Terremoto en Ecuador: 45 segundos que nos cambiaron
Seis meses después del terremoto, testimonios evidencian los momentos en que la tierra dejó en escombros ciertos sectores de Manta.
¿Qué podía oscurecer el crepúsculo del sábado 16 de abril en Manta? Un momento apocalíptico, inesperado, un sismo de magnitud 7,8 en la escala de Richter que devoraría barrios, acabaría con cientos de vidas y reduciría a escombros a zonas de actividad frenética de esta ciudad. Esa tarde vi como caían las paredes de un moderno edificio y dejaba al descubierto las escaleras interiores que se derribaban como un castillo de naipes. Nos agarró en la calle, la onda sacudió el carro cual sábana al viento. Ese instante se volvió eterno, imparable, incontrolable. Rostros de asombro, de pánico, nos mirábamos unos a otros. Fueron 45 segundos que nos cambiaron por siempre.
Y sin embargo, lo más duro vendría después. ¿Cómo asumir lo sucedido y el hecho de estar vivo? Sin duda, el azar definió nuestras vidas. ¿Pero nos cambió el terremoto? Absolutamente. Fue como romper una burbuja y ponernos un espejo frente a nosotros mismos. Una tragedia de tal magnitud solo la habíamos visto en la pantalla de un cine o de una televisión; nada podrá reemplazar el haber estado allí y ver que la ciudad donde vivo se caía en pedazos y muchos de sus hijos quedaban sepultados. Siempre pensé lo afortunados que éramos de no haber vivido guerras sangrientas en esta parte del mundo, ahora comparto esa vulnerabilidad de los bombardeos en Siria, pues ya conozco la sensación de estar al filo de algo.
Los días posteriores fuimos noticia. Todos querían tendernos la mano. Pero la solidaridad nació de nosotros mismos. Salimos a la calle a entregar alimentos, agua, linternas a los que lo habían perdido todo. Y resultaba sorprendente, por ejemplo, que bajo un techo vivieran cuatro familias: 20 personas, que se habían refugiado en la casa del algún familiar que no había colapsado. Dentro de familias compuestas por niños, mujeres, ancianos, quizás una sola persona tenía un trabajo estable. Los alimentos faltaban y siempre quedaban manos alzadas esperando nuestra ayuda. Ni qué decir de la realidad de los albergues, con familias enteras, bajo carpas o plásticos convertidos en paredes y techos, resguardados por militares armados y miradas intimidantes ante el acecho de saqueos y robos.
El terremoto desnudaba otra realidad que siempre había estado allí. Mucho se había manifestado que la sociedad se había transformado en los últimos diez años, pero en realidad ha cambiado muy poco. La tragedia natural puso el dedo sobre la llaga desvelando la pobreza endémica que padece gran parte de nuestra sociedad, panorama desolador salpicado de escenas sombrías, por no decir “zombiscas”.
Ese lado del terremoto siento que aún no se ha ido. ¿Cómo se puede recomenzar? ¿cuándo se empieza a vivir nuevamente? Barrios desiertos que más parecen zonas de guerra, terrenos baldíos que antes fueron prósperos negocios, edificios demolidos, calles polvorientas, sentimiento de vacío y el silencio sepulcral nos recuerdan permanentemente la tragedia. Sin embargo, sí se siente otro ritmo en la ciudad. Cientos de negocios de Tarqui, la zona cero, se mudaron al centro a reanudar sus labores y reiniciar sus vidas.
A continuación los testimonios de habitantes de Tarqui, quienes narran sus historias y sus anhelos seis meses después del terremoto del 16 de abril:
‘Me siento afortunada’, aún tengo mi hotel
A sus 20 años María Luisa Barrezueta ha tomado la posta del negocio que empezó su abuelo 40 años atrás. El hotel Las Rocas era el hotel insignia de Tarqui, construido en los años setenta cuando la playa de Tarqui era el sitio turístico por excelencia de la urbe. El inmueble de 65 habitaciones se reduce hoy a un esqueleto de estructura de cemento que espera algún día rehabilitarse. A su lado cayó el hotel Pacífico y más atrás yace un terreno vacío de lo que fue el hotel Las Velas, fundado por sus padres. La familia de María Luisa poseía tres negocios turísticos, de los cuales solo uno se mantiene en pie después del terremoto. A pesar de haber perdido dos hoteles, la casa de sus abuelos, se siente afortunada de que nadie en los hostales haya perecido y que su hotel Arena y Mar sea uno de los tres que aún existen en Tarqui, pues 31 de ellos desaparecieron después del 16 de abril. “La gente de Tarqui no tiene muchas esperanzas, no sé si vuelva a ser lo mismo de antes. Para nosotros ha sido muy duro. ¿Cómo mantener un negocio cuando aún hay días que nos falta luz y el internet?”, dice. Según María Luisa, la situación ha cambiado poco en seis meses. Con la desolación que vive alrededor de sus hoteles, sobran las palabras.
