Feliz y comprometida
La madre María Eugenia Ramírez León, quien reside en París, volvió a su natal Guayaquil para renovar sus votos tras 25 años de vida religiosa.
Todos la conocen como Mayi, pero ella es la madre María Eugenia Ramírez León, quien llegó semanas atrás a su puerto para renovar un compromiso. Eligió su Guayaquil natal para dar nuevamente un sí a ese compañero de ruta a quien se consagró hace 25 años: ella volvió a comprometerse con Dios.
La invitación para celebrar esas bodas de plata, el sábado 12 de noviembre, eran un llamado a una fiesta de la fidelidad. Fue una emotiva misa llena de sencillos detalles que caracterizan lo que está marcado por la comunidad de las madres asuncionistas.
Música, guitarras, luces, alegría, flores, velas; allí junto a sus padres, sus hermanas de la comunidad, sus parientes cercanos, los profesores del colegio y amigos de todas partes quienes han compartido el camino, la madre Mayi ante el altar selló nuevamente su alianza al caer la tarde.
Sentir la voz de Dios
Una joven asuncionista cuando estaba en los últimos años de su colegio fue a un retiro que era parte de las opciones extracurriculares. La propuesta era pasar unos tres días en una casa donde viven las religiosas para rezar, encontrarse con uno mismo, arreglar un poco los caminos que se están desviando y cosas por el estilo. Ideal lejos de Guayaquil, para cambiar de ambiente, cero rutina.
Sin embargo, para la entonces adolescente a punto de convertirse en bachiller al igual que el resto de sus compañeras, este encuentro fue algo más. Su vida tomaba un giro para todos inesperado. Al regreso del retiro lo comunicó a sus padres, a sus amigas, a la Congregación.
Había sentido un llamado a entregar el resto de sus días a la vida religiosa, por lo tanto lo dejaba todo. Y así Mayi, quien iba a ser abogada, no ejercería en los tribunales de Justicia, como lo hacía su papá, Jorge Ramírez. Tampoco sería profesora, como su mamá, Delia León. Iba a estar lejos de su hermana, quien hoy vive en Washington.
Su vocación alzaba la voz, ella sería madre de millares de jóvenes que hoy se forman en la comunidad de La Asunción; ella sería hermana de la humanidad. Era el llamado de Dios y lo escuchó luego de recorrer un camino de búsqueda.
Pero, ¿qué llevó a una todavía adolescente a tomar una decisión tan diferente a la del resto de sus 80 compañeras de curso que hace unas décadas atrás terminaban el colegio? 25 años después la respuesta a esta pregunta la encontramos en su mirada de ojos achinados. Dios la quería para él y ha sabido enviarle mensajes de claridad a lo largo del camino. Al hablar, la madre María Eugenia contagia paz.
“Nada ha sido como lo imaginé, ha sido mejor”, explica con una sonrisa que ilumina su rostro de monja donde no hay maquillaje, y que desde que ingresó a su comunidad como novicia está enmarcado por un corte de cabello corto.
Los votos de pobreza conducen a las madres asuncionistas a lo descomplicado porque ellas desde hace mucho tiempo no llevan ni velo, ni hábito, solo una práctica falda morada que llega más abajo de las rodillas y una blusa blanca manga corta. Ideal para el calor tropical, Tampoco hay convento.
En Guayaquil las madres de la Asunción viven en una casa, donde además de una iglesia, ofrecen servicio comunitario.
Maleta peregrina
La madre Mayi no vive en Ecuador. De hecho, de los 25 años de labor dedicados a la vida de oración y culto, confiesa que ni un año completo ha permanecido en Guayaquil, lo cual la entristece un poco. Su sede principal es París (Francia), pero aunque allí esté su casa, en ella pasa menos de cinco semanas al año. El resto del tiempo se moviliza a los lugares donde su responsabilidad la lleve, que puede ser cualquiera de los cinco continentes.
Ella lleva el mismo nombre de la fundadora de las religiosas, quien hace casi dos siglos abrió el primer colegio en París. Santa María Eugenia Milleret inició la congregación en Francia en el siglo XIX. Hoy en el mundo son un poco de más de mil religiosas presentes en 31 países unidas por un espíritu de comunidad. La madre Mayi es parte de un Consejo que trabaja de manera global con una madre superiora.
Sus esfuerzos y su labor están reflejados en los jóvenes marcados por una obra construida por la congregación de La Asunción. Pero, sin duda, su mejor obra es esa vida que transmite la alegría y la confianza de haber encontrado su camino, y ser ella misma un testimonio. (I)