FIARTES-G 2017: En la escena actual
“¿Fiartes es un festival para el espectador o para los ‘grupos consolidados’ del teatro local? Si algo define esta realidad, es que no hay nada que no se haya visto ya”.
El Fiartes-G, Festival de Artes Escénicas organizado por Zona Escena, regresó este año en su vigésima edición, pero con la sorpresa de encontrarse a un Guayaquil distinto en materia de consumo y oferta teatral. No hay muchas vueltas que dar, no es la misma ciudad en tinieblas donde dos o tres grupos de teatro izaban su bandera en representación de este, sino que en la inauguración de diversos espacios gracias a varios gestores teatrales, poco a poco nuevas agrupaciones y teatralidades han tenido la apertura que antes no existía, dando paso al nacimiento de un sinnúmero de espectadores, aunque aún en proceso, piensan en alimentarse con teatro que bien o mal, ya es parte del lenguaje y el interés popular. Visto así, lo que no se había logrado.
Guayaquil ha cambiado en los últimos 20 años, por lo tanto merece, ¡nos merecemos!, que sea pensada de forma distinta urgentemente en materia de artes escénicas, pasando por la dura labor de abandonar los yoísmos y desmantelar el egocentrismo. Lo cierto es que al Festival no le faltó auspiciantes valiosos, entre ellos la Municipalidad de Guayaquil, el Ministerio de Cultura y el Teatro Sánchez Aguilar.
Además de hacer posible la presentación de importantes cuerpos del teatro latinoamericano como: Teatro Los Andes (Bolivia), Yuyachkani (Perú), El Ciervo Encantado (Cuba); también de grupos nacionales invitados, los tomados en cuenta: Arawa, Muégano Teatro, Zona Escena (Guayaquil); Malayerba, Patio de Comedias (Quito); y, La Trinchera (Manta)... programa que coincidió con una temporada llena de propuestas escénicas, tanto en el micro y los macroteatros, que solo un espectador con billetera gorda o pases de cortesía y el poder de la omnipresencia podría alcanzar a ver.
¡Pregunta!, ¡pregunta!: ¿Fiartes es un festival para el espectador o para los “grupos consolidados” del teatro local? Si algo define esta realidad, es que no hay nada que no se haya visto ya: las mismas líneas estéticas nostálgicas con la influencia visible de la vida personal, la música de Liliana Felipe y los mismos grupos amigos reuniéndose entre ellos un año más. Así, lo que nos importa en el teatro, relacionarnos en diversidad, fracasa.
Es cierto que es todo un esfuerzo levantar un evento similar, pero que se ha estancionado y no se ha atrevido a dar el salto de hacer otro esfuerzo por traer algo diferente, que difiera y corrompa la propia malla interna y empotrada de cómo se hace teatro, para nutrirse y olvidar ese fuerte componente de autocomplacencia que cualquier ojo despierto advertiría desde lejos.
Con todo lo dicho anteriormente, no intento desacreditar ninguna de las obras que formaron parte del Fiartes-G, cada una merece su propia crítica teatral de forma independiente. Pero citaré como ejemplo que a diferencia de la mayoría, El corazón de la cebolla, de Malayerba, llenó en exceso la Sala Zaruma del Sánchez Aguilar.
En este trabajo actuaron Javier Arcentales, Gerson Guerra, Cristina Marchán, Tamiana Naranjo, Manuela Romoleroux y Joseline Suntaxi, con dirección de Arístides Vargas, quien también es autor y director de El zaguán de aluminio presentada por La Trinchera e interpretada por Rocío Reyes Macías.
El corazón de la cebolla es una oda a lo que sucede cuando nada sucede, donde probablemente nos durmamos o estemos buscando cualquier línea simple de texto que al fin pueda causarnos alguna emoción. Lo bello, las luces y ciertos diálogos; lo bueno, la sala llena; lo paradójico: falta en el trabajo de dicción y acento neutro del actor, lo que los antropólogos del teatro llaman “aculturación”, ambos importantes y condicionantes del trabajo actoral y de la promoción de un proyecto teatral que convenga a la convocatoria del espectador. (O)
@_Mercucio_