polizontes del Costa Concordia. Uno porque quiso disfrutar antes de tiempo de su jubilación dorada y los otros porque los descubrieron en el naufragio equivocado. Pero los tripulantes, ¿dónde están?

gonzalopeltzer@gmail.com

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