Lo que se ve en tv: Serie de ‘Ecuavisa’
“Es una traba que tenemos en nuestra televisión en donde todo necesita ser obvio, en donde no se respeta la capacidad del televidente de darse cuenta sin necesidad de que se le mastiquen las cosas”.
Sharon, la Hechicera es una serie de Ecuavisa que trata de la vida de Edith Bermeo, el verdadero nombre de nuestra protagonista. Si bien la historia contiene mucha ficción, esta es el fruto de un año y medio de investigación sobre la vida de la artista y por lo tanto mantiene también su carácter biográfico, mostrando además realidades sobre el negocio de la cumbia.
Samantha Grey es la hija de Edith en la vida real y también la actriz interpretándola con mayor frecuencia en los episodios revelados hasta el sexto. Si bien es buena reflejando esa dulzura e inocencia que buscan capturar en esa etapa de su vida (joven adulta), es hasta ahora uno de los personajes menos impactantes. Edith tiene una hermana entrometida y una madre demasiado estricta que se preocupa por el “qué dirán”. Pronto se involucra románticamente con Ricardo Reyes, el dueño de la orquesta que le da su gran oportunidad en televisión.
Compartiendo pantalla se encuentra Santanera (Krysthel Chuchuca), que a diferencia de Edith, lleva años ya establecida como estrella de la cumbia. Santanera tiene una relación difícil con su mánager, Mandrake (Santiago Carpio), quien la manipula amorosamente y trata de prostituirla.
Ricardo, caracterizado por Israel Maldonado, es bueno interpretando el hartazgo de su personaje, pero terrible tratando de actuar cualquier otra emoción, haciendo imposible entender cómo es que Edith termina teniendo cualquier relación con él aparte de soportarlo en el trabajo.
Mientras la telenovela es buena eligiendo qué historias poner de qué personajes, al momento de la ejecución el resultado es mediocre.
Para ilustrar el problema tomaré como ejemplo a Pilar
Monroy, interpretada por Cinthya Coppiano. Pilar es una mujer clase alta que quiere ser esposa modelo de un hombre distinguido, tener un hijo y promover la “buena” música, es decir, la ópera. Sin embargo está atrapada en un matrimonio con el “zar de la cumbia”, un esposo villano que la cuernea con mujeres de clase baja, posponiendo eternamente los intereses musicales y familiares que son tan importantes para ella.
A pesar de todo el potencial de esa premisa, el conflicto se representa en Pilar quejándose con distintas personas sobre el mismo problema por medio de diálogos repetitivos. Las tomas que enmarcan el dilema son así: primer plano a Pilar que está hablando, primer plano a la persona con la que está hablando, plano general para que no te olvides que están en la sala, vuelta a primer plano de Pilar, y repetir el proceso.
¿Qué tal si se intentase algo más artístico? Qué tal si una conversación entre Pilar y su esposo se mantuviese en un plano general con composición simétrica y un objeto que simbolice sus diferencias en el centro de la toma y más cerca de la cámara que ambos, dividiéndolos y creando distancia. Qué tal si en vez de decirle a todo el mundo cuánto quiere ser madre, la vemos silenciosamente contemplando una escena familiar en una revista, haciendo zoom a la imagen de una pareja feliz en un aviso, y estando tan absorta en sus pensamientos que no le responde a la empleada doméstica preguntándole lo que quiere.
Es una traba que tenemos en nuestra televisión en donde todo necesita ser obvio, en donde no se respeta la capacidad del televidente de darse cuenta sin necesidad de que se le mastiquen las cosas.
Por otro lado, cuando se trata de explicar sus saltos en el tiempo la serie peca de ser confusa. En el mismo episodio se supone que sigamos la historia de Edith como joven adulta, Edith como niña, los padres de Edith antes de que ella nazca, y después nuevamente a Edith como joven adulta pero con varias semanas o meses de diferencia. Todo lo mencionado sin algún indicador consistente que te mencione que se acaba de dar el cambio de fecha.
De momento la serie ha sido disfrutable viéndola con los ojos entrecerrados, como a un Luis Miguel criollo, siguiéndola un poco por morbo y sin ponerle mucha atención a los detalles. Comiendo los canguiles cuando el malo maltrata a la pobre mujer o la diva loca tira el dinero por la ventana. Si llega a ser más, está por verse. (O)