Un Lincoln más real
Corre una anécdota que durante un juego de familia le tocó decir a Carlos Marx el nombre de su héroe favorito y que el fundador del socialismo científico lejos de mencionar alguno de los grandes filósofos que tanto influyeron en su pensamiento no dudó en mencionar a Abraham Lincoln.
Ambos personajes históricos pueden parecer, y es probable que sean, algo disonante entre ellos, pero lo cierto es que no fue así. Luego de la reelección de Lincoln, y habiendo terminado la Guerra Civil estadounidense, Marx preparó en noviembre de 1864 una carta felicitándolo por su triunfo, la que fue aprobada por la Asociación Internacional de Obreros. Lincoln, a través de su embajador en Londres, le contestó semanas más tarde.
Abraham Lincoln (1809-1865) es de aquellas figuras de la historia con las que es muy difícil no simpatizar. Su profundo humanismo, su dolorosa vida, su fuerza casi sobrehumana para vencer obstáculos que quebrarían a cualquiera, la tragedia que le tocó enfrentar durante su gobierno y su infeliz final en manos de un asesino, hacen de él una figura extraordinaria.
Con motivo del bicentenario de su nacimiento hubo un renacer de libros, encuentros y debates, la mayoría de ellos de escasa proyección fuera de los Estados Unidos. La actuación de Daniel Day-Lewis en la reciente película de Steven Spielberg (Lincoln) ha puesto nuevamente al decimosexto presidente de EE.UU. en la escena pública.
El número de biografías y estudios son incontables. Nuestra recomendación, sin embargo, es una obra de ficción: la excelente novela escrita por Gore Vidal (Lincoln) publicada en 1984 y de la que hay una traducción al español (Editorial Edhasa, 2009).
En la novela, Vidal logra hacernos conocer a un Lincoln diferente al de la figura casi mítica a la que hemos estado acostumbrados, y sin apartarse de los hechos históricos. El lector conocerá a un ‘animal’ político que llega desde Illinois a una capital en la que reinaba la desesperación. Casi nadie creía que ese enjuto abogado rural podía salvar a una nación que se descalabraba. Ni los seguidores de la Unión le guardaban mucha confianza.
Prisionero tanto de sus dudas y temores, como de sus principios políticos y frustraciones domésticas, el Lincoln de Gore toma unas dimensiones muy reales. Como los grandes líderes, Lincoln fue un hombre de discursos breves. Los dos minutos y medio de su alocución (272 palabras) en el cementerio de Gettysburg dejaron en el olvido las dos horas que duró el discurso del orador principal que le precedió en la ceremonia.