Y también puedo pintar...

Por Hernán Pérez Loose
19 de Agosto de 2018

En 1482, cuando Leonardo da Vinci frisaba los 30 años decidió dejar Florencia para radicarse en Milán. Fue entonces cuando le escribió una carta a Ludovico Sforza quien a la sazón ejercía el poder detrás del trono de su hermano, y que más tarde se convertiría en el duque de la capital lombarda.

En su misiva, Leonardo le enumera a Ludovico todas las cosas de las que era capaz de hacer y que le serían de utilidad al ducado, especialmente en materia militar. Le dice, por ejemplo, que tiene diseñado un tipo de puentes muy liviano y resistente que era fácil de armar y desarmar; una fórmula para asediar mejor a las ciudades enemigas; un sistema para derrumbar fortificaciones; un tipo de cañones especiales, y así por el estilo. Lo que Leonardo buscaba, obviamente, era ser contratado por la corte milanesa para prestar sus servicios de inventor e ingeniero. Casi al terminar su carta, Leonardo le dice al futuro duque de Milán, casi de pasada, que también puede esculpir en mármol y bronce, así como también “puedo pintar”. A la sazón Leonardo ya había pintado en Florencia cuadros que comenzaban a dejar una marca de su genialidad, sobre todo con respecto a la perspectiva. Curiosamente ninguno de esos cuadros los menciona Leonardo en su carta.

En su fascinante biografía sobre este gigante del arte occidental (Leonardo da Vinci, Editorial Debate, Madrid. 2018, 584 páginas), Walter Isaacson recorre no solo su vida, sino además sus obras y el escenario social y cultural donde ellas germinaron. Producto de una investigación que duró varios años, y que lo transportó por varias ciudades y pueblos europeos, el libro se presenta como el más completo retrato de quien fue quizás el epicentro humano del Renacimiento.

La obra analiza con gran detalle los asombrosos aportes que hizo Leonardo a las artes, la ingeniería, la arquitectura, el urbanismo, la óptica y la anatomía, entre otros. Parte de su genialidad tuvo que ver con el azar. Gracias a que nació fuera del matrimonio de su padre, Leonardo no pudo estudiar para ser notario como su progenitor. Sin embargo, a los 13 años su padre logró colocarlo como aprendiz en el taller de uno de sus clientes florentinos, el versátil artista Verrochio. Es en ese taller donde Leonardo descubre su vocación. De una asombrosa curiosidad –llevaba una libreta donde escribía a diario todas sus inquietudes, “¿por qué el cielo es azul?, etc.”– Leonardo tuvo una vida llena de conflictos, frustraciones, pero una vida plena, como solo el arte es capaz de dar.

El libro puede encontrarse en las librerías nacionales. (O)

hernanperezloose@gmail.com

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