Dos obras necesarias: En La Bota y Las Peñas
“La una escrita por un autor español representada por ecuatorianos, la otra a puño y letra de un ecuatoriano y llevada al teatro por un español”.
Es sano y nos hace mucho bien el cómo se están dando las cosas alrededor del teatro en Guayaquil. A diferencia de la linealidad de lo audiovisual, el teatro nos aprieta la garganta solo con mostrarse en su esencia, en forma de espejo para vernos a través de otros, los actores.
En esta ocasión hablaré en relación con dos obras, la primera de ellas es Dignidad. Obra escrita y dirigida por el ya conocido por nosotros el español Ignasi Vidal, a quien podemos recordarlo por haber traído en 2016 la historia de El Plan. En Dignidad las interpretaciones se llevan a cabo por Andrés Crespo y Alejandro Fajardo. Dos amigos y a la vez políticos que en un encuentro muy cotidiano tienen una discusión sobre la honorabilidad y la “dignitas” romana, superior a la dignidad que comúnmente conocemos, que implica un estado entendido por pocos: el más alto de la ética para ser parte de la vida política. El lugar que toma Crespo con respecto a su actuación me ha gustado. Su originalidad, pero más su ser humano, está en el escenario y eso es suficientemente emotivo. Su desplazamiento y el de Fajardo junto con las luces, son también garantes de la intensidad de la obra.
A Dignidad me resultó complicado asistir. Las entradas se terminaban todas con antelación y no solo para un día, sino para toda la semana. Es novedosa la forma de promocionarse: generando expectativa, sutilmente por redes sociales con videos, fotos o de boca en boca. ¿Resultados? Salas llenas. Aunque la obra es de base política, se supera por el conflicto humano… tan humana es la política, como el teatro para recordárnoslo señalando sus imperfecciones. Dignidad se presenta en la Casa Cino Fabiani en Las Peñas hasta el 9 de julio.
En cambio, en el Microteatro de La Bota, Un hombre muerto a puntapiés del cuento del escritor, dramaturgo y parodiador del costumbrismo literario Pablo Palacio, escrito que justamente este 2017 cumple 90 años de publicación. ¿Cuál es el móvil de un asesinato? Su causa es una mirada a la violencia, a los prejuicios y a la discriminación, temáticas hoy cada vez más vigentes. Es grato poder ver la narración hecha obra, agradeciendo especialmente al actor Aarón Navia por interesarse en llevar al teatro a uno de los grandes ecuatorianos, para mirar de frente aquello que se daba por muerto.
Los realizadores de esta obra pasaban en constante concentración durante el periodo de presentaciones. Entre otros detalles la utilización del pequeño espacio era infalible, buen uso de luces, montaje, la voz en off de Elena Gui, adecuación sonora del artista Norberto Bayo. Todo demuestra la prolijidad de este grupo y la seriedad con que se toman su trabajo –su profesión–, para una sesión de 25 minutos.
Navia nos recuerda que el teatro no solo es emisor-medio-mensaje, ni un panfleto comunicacional o como suele decirse “una forma de expresión” más, sino que excede al lenguaje. Pero el premio a tanto trabajo artístico no han sido en este caso las salas llenas. La obra se presenta incluso con espectadores con caras largas e inexpresivas. ¿Cómo pueden adormitarse en una obra tan intensa y de corta duración? La puesta en escena del actor ¿depende de su público? Esperamos que no, que un mal o escaso público no sea un agente desmotivador. Un hombre muerto a puntapiés se exhibió en La Bota hasta el 30 de junio.
Dos obras que construyen vida y la hacen vivir sobre las tablas, la una escrita por un autor español representada por ecuatorianos, la otra a puño y letra de un ecuatoriano y llevada al teatro por un español. Aún están a tiempo de ver la primera. (O)