Mirada a la feria

Por Clara Medina
23 de Agosto de 2015

Uno de los puntos altos de la reciente Feria Internacional del Libro de Guayaquil fueron las actividades literarias que se programaron y los invitados. El punto débil fue la escasa presencia editorial y quizá también el pomposo nombre de Feria Internacional. Le hubiera calzado mejor el título de encuentro o algo parecido.

Algo que no nos vendiera lo que no hallamos. Es que fuimos con la idea de asistir a una feria internacional que nos propusiera una interesante oferta editorial y librera, pero nos encontramos con una exposición que no llenaba las expectativas. Buscamos editoriales internacionales y no había. Buscamos las editoriales y librerías nacionales que conocemos y no aparecían. Solo unos pocos stands dedicados realmente al libro. Lo demás, ausencias. Y de allí, quizá, una cierta decepción.

No se trata de invalidar la iniciativa. Por el contrario, qué bueno que se haya hecho la feria. La necesitábamos. Quienes fuimos –hablo por mí y por muchos conocidos míos– la disfrutamos. ¿Cómo no disfrutar de los conversatorios con Claudia Piñeiro, Piedad Bonnett, Alonso Cueto, Rodrigo Fresán, o alegrarnos con la palabra de Leila Guerriero? ¿Cómo no estar atentos a los conversatorios sobre literatura ecuatoriana? Aprecié especialmente las participaciones de Leonardo Valencia, Mónica Ojeda, Alicia Ortega, entre otros intelectuales ecuatorianos. Las actividades literarias fueron las que engancharon a un público diverso y salvaron la feria. El espacio dedicado a los niños también fue un acierto, al igual que los talleres de capacitación a maestros.

Qué bueno que el Municipio de la ciudad crea que Guayaquil es un destino para leer y crecer y refuerce esa idea con acciones concretas, pero evidentemente algo falla todavía. Es cierto que las ferias no se consolidan de un día para otro. Que se trata de un trabajo de años, de la suma de experiencia, de la voluntad y el trabajo mancomunado de muchos. Todo eso es verdad. Pero ya que el Municipio ha decidido asumir la feria, pues que apueste de verdad por ella. Conversé con personas de editoriales y librerías. Y todas, de forma unánime, me dijeron que no estuvieron exhibiendo sus productos porque los costos de los stands, aunque rebajados, seguían siendo altos para sus pequeñas economías. ¿Qué hacer, entonces? ¿A qué acuerdos llegar? ¿Qué estrategias asumir? ¿Cómo lograr que las editoriales independientes, que nos muestran de forma más fehaciente lo que está pasando con la literatura ecuatoriana, o librerías alternativas, pequeñas, que se ocupan de otros libros que no sean los best sellers o las obras de moda, estén también allí, tengan presencia? ¿Podría ser la feria más inclusiva? ¿El comité de contenidos puede influir en este aspecto?

Lo primero que hay que tener claro es que una feria del libro tiene una naturaleza distinta a una gastronómica, por decir algo. Que si una hueca recupera su inversión vendiendo cientos de platos, a una editorial pequeña lo que logre vender –si acaso vende– quizá no le alcance ni siquiera para el alquiler. Por lo tanto, todo lo que se haga y programe con respecto al libro, hay que hacerlo considerando esta realidad. No es lo mismo una cadena librera que una minúscula editorial. Una vez cerrada la primera edición de la feria, sería bueno pensar ya en la segunda edición, para que este buen intento no se diluya.

Y buscar más alternativas, para que aquello de que Guayaquil es un destino para leer y crecer sea más que un eslogan. (O)

claramedina5@gmail.com

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