El comercio que se fue de Tarqui
La casa de Rosa Dalia Cevallos fue edificada por sus padres hace 60 años, a una cuadra del emblemático y hoy derribado colegio San José. Era la clásica villa del barrio hasta que en 2012 fue demolida para levantar departamentos y doce locales comerciales que incluían una farmacia, almacén de uniformes deportivos, zapatería, joyería, electrodomésticos, librería, entre otros. Es que Tarqui congregaba a pequeños, grandes y medianos comerciantes de la urbe. “Tarqui era caos, desorden excesivo, movimiento al máximo. Ahora es un silencio que mata”, dice Rosa. Ella pertenece al tipo de damnificados que se ha olvidado, pues no perdió su casa, ni se destruyeron sus locales, simplemente el comercio abandonó la zona después del sismo. “Tenemos incertidumbre y no podemos esperar años a que el comercio regrese. Le hemos propuesto al alcalde que construya un mercado de primer orden como en otras ciudades para que se convierta en un atractivo de la zona”, explica. Rosa Dalia añora poder regresar a vivir a su casa y arrendar sus locales otra vez; de momento no puede ingresar a su barrio que hasta hoy está militarizado.
Nuevos negocios
El negocio de repuestos de carros de Carlos Ávila quedó intacto tras el terremoto. A su lado, prósperos locales de repuestos y ferreterías no existen más. Lo había creado hace trece años y recibió clientes de la ciudad y la provincia. “Quedé sorprendido de que no hubiera sufrido mayores daños, lo impactante era el desastre alrededor. Estuve quince días sin trabajar. A fin de mes logré sacar los repuestos del almacén y alquilar otro local”, cuenta Carlos. La calle 13 y la avenida 24, vibrantes arterias comerciales en el centro de Manta, han acogido a la mayoría de los comerciantes de Tarqui. Supermercados, tiendas de abarrotes, ferreterías, almacenes de ropa, telas y demás locales que se establecían en Tarqui se ubican allí, al lado del nuevo negocio de Carlos. Él pretende regresar a su almacén original, lo haría mañana mismo, pero aún no sabe cuándo.
Un nuevo hospital
El doctor Miguel Andrade formó parte del equipo fundador de la Clínica Manta desde 1985, año en que empezó a funcionar. El establecimiento colapsó con el sismo. Gracias a Dios, no hubo pérdidas humanas. “Doce pacientes fueron evacuados. No sabíamos qué había pasado en la clínica del IESS, ni en el hospital Rodríguez Zambrano, ambos desalojados esa misma noche. Nunca tuvimos claro la magnitud del desastre hasta después de días”, recuerda. El bloque de consultorios de la clínica cayó en el instante de la tragedia y el otro quedó seriamente afectado. “Nos aliviaba saber que nadie había muerto. El impacto fue perder nuestro lugar de trabajo que era parte de nuestra vida diaria y la tristeza de ver que mucha gente había perdido sus empleos”.
Luego vinieron los saqueos y semanas después la demolición del edificio que quedaba en pie. –¿Cómo se siente después de seis meses?- “El hombre tiene la capacidad de superarse. La salud resultó terriblemente afectada y por eso debíamos iniciar otro proyecto”, destaca Andrade.
Hace dos semanas se anunció la construcción del hospital Umiña de Manta. Un emprendimiento de la empresa privada que constará de 60 consultorios, 40 camas, 10 salas de terapia intensiva. “Estará listo en 20 meses y la idea es que supere al que perdimos y llene una necesidad para la ciudad y Manabí”,
expresa. (I)