Colón en Panamá: Otrora ciudad vibrante
Los servicios bancarios y financieros y las grandes obras públicas han colocado a Panamá como una de las naciones de mayor crecimiento. Colón es la ciudad donde las realidades sociales distan de ese surgimiento económico.
En un extremo del canal de Panamá, la capital del país brilla con nuevos rascacielos; se está construyendo un metro, el primero en Centroamérica, y los nuevos centros comerciales y restaurantes están llenos de parroquianos. La ciudad se cree una mini-Dubái en el Pacífico.
A 40 millas de distancia, en el otro extremo del canal, en la ciudad de Colón, junto al Caribe, se colapsan edificios podridos, las aguas negras corren por los callejones, el servicio de agua es improvisado, y los delitos y la desesperación han lanzado a los manifestantes a las calles. Hace poco, cineastas de Hollywood hicieron de Colón, la segunda ciudad más grande de Panamá, la doble de Haití, el país más pobre del hemisferio.
Panamá está en auge, con un crecimiento económico promedio de 9% en los últimos cinco años, el más alto de Latinoamérica. Los servicios bancarios y financieros, y las grandes obras públicas, como el metro y la expansión del canal de miles de millones de dólares han alimentado a la buena fortuna.
El hotel y torre de condominios Trump de 70 pisos, el edificio más alto de Latinoamérica, está en la capital, la Ciudad de Panamá, y su bosque de rascacielos refleja la premura de la inversión extranjera, la especulación inmobiliaria, los inmigrantes extranjeros ricachones y, han dicho funcionarios estadounidenses, cierta medida de dinero del narcotráfico.
Sin embargo, Panamá también puede reclamar para sí algunas de las disparidades en la riqueza más cruda de Latinoamérica, según el Banco Mundial, y la persistente pobreza en Colón, a una hora en coche de los símbolos de la riqueza en la Ciudad de Panamá, sigue siendo un ejemplo flagrante y enconado, que enciende fricciones en esta ciudad.
Racismo
Colón, ubicada entre un puerto con mucha actividad y una elegante terminal de buques para cruceros, es una urbe hacinada y cacofónica con 220.000 habitantes, donde, en calle tras calle, hay descoloridas fachadas coloniales y edificios de ladrillos de hormigón cuya pintura se está descascarando y crecen yerbas en algunos de los pisos superiores. “Apenas si hay algunos empleos aquí”, dijo Orlando Ayaza, de 29 años, quien trabaja ocasionalmente en el muelle. “No los que tienen salario regular y prestaciones que necesitamos aquí”. Tiene una cicatriz de 2 pulgadas en el rostro, que atribuye al garrote de un policía durante los disturbios del año pasado.
Cuando se le preguntó por qué no se muda a la Ciudad de Panamá, se tocó la piel oscura del brazo. “Ven esto, y dices que eres de Colón, y te dicen: Para nada”, comentó. “Creen que todos somos ladrones aquí”.
La población de Colón es predominantemente negra, mientras que la de la Ciudad de Panamá es más de ascendencia europea, y muchos habitantes y analistas dicen que creen que la discriminación racial ha contribuido al estancamiento de la primera.
Tales disparidades se hacen cada vez más severas en economías prometedoras como Perú, Brasil y Ecuador, expresó Ronn Pineo, un investigador sénior en el Consejo sobre Asuntos Hemisféricos que estudia el cambio económico en Latinoamérica. “No ha habido crecimiento en todas las zonas urbanas”, señaló Pineo. “Y si existe algún tipo de división racial es difícil que cruce la afluencia, y la zona más pobre tiende a ser de un solo color”.
Pineo indicó que hace poco estuvo en Colón y la encontró “verdaderamente deprimente”. Colón solía brillar. A principios de 1900, durante la construcción del canal y después, floreció con teatros, clubes, restaurantes y bulevares bellamente arreglados. Los viejos recuerdan a visitantes distinguidos, como Albert Einstein.
Aumentaron los inmigrantes antillanos que buscaban empleo en el canal y en las instalaciones militares estadounidenses porque hablaban inglés. Incluso entonces, la discriminación se daba por hecho por lo que a los antillanos negros se les pagaba muchísimo menos –fajos de plata contra fajos de oro, en el lenguaje vulgar de la época– que a los trabajadores blancos. “La exclusión racial ha sido una carga para el desarrollo de las políticas públicas relativas a los panameños negros en general, y los de Colón en particular”, notó Jorge Luis Macías Fonseca, un profesor de historia en la Universidad de Panamá, en Colón.
