Fuerte olor a machismo
Nuestras mujeres, es la adaptación de la obra escrita por el tunecino Ecic Assous y dirigida en el Sánchez Aguilar por el español Santiago Sueiras. Es una obra que deja sin cuestionamiento alguno a lo más siniestro del ser humano. La dirección y actuaciones fueron aceptables, excepto la de Xavier Pimentel al mostrarse tibio, sin compromiso, para lo que su personaje demandaba. Se montó una lujosa escenografía (por Alan Jeffs) en el Teatro Sánchez Aguilar y un paisaje de fondo que adornó un asesinato, sin llevarlo al nivel del conflicto que merecía.
La obra se basa en el estrangulamiento que un personaje le aplica a su esposa. Se sabe que en Ecuador hay agrupaciones que luchan constantemente contra las agresiones de toda índole hacia las mujeres y el teatro local también ha aportado con mucho.
Maxito (Santiago Carpio), Paulito (Fabo Doja) y Dieguito (Pimentel), los hombres de la obra que insisten todo el tiempo en que el mundo y “sus mujeres” giran en torno a ellos, ¡con razón usan diminutivos! Dieguito, el niño bueno, llega tarde a la reunión de sus amigos con la noticia, según dice, de haber matado a su esposa. Este intenta persuadir a sus colegas para que lo encubran, iniciando un penoso dilema moral. Discusión que posteriormente se calienta entre Max y Paúl, que no llega ni a los talones de un Fight Club. Masculinidad perdida que no se encuentra sino alrededor del ego de estos tres: el olor fétido a machismo se respira en la sala y las dudosas risas del público lo aceptan. Los debates falocéntricos disminuyen la gravedad del acto y los estereotipos sobre mujeres seguidos de algunas malas palabras son el recurso del chiste.
Nuestras mujeres no cuestiona la violencia hacia la mujer. El femicidio es el tema central para desarrollar “la comedia” y los personajes siguen pensando en cómo ser buenos tipos. No aporta absolutamente nada para las actuales discusiones de género, apostando más bien por la burla, restando respeto y reforzando falsas masculinidades. Es completamente inaceptable que se vuelva un dilema existencial no denunciar al amigo que acaba de asesinar a su conviviente, mientras comen pizza y beben vino en una noche de luna llena. Los actos de horror pasaron de largo sin severidad, ni consecuencia que nos despierte: como la rutina. (O)