El soplo del mistral
A la búsqueda del rastro del poeta Frederic Mistral en su idílica tierra natal.
Gabriela Mistral, la gran poeta chilena, como sabemos, se llamaba Lucila Godoy. Ella compuso su nombre de pluma en honor de dos grandes vates a los que admiraba, el italiano Gabriele D’Annunzio y el occitano Frederic Mistral. Muy conocido en su época, Mistral incluso fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1904, pero hoy se sabe de él poco y traducciones de su obra al español son difíciles de conseguir. Puesto que estamos en el centenario de su muerte, fuimos a buscar su memoria en el mismo lugar donde nació y pasó la mayor parte de su vida.
Adrede hicimos largo el camino hacia Maillane, el pequeñísimo pueblo de Provenza donde nació el escritor. Cruzamos toda la Occitania, desde Bayona en el Atlántico hasta las bocas del Ródano, casi en el Mediterráneo. Es correcto hacerlo así y conocer a este país que se define por la lengua que Mistral rescató, sistematizó y engrandeció... Escogí acercarme a través de Arles, que queda bastante cerca. Pude elegir una base más cercana, pero Arles es un destino en sí misma.
No había taxis en la estación de Arles, pero como queda en una situación razonablemente central caminé arrastrando mi maleta. Dos o tres cuadras más allá encontré una parada de buses. La línea 2 pasaba por la calle del hotel que reservé. ¿Qué tan lejos me dejará? Ya se verá, lo hacía casi a ciegas. Me dejó en la elegante calle Clemenceau. Suerte, mi alojamiento estaba a cuadra y media. Madame Veronique regenta el Constantine, un hotel familiar, calificativo que lo uso resaltando sus mejores sentidos: calidez, limpieza, atención esmerada. La propietaria se identifica como una “típica occitana”. Le pedí que me ayudara a buscar la manera de llegar a Maillane.
No era fácil, la única probabilidad real era ir en taxi, aproximadamente ciento veinte euros. Mi anfitriona me sugirió recurrir a la oficina de turismo, que no estaba lejos. Para una pareja de atentos funcionarios, fluentes en francés, inglés y español, también resultó difícil hallar una ruta apropiada. Atentos dedicaron buen tiempo a mi pedido. Querían descifrar el acertijo porque pensaban que, seguramente, llegarían más visitantes interesados en el centenario de Mistral. Al final dimos con un nombre: Sophie Vulpian. Por teléfono me dijo que lo mejor que podía hacer es ir en bus hasta Saint Remy-de-Provence, en cuya estación me esperaría... ¿Qué les hice a los occitanos para que me trataran tan bien?
Al fin en Maillane
A las siete de la mañana abordé el transporte. Cualquier tensión se disuelve si lo que recorres es la campiña de la dulce Provenza, la parte más occidental de la Occitania. “Alma eternamente renacida, /alma feliz y orgullosa y viva,/ que relincha en el ruido del Ródano y su vientos,/ alma de armónica madera/ y de soleados arroyos;/ alma piadosa de la patria./ Te llamo encarnándote/ en mis versos provenzales”, cantaba Mistral.
Desembarqué y pocos minutos más tarde llegó Sophie Vulpien. En el trayecto me puso en antecedentes, su familia es propietaria de La Mas du Juge, la casa natal del poeta, y ella se dedica a mantener vivo el legado mistraliano. A ratos se siente una agradable tibieza, pero casi todo el tiempo sopla un viento frío, “es el mistral”... ah, aire seco, a baja temperatura, es culpable de los cielos azules que hacen tan luminosa a Provenza.
La campiña provenzal se despliega florida en los comienzos de primavera, al fondo azules están los montes Alpilles. A la casa maciza y grande se entra a través de una avenida de plátanos añosos, que bordean un olivar. De los tiempos de Mistral se conserva más o menos intocada una sala-comedor-cocina, que ha sido enriquecida con objetos contemporáneos del poeta, pero se nos advierte que la mesa es original. Sin duda sobre esa oscura tabla de madera se escribieron muchas de las obras de juventud del escritor.
Más allá del hecho físico de la escritura, La Mas de Juge con sus campos, su flora, sus campesinos, sus costumbres, es el escenario de Mireya, el libro más importante y conocido del vate. Esta novela narra una idílica y trágica historia de amantes de orígenes desiguales, pero con su romántica trama y su sentimental desarrollo se convierte en un manifiesto de la reivindicación de la lengua occitana y de la occitaneidad. Mistral rescató su idioma materno al que califica con sobrados argumentos históricos como "la primera lengua literaria de Europa", puesto que en ella cantaron los trovadores medievales, cuando los otros idiomas aún no se habían formado.