Zona ‘franca’... no tanto
Conforme la Ciudad de Panamá creció y se modernizó después de la Segunda Guerra Mundial, se desvaneció el lustre de Colón. La reducción y cierre final de las bases militares estadounidenses con la transferencia del canal a Panamá en 1999 aceleraron la caída en picada de Colón. Aumentaron los delitos y la pobreza, y la clase media se mudó a los suburbios, a la Ciudad de Panamá o al extranjero.
La zona comercial franca de Colón, la más grande del Hemisferio Occidental, ha servido de poco para levantar las fortunas de la ciudad. Construcciones recientes, incluido un hotel, la modernización de un aeropuerto y un muelle para barcos para cruceros que permite que los visitantes realicen compras sin entrar en la sordidez, han beneficiado, en su mayor parte, a los negocios de la zona, de tiempo atrás una fuente de fricciones.
Surse Pierpoint, vicepresidente de la asociación de negocios en la zona franca, dijo que el gobierno central recibe 100 millones de dólares en ingresos anuales de la zona y los gasta como le place. Comentó que no sabe cuántos de los 30.000 empleados de la zona viven en Colón, pero reconoció que muchos provienen de los suburbios y de la Ciudad de Panamá. “Nunca se diseñó a la zona franca para tener el destino de Colón”, manifestó Pierpoint e indicó que se requeriría que el gobierno, los habitantes, los empresarios y otros “pensaran en forma original” para revivir las fortunas de la ciudad.
En octubre pasado, hubo protestas cuando el presidente Ricardo Martinelli, un magnate de los supermercados que ha hecho del desarrollo de los negocios una piedra angular de su mandato, impulsó la aprobación de una ley por la que se permite la venta de terrenos del Estado junto a la zona franca. Los habitantes lo interpretaron a la medida como el preludio a la expansión de la zona y a desplazarlos, y murieron varias personas en los disturbios.
Desde entonces, Martinelli se echó para atrás y este año comenzó un diálogo con los habitantes de Colón, los que le presentaron un pliego petitorio de 33 puntos, incluidos vivienda nueva, empleos y acabar con las perennes inundaciones en la ciudad, la filtración de aguas negras y la falta crónica de agua potable. Hace unas semanas se cerraron varias escuelas dentro de la urbe y en sus alrededores, por problemas en una planta de tratamiento de agua. Telarañas de tubos de plástico y cables cuelgan de los edificios, los signos de las conexiones improvisadas de agua y electricidad.
El diálogo llegó a un callejón sin salida en enero, expresó Edgardo Voitier, presidente del Frente Amplio por Colón, una organización de habitantes que ha realizado más protestas. Un importante punto de fricción, indicó, es la negativa gubernamental a garantizar que se quedarían en Colón los ingresos por la venta de los terrenos.
La oficina de Martinelli no respondió a los mensajes en los que se solicitaban comentarios. El gobierno argumentó que proyectos como una nueva carretera que conecte a Panamá con Colón, la expansión del canal, la construcción de un hospital nuevo en Colón y otras obras públicas han reducido el desempleo y la pobreza. Este mes, el gobierno anunció un proyecto de 9 millones de dólares para rehabilitar el parque playero en Colón.
Voitier rechazó esos proyectos por considerarlos solo de empleo temporal que harían poco por la gran cantidad de personas con trabajos informales.
Algunos impulsores de Colón han exhibido sus esfuerzos poco sistemáticos, cansados de esperar el rescate gubernamental. Kurt Dillon, un arquitecto y urbanista, ha liderado una coalición para salvar y restaurar algunos de los edificios que se derrumban en el centro histórico de la ciudad, y hace poco atrajo a docenas de preservacionistas para elaborar un plan con ayuda del Fondo Mundial para Monumentos, una organización independiente y sin fines de lucro. “La sociedad civil tiene que hacer las cosas aquí”, señaló.
A pesar de los encantos de la Ciudad de Panamá, muchos habitantes no tienen interés alguno en abandonar el lugar que es su hogar. “Si todos nos vamos a la Ciudad de Panamá, ¿qué queda aquí?”, preguntó Alma Franklin, de 25 años. Ha trabajado en establecimientos de comida rápida y batalla para darles de comer a sus tres hijos, pero no tiene fe en que la ayude el gobierno. “Este país preferiría olvidarse de Colón”, acotó.