La lógica dañada: El origen del fanatismo
“Dios quiera que superemos este drama de hoy, pero mejor que nos sirva para enseñar a las generaciones que vienen a pensar con lógica y desarrollar su inteligencia colectiva, para que por lo menos ellos puedan abocarse a lo esencial...”.
Casi no hablamos de otra cosa en la Argentina de estos días. Al rato de conversar sobre lo que sea, caemos en el monotema del que, como siempre, sabemos más que cualquiera. Para colmo, una parte de la vida política usa el monotema para atacar y la otra se ataja tratando de ver cómo da vuelta la tortilla. La muerte del fiscal Alberto Nisman ha desnudado algo que pocas veces se ve con tanta claridad en el debate público de la Argentina, pero que siempre está ahí, debajo de la ropa que aparenta un pueblo de personas inteligentes y preparadas, pero que otra vez muestra al mundo la incapacidad para resolver sus problemas, la degradación de su inteligencia colectiva y su lógica dañada.
El pensamiento tiene sus reglas para llegar a conclusiones verdaderas. No se puede universalizar desde lo particular. Por generalizar llegamos a conclusiones falsas en infinidad de situaciones, pero no es tan grave si lo hacemos mientras comemos un asado o tomamos café en una esquina de Guayaquil; grave es que lo hagan quienes con sus dichos organizan la opinión pública en el país y aquí no se libra nadie, pero primero estamos los periodistas. Por lo menos desde Aristóteles teníamos bastante claro que solo se llega a conclusiones verdaderas cuando distinguimos lo esencial de lo accidental, lo importante de lo insignificante, lo principal de lo accesorio, lo valioso de las baratijas… Los hechos del pasado no se eligen como los gobernantes y nadie los puede cambiar.
Con verdades o con mentiras lo que se puede cambiar es el relato de esos hechos, cuantas veces se quiera, pero la narración no es la historia y los desaciertos no se arreglan corrigiendo el relato, sino el rumbo.
Dudamos de la certeza y creemos en lo improbable. Nos falla la discreción para entender lo elemental y quizá por eso a nadie le sorprende que los agentes secretos compitan con los famosos de la farándula. Para deleite de los culpables, jueces y fiscales ventilan sus causas en la televisión y son retrucados por funcionarios panelistas que no saben pero opinan. Aceptamos que alguien es asesino porque tiene un primo estafador o vive a dos cuadras de la cárcel. Preguntamos por lo esencial, nos contestan con lo accesorio y nos quedamos satisfechos. Cuando descubrimos un caso de corrupción, nos contestan que otro también coimeó y nos alcanza como si fuera suficiente. Son sabios los que reconocen sus errores y los corrigen, y necios quienes, en cambio, construyen encima de los errores sus sofismas cada vez más falsos. Pero nos burlamos del que pide perdón y se corrige, y festejamos al que con retórica convierte errores en aciertos.
Con esta lógica dañada se vuelve cada día más difícil aceptar las ideas ajenas aunque no las compartamos: son malas porque son ajenas. Nos alcanza con saber que nuestro interlocutor es de la vereda de enfrente para no aceptar nada del contrincante ocasional. Y ni hablar de las facciones políticas: si votó en contra de nuestro candidato, no nos gusta ni el color de su ropa, ni el gusto de sus empanadas, ni la cara de sus hijos y nietos.
La lógica dañada lleva al fanatismo, al integrismo que destruye la convivencia pacífica de los que piensan distinto, que es la esencia de la democracia. Dios quiera que superemos este drama de hoy, pero mejor que nos sirva para enseñar a las generaciones que vienen a pensar con lógica y desarrollar su inteligencia colectiva, para que por lo menos ellos puedan abocarse a lo esencial en lugar de seguir perdiendo el tiempo distraídos en cuestiones accidentales que no llevan a ningún sitio. (O)