La bella propiedad tuvo que ser vendida para arreglar problemas de herencia, por lo que el poeta recién casado fue a vivir en la Casa del Lagarto, en el centro de la villa, en la que una placa reproduce un verso suyo: “¡Gayo lagarto, bebe tu sol!/ El tiempo pasa demasiado rápido,/ y tal vez mañana llueva”.
Al lado, en la casa que construyó con los importantes ingresos que le proporcionó Mireya, está el Museo Mistral, con recuerdos, imágenes y documentos, sobre todo con la biblioteca de la que se nutrió el escritor y que se sigue enriqueciendo con versiones y traducciones de sus obras. Recorremos el pueblito, en el que el tema central es la vida del premio nobel, quien siempre estuvo muy integrado con su comunidad. También nos remontamos a la abadía de San Miguel de Frigolet, un bello conjunto medieval, donde estudió Mistral en su infancia y que luego sería lugar favorito para su recogimiento.
L’oustalet Maianen no es barato por lo que opté por “la fórmula”, el menú que decimos aquí, para el almuerzo. Allí entendí qué es la gastronomía para los franceses. Cada detalle está cuidado: el pan, el vino, las guarniciones, ni qué decir de los platos principales. No es para nada raro en este país, en pequeños pueblos, encontrar restaurantes “estrellados” por la Guía Michelin... algo así parece pretender el propietario de este hostalete. Yo le “estrello” por mi parte.
Fiel a mis hábitos concluyo mi estadía con una visita al cementerio, en donde está la tumba de Mistral, llena de simbolismos alusivos a su vida y su obra. Mi exquisita anfitriona me deja en Saint Remy-de-Provence a la hora en punto para tomar mi bus. “Maillane es bello, Maillane, por favor,/ es más y más bello;/ Maillane, nunca te olvidaré...” , repito con el poeta de esta tierra.
La luminosa Arles
Dediqué mi última jornada en Occitania a recorrer una de las más bellas y famosas ciudades de esa región. Está llena de encantos, siempre se quedará algo para la próxima. Dicen que un fotógrafo no debe decir nunca “al regreso”. Pocas imágenes son tan famosas como el cuadro de Van Gogh Mi cuarto en Arles, millones de personas, yo entre ellas, oyeron por primera vez el armónico nombre de esta urbe en el título de esta pintura. El genial pintor holandés la escogió como residencia por su belleza, su tranquilidad y, sobre todo, su luz, por la famosa luz del Midi. Me habría encantado hacer la ruta de Van Gogh, pero será “al regreso”.
Los griegos ya se establecieron aquí, les siguieron los romanos, que dejaron su imperial huella en monumentos que no por estar hoy en ruinas son menos majestuosos. Tal es el caso del teatro, un hemiciclo que podía acoger a diez mil espectadores. Menos cabida tenía el anfiteatro de las Arenas, pero es más imponente. Allí donde los gladiadores combatían a muerte entre sí o contra animales, actualmente se desarrollan corridas de toros.
La adaptación para el nuevo uso es de lo más ingeniosa, respeta la construcción histórica, dándole una utilidad afín a la que debió tener hace dos mil años. Destaquemos que esta es una ciudad taurina, es verdad que estaba próxima la feria, pero manifestaciones de esta afición se ven por todas las calles. Hay quienes dicen que la fiesta de los toros disfruta de mejor salud en Francia, que la ha proclamado patrimonio cultural, que en España.
Junto al anfiteatro están la iglesia de Notre Dame de la Major, luce nueva frente a su colosal vecino, puesto que “solo” se consagró en el 452. Al costado hay una explanada, un mirador, desde el que se puede contemplar la ciudad partida por el Ródano.
A veces escribir no da satisfacciones, como por ejemplo entablar amistades con quienes nos leen a océanos y continentes de distancia. Ese era el caso de Wilma, una ecuatoriana que vive en Provenza, mujer informadísima y viajera en serio. Llegó el momento de conocerla, con ella recorrimos la Plaza de la República, en la que están el ayuntamiento neoclásico, un obelisco romano y la iglesia románica de Saint Trophime, con más de mil años.
Recorrimos otros sitios, pero sobre todo conversamos, hicimos comparaciones con los 48 países en los que esta señora ha estado más de un mes, las estadías menores completan un centenar. Evocamos la patria con angustia.
El mistral soplaba fuerte ya en la noche, a ver,... una sopita de espárragos. ¡Era una sopa fría!, que estará muy bien cuando haya avanzado la estación, pero disfruté de las morillas de la salsa que acompañaba la carne, un hongo que no había probado y que puede ser venenoso si está mal preparado. Lo mejor de la cena: el diálogo con materias que habíamos acumulado en seis años de correspondencia.