Teresa de Ávila: Santa, actual y genial
La aureola de esta mujer iba mucho más allá de la santidad. Su legado final es su alegría de vivir y su fortaleza.
Alabada por Cervantes, Góngora, Quevedo y Lope de Vega, la santa Teresa reformadora y mística valiente –que soñó con una comunidad de iguales con una honda espiritualidad– era una monja rebelde que se habría llevado bien con el papa Francisco, según la escritora Espido Freire.
Teresa de Ahumada y de Cepeda nació el 28 de marzo de 1515; su familia era de hidalgos y de judíos conversos. De su época ella dijo que eran “tiempos recios”, pues era muy arraigado el sentido de grandeza, del honor y del amor a la gloria en las tradiciones de España.
Se mostró muy temprano como una niña lista, que daba más trabajo a sus padres y criadas que sus otros nueve hermanos. Marcelle Auclair explica que jugaba a fundar una orden religiosa y obligaba a sus primos a observar reglas inventadas por ella.
En el convento
De su madre, Beatriz, aprendió a gozar de los libros de caballerías que debían leer a escondidas de su padre, Alonso: “Era tan extremo lo que en esto me embebebía que, si no tenía libro nuevo, no me parecía tenía contento”, cuenta. Y hasta borroneó con su hermano Rodrigo El caballero de Ávila, un relato de caballerías.
Adolescente vanidosa, le encantaba adornarse, peinarse y estar guapa, aunque no era bien vista la excesiva afición por los vestidos, los perfumes y los acicalamientos. Un primo –¿Pedro, Diego?– despertó sus primeros sentimientos amorosos: cartas que van y vienen, encuentros a escondidas... Para cortar con esas cuitas, el padre la ingresa a los 16 años de pupila en el convento (Teresa dice que entonces era “enemiguísima de ser monja”) para que la instruyeran en religión, leer y escribir, hacer cuentas, bordar e hilar. Algo ocurrió que la hizo cortar de raíz su pasión amorosa. Jesús Cotta afirma que este primo se empecinó en no perder el objeto de su deseo y, cuando ella misma decidió hacerse religiosa, la siguió por Sevilla y Nápoles y “se convirtió en don Juan, en el ladrón de honras”, aquel que inmortalizó Tirso de Molina en El burlador de Sevilla.
Su vida en sus libros
Teresa, que agradaba a todos por donde iba, buscaba un amor de verdad: por eso, a los 21, se fugó de la casa de su padre, esta vez sí para hacerse monja. Pero a Teresa le fue pareciendo poco lo que por Dios se hacía en el convento. El 24 de agosto de 1562, Teresa huye del convento de carmelitas calzadas de la Encarnación de Ávila para fundar el convento reformado de San José en la misma ciudad.
Y se propuso una reforma sostenida en la oración y el ayuno, en no poseer rentas ni propiedades, en guardar silencio y en descalzarse. Aquí empezarán no solo sus luchas interiores, sino también con las autoridades civiles y eclesiásticas, y con sus superiores, teólogos y confesores.
Su Libro de la vida es la primera autobiografía realmente escrita en lengua vulgar, un libro que la Inquisición tardó doce años en autorizar. Según Gustavo Martín-Garzo, es “sin duda uno de los libros más extraordinarios, inclasificables y deleitosos que se han escrito en nuestra lengua. Una Sherezade celeste es lo que santa Teresa soñaba ser”.
La fundadora
El Libro de las fundaciones es una especie de novela de aventuras, terminado tres meses antes de morir, que describe las vicisitudes de ¡fundar 16 conventos de monjas y 14 conventos de frailes!
Para Teresa, lo más grande que se podía ser en el universo era ser humano. Y se empeñó en proponer una forma de vida interior con mayor entrega y encerramiento. En este esfuerzo, conoció las flaquezas y virtudes del género humano, pues trató con todo tipo de personas en medio de los calores de Sevilla y la polvareda de los caminos.
Teresa no quería monjas que atendieran a señoronas, sino a Dios, que para ella era la expresión total de la libertad. No aceptó monjas que llegaran contra su voluntad o que iban solo a extrañarse del mundo: “¡No quiero monjas tuertas!”, dijo al rechazar a una que había perdido un ojo. A sus monjas les exige que, aunque vivan en clausura y nadie las vea, deben ir limpias y guapas para el Esposo. Un convento es un lugar para vivir; por eso los quería limpios y aireados.
La Esposa del Cantar
Teresa experimentó trances y éxtasis convencida de que esas visiones provenían de Dios: “Un no sé cómo le llame, que sube de lo más íntimo del alma”. E. M. Cioran la veía como “la esposa del Cantar que deambula y no encuentra, es todo el embebecimiento sabroso, es la esposa de la canción que ha logrado su propósito, o que ha sido secuestrada por sorpresa”.
El Dios de Teresa adquiere características humanas y lo describe físicamente: sus gestos, su cuerpo, el color de sus ojos, incluso con una coquetería dirigida a Dios, cargada de afectividad. Teresa, que llegó a alimentarse con dos higos secos al día, proclamó el desapego de los bienes al comprender que el mundo era un lugar para ser más y tener menos. La alegría de estar vivos era más que suficiente para ella.
Para Teresa, la nada era tan espantosa que el simple gozo de existir era un premio por el que ella agradecía al Creador, pues lo que embellece y dignifica la vida –libertad, generosidad, abnegación, amor, hermandad– no es obra del hombre sino que proviene del Dios eterno. En eso se reconoce desamparada, limitada, mortal, imperfecta.
Cotta concluye: “Teresa propone una persona distinta, interior, la de la gratitud y de la generosidad, que da por el gusto de dar sin recibir nada a cambio”. Teresa fue una mujer más interesada en el otro que en sí misma, con ganas de mejorar el mundo en medio del desinterés, con el fin exclusivo de servir a Dios sirviendo a los demás. Lo que Teresa proclama es ayudarnos unos a otros, sin exigirnos perfección.
Llena de gracia
Al cumplir 50 años, le confiesa a un carmelita: “Sabed, padre, que en mi juventud me dirigían tres clases de cumplidos; decían que era inteligente, que era una santa y que era hermosa; en cuanto a hermosa, a la vista está; en cuanto a discreta, nunca me tuve por boba; en cuanto a santa, solo Dios sabe”.
Maximiliano Herráiz cuenta que, al visitar las obras de un convento, al verla pasar un albañil murmuró: “¡Qué lástima, una mujer tan guapa y que sea monja!”. Ella le respondió: “A ti te da igual porque nunca me hubiera casado contigo”. Esta picardía está en todos sus escritos, llenos de gracia.
Cuando en 1576 la pintó el carmelita Juan de la Miseria (su único retrato en vida), le escribió: “Dios te perdone, fray Juan, que ya que me pintaste, me has pintado fea y legañosa”. Martín-Garzo opinó que Teresa “transforma la religión en poesía”. Tal vez por esto santa Teresa es una mujer de nuestra actualidad, una contemporánea nuestra que nos ilumina en la oscuridad. (I)
Entended que, si es en la cocina, entre los pucheros anda el Señor, ayudándonos en lo interior y en lo exterior”.
Santa Teresa de Ávila