Aracataca y Mompós: Inspiraciones reales de Gabo
Dos pueblos colombianos con algo en común: fueron integrados a las historias relatadas por Gabriel García Márquez, convirtiéndolos en museos vivientes de su ficción.
Más allá de las tiendas de telefonía móvil y las motos zumbando como moscas en el sofocante calor, el pueblo natal de Gabriel García Márquez todavía tiene algo de magia. Sigue siendo un lugar donde las casas de madera en ruinas esconden sombreados jardines que hacen alusión a los misterios furtivos, donde una mujer de 96 años de edad se pinta de color de rosa las uñas de los pies, mantiene los pájaros cantores en jaulas, y niños gritones nadan en los canales de riego que fluyen al lado de calles calcinadas por el sol.
García Márquez dejó este polvoriento pueblo cuando todavía era un niño, pero más tarde regresó a su tiempo aquí como la fuente de su obra más importante, definida por un estilo conocido como realismo mágico. Aracataca se convirtió en el modelo para Macondo, el escenario para su obra maestra, Cien años de soledad.
La mayor parte de su tiempo aquí lo pasó en la casa de sus abuelos maternos, en donde se empapó de historias contadas por su abuela y otros parientes. Dijo que de hecho, era el modo de su abuela de contar las historias más fantásticas, el que inspiró la voz del narrador en Cien años de soledad. Ahora, el lugar donde se situaba la casa de sus abuelos, en la que nació y alimentó el animado mundo de sus obras de ficción, se ha convertido en un ordenado museo. Partes originales de la casa de madera se mantuvieron hasta hace unos años, pero eso fue totalmente derribado y reconstruido, según Daniel López, el director del museo.
En su lugar hay una nítida estructura blanca que en algunos aspectos se asemeja a un chalet suizo más que al estilo arquitectónico local de madera, que se pretende imitar. García Márquez pasó gran parte de su vida adulta en México, donde el escritor ganador del Premio Nobel murió a los 87 años el 17 de abril pasado. El embajador de Colombia en México dijo que una parte de sus cenizas se llevarían a Colombia, aunque no está claro en qué lugar.
Los cataqueros, llamados así por ser el gentilicio del pueblo de Aracataca, dijeron que esperaban que las cenizas fueran traídas aquí, tal vez para ser mantenidas en el museo. “Ese es el clamor de todos los cataqueros”, dijo Fabián Marriaga, de 60 años, un abogado cuyo suegro, Luis Carmelo Correa, fue amigo de toda la vida de García Márquez. Dijo que el autor llamaba por teléfono a su suegro mientras escribía, para verificar detalles en su hogar infantil. “Estamos en una gran cruzada para que nos den algo de sus cenizas para que descansen aquí”, comentó Marriaga.
Problemas sociales
A principios del siglo 20, Aracataca era un pueblo en auge dominado por las compañías bananeras estadounidenses. Hoy en día es un lugar polvoriento y caliente, con cerca de 40.000 habitantes, cuya población creció en los últimos años por los miles de refugiados de la violencia endémica de Colombia, desplazados por la guerrilla o, sobre todo en esta área, por grupos paramilitares de derecha.
Faltan buenos puestos de trabajo y existe un problema con las drogas ilegales. Muchas calles están sin pavimentar. Solo alrededor de un tercio de los hogares recibe agua potable. Y mientras que los camiones que transportan plátanos verdes todavía son comunes, las plantaciones de palma aceitera han reemplazado a muchos platanales.
La ciudad es lo contrario de una trampa para turistas. Más allá del museo y una sala de billar que se llama Billar Macondo, hay poco esfuerzo para aprovechar su relación con el famoso hombre. No se venden tazas con la imagen de García Márquez, no hay llaveros, no hay tiendas que vendan playeras temáticas de Macondo.
Rafael Jiménez, un poeta local que ayudó a iniciar el museo, quiere crear un Gabo Trail, en honor del escritor, llamado Gabo, que guíe a los turistas hacia los monumentos históricos que figuraron en su vida y obra. Pero hasta ahora esto es solo un sueño. Su preocupación es que los monumentos importantes de la ciudad y lo que queda de su carácter original se están borrando rápidamente.
