La biblioteca de Marcel Proust
No hay escritores que no sean a la vez lectores. Al margen de su estilo o del género quienes se dedican a escribir casi inevitablemente cultivan también el hábito de la lectura. Si bien el caso de Marcel Proust no es excepción a esta observación, lo cierto es que la lectura ocupó un lugar excepcional en la vida y obra de este genial escritor francés. Leer para Proust siempre fue un asunto serio.
Desde muy temprana edad, y en buena medida gracias a la insistencia y, hasta podría decirse, la presión de su madre así como de su abuela, Proust comenzó a leer con especial dedicación. Con algo de disgusto recuerda el escritor cómo de niño una tía abuela le decía cómo podía él “divertirse” leyendo tanto, hasta en los domingos en lugar de salir al jardín. Y es que los libros nunca fueron diversión o entretenimiento para él.
Como dice Anka Muhlstein en su libro Monsieur Proust’s Library (Other Press, Nueva York. 2012) (La biblioteca del señor Proust), para el escritor francés (1871-1922) la lectura fue una expresión de su propio ser, una experiencia –quizás la única– que lo conectaba consigo mismo, con su intimidad, y daba forma así a su identidad. “Una vida sin libros era inconcebible para Proust”.
No es una coincidencia que en su extraordinaria novela En búsqueda del tiempo perdido todos sus personajes lean: los sirvientes, los patrones, los niños, las jóvenes, los adultos, los abuelos, los médicos, los artistas, y hasta los generales. Las conversaciones en la mesa durante la cena y entre amigos son generalmente literarias. La mayoría de sus personajes –que llegan a 200– rutinariamente dialogan entre sí intercalando citas de literatura. Los gustos literarios terminan siendo lo que definen a los personajes. Ellos son clasificados por Proust –sofisticados, mediocres, etc.– según sus actitudes hacia los libros y la lectura.
En su libro, Muhlstein ofrece una interesante guía a ese complejo mundo literario creado por Proust. Un universo que viene reconstruido a partir de los libros y los escritores cuya lectura fue decisiva en la vida del autor y de su gran novela. “A Proust le parecía imposible crear un personaje sin ponerle un libro en sus manos”.
En esa constelación literaria, Chateubriand y Baudelaire, así como Racine, Saint-Simon, Balzac y John Ruskin –cuya obra llegó inclusive a traducir– ocupan un lugar importante, sin contar las decenas y decenas de otros autores, desde Homero y Virgilio hasta George Eliot, Stevenson, Dostoievski y Hardy cuya presencia puede ser más difícil de detectar pero que están allí.
Nacida en París, Anka Muhlstein es la autora de varias biografías, incluyendo una de Balzac, que le merecieron el Premio Goncourt en ese género. Vive en Nueva York y con su esposo han escrito un interesante libro sobre Venecia.