Cuando un muro desgarró a una ciudad

13 de Noviembre de 2011
Nicholas Kulish (The New York Times)

Una mirada actual al ícono de un momento histórico que transformó el panorama político mundial.

Gunter Schlusche estaba de pie en lo que alguna vez fueron los cimientos del edificio 10 A de la calle Bernauer, frente a los bloques de hormigón y mortero que permanecían en el lugar, justo como medio siglo antes, cuando trabajadores de Alemania Oriental tapiaron con ladrillos las ventanas de la vivienda el día que se erigió el Muro de Berlín.

“Esto es como un barco hundido que ha salido a la superficie para contar su historia”, dijo Schlusche de la casa en la frontera, evacuada el 24 de septiembre de 1961, y demolida menos de cuatro años después. Hace poco fueron desenterrados los cimientos, mientras una cuadrilla de trabajadores expandía una sección del monumento al Muro de Berlín que fue develada recientemente para conmemorar el 50 aniversario de su construcción.

“Aunque quizá no sea un templo griego, esto es arqueología”, dijo Schlusche. Hace dos años, el vigésimo aniversario de la caída del Muro fue celebrado por el gobierno alemán con invitados europeos. La caída ceremonial de fichas de dominó gigantescas tenía el propósito de representar la caída del comunismo en toda Europa Oriental.

Este es un momento más oscuro que recordar, la mañana del 13 de agosto de 1961, cuando los berlineses despertaron para encontrar que soldados habían erigido barricadas con alambrada de púas, cerrado el tránsito vehicular y suspendido los enlaces ferroviarios entre el oriente y el oeste de Berlín. Hasta este día, el recuerdo saca a la superficie temas no resueltos. Los alemanes nunca llegaron a aceptar del todo la construcción de un muro que desgarró a su ciudad durante 28 años, forjando una frontera en la que alemanes les dispararon a otros alemanes por tratar de viajar al otro lado de la ciudad.

El grado de ambivalencia con respecto a la caída del comunismo y el final del estado de Alemania Oriental fue evidente en un sondeo de opinión publicado por el diario Berliner Zeitung, en el cual un tercio de los berlineses pensó que la construcción del muro estuvo justificada o parcialmente justificada para frenar la ola de refugiados que se marchaban hacia el Oeste.

En Schlusche, el arquitecto berlinés que coordinó la construcción del Monumento del Holocausto no muy lejos de la Puerta de Brandemburgo, ha recaído la tarea de actuar como el director de la orquesta de constructores, arquitectos paisajistas, diseñadores y pintores para crear una estatua apropiada sobre casi un kilómetro de terreno que finalmente pudiera ayudar a los alemanes a superar este elemento de su complicado pasado.

El problema que enfrentaron Schlusche y el equipo del monumento del Muro de Berlín fue cómo evocar los ominosos sentimientos de un muro que prácticamente ya desapareció actualmente. Cuadrillas de trabajadores demolieron grandes secciones del muro después de que fue abierto finalmente el 9 de noviembre de 1989, al tiempo que individuos cincelaron pedazos que se llevaron como recuerdos. Luego de unos pocos años, los visitantes ya no podían decir en muchos casos dónde había estado alguna vez esta reliquia de la Guerra Fría.

El monumento incompleto es como un parque, con pacíficos campos de césped salpicados por puestos de información. Se reproducen famosas fotografías en los costados de los edificios adyacentes, como la icónica imagen del fotógrafo Peter Leibing de un joven soldado de Alemania Oriental con su casco de metal en forma de hongo que da algo similar a un salto de ballet hacia la libertad sobre el alambre de púas.

Memorias...

Sin embargo, algunas secciones del propio muro siguen siendo el punto focal. A lo largo de secciones originales de la barrera, los trabajadores erigieron postes de metal de la misma altura –casi 3,60m– hechos de acero rojo óxido. “Una reconstrucción nunca es auténtica”, dijo Schlusche. “Estamos conservando lo auténtico”. Los postes metálicos representan lo que él llama un “nuevo mapeo” del muro, no un esfuerzo por recrearlo.

Ingrid Bottcher, una residente de Berlín durante 46 años, dijo que no estaba segura con respecto a los postes de acero después de haber leído sobre el asunto en el periódico. Pero, al estar parada ante ellos, declaró: “Funciona”. Estaba actuando como la anfitriona de algunos visitantes y acababa de regresar de enseñarles el famoso cruce fronterizo conocido como Retén Charlie, del cual dijo que era “solo un carnaval”, con actores vestidos con antiguos uniformes militares que posaban para fotografías en un mar de turistas.

La calle Bernauer es más reflexiva. Las exposiciones incluyen fotografías de las víctimas, incluidos niños pequeños, asesinados al intentar cruzar la frontera. Los visitantes escuchan testimonios en audio y ven videos mientras caminan por lo que solía ser la franja de la muerte, la tierra de nadie del lado oriental del muro donde los guardias disparaban a matar.

“Usted estaría muerto y él también, y yo me habría agazapado rápidamente por ahí”, dijo Axel Marquardt (46 años), quien creció en la ex Alemania Oriental cerca de Magdeburgo. Recordó la primera vez que vio el muro. Era invierno y podía ver las huellas de los perros guardianes en la nieve. Dijo que había observado el ir y venir de patrullas y pensó: “Nunca podrías cubrir esos 10 metros”.

Los desacuerdos con respecto al lugar del muro en la historia suelen describirse en términos de alemanes orientales contra alemanes occidentales. Pero, la animosidad persistente hoy es mayormente entre alemanes orientales, enemistando a las víctimas del gobierno contra trabajadores del sistema, dijo Hope M. Harrison, profesora de historia y asuntos internacionales en la Universidad George Washington. Ella estuvo en Alemania promoviendo la traducción de su libro, en el cual detalla cómo los soviéticos intentaron resistirse a las demandas del líder de Alemania Oriental, Walter Ulbricht, de aislar a Berlín.

“Entre historiadores y expertos alemanes ahora dan por hecho que Ulbricht quería cerrar la frontera y los soviéticos no. Pero la mayoría de los alemanes aún se lo achacan a los soviéticos, la Guerra Fría y al conflicto entre estadounidenses y soviéticos”. dijo Harrison.

Schlusche dijo que pese al desacuerdo persistente, el proyecto era menos polémico en muchas formas que el monumento a los Judíos de Europa Asesinados, diseñado por el arquitecto neoyorquino Peter Eisenman e integrado por 2,711 lajas.

“Esa fue una ubicación simbólica, en tanto aquí tenemos la ubicación original”, dijo Schlusche. Bajo sus pies, franjas de metal marcaban el sitio donde alemanes orientales que escaparon cavaron túneles hacia la libertad debajo del muro y, a unos cuantos metros de distancia, donde la Stasi, la policía secreta de Alemania Oriental, había cavado un túnel para impedir su cometido.

El monumento tiene poco más de medio kilómetro de largo ahora y se extenderá finalmente hasta 1,29 kilómetros. “Nuestra tarea consiste en hacer que el terreno hable por sí mismo”, declaró Schlusche.

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