Las viejas casas de madera, hechas de tablones de cedro, con amplias habitaciones, techos altos y tejados muy inclinados, diseñados para protegerse del calor, están desapareciendo rápidamente, en su mayoría reemplazadas por casas bajas de bloques de cemento, que son el estándar en toda la región. Hizo referencia a la esquina donde una casa grande de madera fue derribada para dar paso a una sala de billar y bar. “Nadie se hace cargo del paisaje cultural. Con el tiempo, terminaremos pareciéndonos a otra ciudad”, dijo Jiménez.
Testimonios
María D’Conti, de 96 años, vive en una casa de madera pintada de verde chillante construida un año antes de que ella naciera. Según Jiménez, el padre de ella, Antonio D’ Conti, fue inspiración para uno de los personajes de Cien años de soledad, el dandi italiano, instalador de pianos, Pietro Crespi.
D’ Conti recordó a García Márquez, a quien ella llamaba Gabito, jugando con otros niños en la plaza en frente de la casa de su familia. “Era lindo”, dijo, recordando cómo él y otros niños se situaban bajo los toboganes de agua que brotaba de los edificios durante las tormentas de lluvia. Mientras hablaba, una mujer le hizo pedicura y pintó las uñas de sus pies de un rosa brillante. En el patio trasero, las aves cantoras que cría revoloteaban en sus jaulas.
Su padre era dueño de dos cines, plantaciones de plátano y una hacienda ganadera, recordó. La familia era rica en aquel entonces, y también lo era Aracataca. Los dedos nudosos mostraron una fotografía en sepia de su padre, un hombre apuesto con una corbata ancha, cuello alto, pantalones impecablemente planchados, y el cabello bien peinado. Pero a pesar de estar consciente de la aparente conexión de la familia con la ficción de García Márquez, dijo que nunca había leído ninguna de sus novelas. “Tengo problemas de visión”, señaló.
Su hija, Isabella Vidal, de 60 años, profesora de arte de la escuela secundaria, expresó lo que es una contracorriente regular al culto de Gabo aquí. ¿Por qué García Márquez no regresó a su pueblo natal para patrocinar buenas obras?, preguntó. “Hizo mucho dinero como escritor y podría haber gastado algo de él pavimentando calles o construyendo clínicas de salud. “¿Qué le dio a Aracataca? Para mí, él no hizo nada”, expresó.
Desde sus inicios, viviendo a lo largo de las calles de tierra, García Márquez tuvo un impacto a nivel global, aunque su influencia literaria fue especialmente destacada en América Latina.
Héctor Abad, un novelista colombiano de una generación más joven, explicó que había un aspecto negativo en la larga sombra proyectada por la genialidad de García Márquez. “Su estilo realista mágico estaba mal imitado por muchas novelas turísticas que retratan una versión estereotipada de América Latina. García Márquez fue muy grande, pero lo peor que dejó fue su influencia”, dijo Abad. “Lo importante fue su ejemplo, como escritor y como persona, que nos muestra que podemos escribir sin miedo lo que queramos, con gran libertad. De modo esencial, Aracataca todavía se asemeja al Macondo de Cien años de soledad, que en el libro se convierte en una metáfora de la lucha del ser humano para superar el aislamiento.
En sus primeros años, Macondo estuvo completamente aislado, un pueblo perdido en la selva, y su fundador, José Arcadio Buendía, obsesionado con encontrar una conexión con el resto del mundo. Incluso hoy en día, en un mundo de telefonía celular, televisión por satélite y autos rápidos, los residentes aquí se irritan ante la idea de vivir lejos del centro de las cosas. “Aracataca era un viejo pueblo olvidado”, comentó Elena Romero, de 33 años, ama de casa, descansando en la sombra en un banco del parque. “Debido a que Gabriel García Márquez ganó el Premio Nobel, Aracataca es conocido en todo el mundo”.
Jorge Polo (56 años), comerciante y agricultor, que conoció a García Márquez en algunas de sus visitas, resaltó: “Le dimos su nacionalidad y nos dio reconocimiento. Le agradecemos por la felicidad de haber nacido en Aracataca”.