El raro valor de los objetos comunes
Aquellos objetos que para algunos es basura para otros son verdaderos tesoros que llegarían a costar miles de dólares.
¿Cuánto vale la puerta desgastada de un hotel en ruinas de Nueva York, con una X pintada en aerosol y descartada después de una renovación? Si esa puerta era de la habitación de Jack Kerouac: $ 37.500. Si era para la habitación de Bob Dylan: $ 125.000.
¿Qué tal una casa algo deteriorada en la que pasó tiempo una activista por los derechos civiles en Estados Unidos durante los años cincuenta? Por lo menos un millón de dólares.
Muchas personas desecharían estos objetos. Pero otros los atesoran como si se tratara de un Picasso o un Renoir. Y es que en momentos en los que la información hasta de los objetos más extraños puede ser hallada en internet y los aficionados de todo el mundo pueden conectarse, los desechos de alguien bien pueden convertirse en tesoros.
“No pasa ni un día entre que las personas nos presentan colecciones interesantes”, dijo Arlan Ettinger, presidente y director ejecutivo de Guernsey’s, casa subastadora que se ha ganado la fama de poner a la venta objetos poco tradicionales. “¿Tendrá un efecto sobre el público? Con esa respuesta decidimos si venderlo en subasta”.
En días pasados Guernsey’s subastó varios objetos históricos y culturales de la población negra estadounidense, como el primer contrato firmado por los Jackson 5, los guantes de boxeo de Archie Moore, un manuscrito con notas al margen de la biografía de Malcolm X y el documento de herencia de la activista Rosa Parks.
La casa donde esta mujer –reconocida por rehusarse a ir hasta atrás del autobús como lo establecían las normas en ese entonces– se quedó en Detroit después de irse del sur estadounidense donde regían esas reglas también será subastada. El precio de inicio es de un millón de dólares. La casa ya fue mudada de ida y vuelta a Alemania; se encuentra en dos contenedores en un almacén en las afueras de la ciudad de Nueva York.
Este tipo de objetos representan varias interrogantes que no necesariamente surgen de obras de arte con una procedencia más establecida o un historial de venderse bien en subastas. Por ejemplo, sobre el valor inherente de los objetos si los nombres a los que se vinculan no son tan inmediatamente reconocibles. Y sobre su valor futuro, que puede ser impredecible.
En abril, Guernsey’s subastó 52 puertas del Chelsea Hotel, sitio famoso en Nueva York por los artistas y escritores que se hospedaron ahí. Cuando las puertas fueron tiradas a la basura durante una renovación, Jim Georgiou, un hombre indigente y quien antes se había quedado un tiempo en el hotel, las recuperó e investigó quiénes se habían quedado en cada habitación.
Todas las puertas –astilladas y marcadas con las X que indicaban su futura demolición– costaron más de lo que uno pagaría por un portón hecho a la medida.
La entrada a la habitación donde Janis Joplin y Leonard Cohen pasaron una noche juntos se vendió por $ 106.250. La de Andy Warhol se subastó en $ 65.225 y la de Jimi Hendrix, en $ 16.250. La de Joni Mitchell podría considerarse una ganga en comparación: $ 10.000.
Es difícil predecir si los objetos desechados tendrán valor para alguien más. Algunos psicólogos cuestionan si la basura de otros siquiera tiene valor, punto. “Aferrarse a lo desechado con la esperanza de que se aprecie de manera espectacular es como comprar un boleto de lotería para el cual no se darán a conocer los números ganadores sino hasta dentro de cincuenta años”, dijo Brad Klontz, psicólogo financiero que vive en Hawái. “Es una apuesta con muy pocas probabilidades de ser ganadora que requiere el espacio para almacenarlo y muchísima paciencia”.
Para algunos, es una muestra de acaparamiento compulsivo.
Algunas veces los precios sorprenden. Hace varias décadas, los animales de carruseles hechos a mano empezaron a ser remplazados por figuras más nuevas. Un hombre que coleccionó noventa de los animales los subastó por medio de Guernsey’s en los años 80; Ettinger dijo que el hombre esperaba $ 30.?000 para costear el cuidado médico suyo y de su hija.
Al final, la subasta superó el millón de dólares y hoy en día cada uno de esos animales puede venderse en más de $ 100.?000 si fueron hechos por escultores de renombre, como Daniel Muller, quien tenía una empresa de carruseles a principios del siglo XX.
Parte del contrato muestra la firma de Joe Jackson y la dirección de la familia en Gary, Indiana. Gabriella Angotti-Jones/The New York Times.
Pero los precios bien pueden desplomarse. La bola de béisbol con la que Mark McGwire impuso un récord de setenta cuadrangulares se vendió por $ 3 millones en 1999; fue un máximo histórico para artefactos de ese deporte. Pero el logro de McGwire quedó empañado por sospechas del uso de esteroides y su récord fue sobrepasado por Barry Bonds en 2001, con 73 jonrones. “Ya no vale mucho hoy”, dijo Ettinger. “Lo que lo hizo notable ya no es así”.
Ponerle valor a vínculos tan pasajeros vuelve difícil determinar qué se va a encarecer y qué seguirá siendo un ornamento o decoración que costó mucho más que un candelabro.
Los caballos de carruseles sí aumentaron su valor; son incluso objetos preciados para museos por la artesanía que implican.
Las puertas del Chelsea Hotel no son de artesanos; su valor yace en quienes se hospedaron detrás de ellas. Pero esas asociaciones con la fama, como la pelota de McGwire, posiblemente desaparezcan en un futuro.
Y hay objetos que parecerían históricos y aun así no se venden. Como 28 metros de cinta de teleimpresora que se usaba para anunciar las noticias de último minuto a las redacciones de medios en el pasado. Usualmente se descartaba en cuanto se leía, pero M. S. Rau tiene la cinta del Día D, el 6 de junio de 1944, cuando las tropas aliadas desembarcaron en las playas de Normandía. La cinta muestra todos los eventos enviados a redacciones desde las 08:00 hasta las 16:35. Está valorada en $ 38.000, pero nadie lo ha comprado desde que salió a la venta en 2015.
Muchos mantienen la esperanza de que objetos que otros consideran basura sí terminarán por ser valiosos. Larry Moss, dueño de un banco de sangre en Memphis, tiene algunos billetes firmados o cheques con la firma de expresidentes estadounidenses, así como muchos objetos de Elvis Presley.
Estos últimos terminaron siendo muy buena inversión a finales de los años 90, en momentos cuando su negocio estaba en aprietos. Incluyen el traje blanco que usó Presley durante su especial televisivo de 1968 y el piano color blanco que tocó alguna vez cuando vivía en Graceland.
“Trabajé durante un año y medio sin sueldo, pero vendí esos dos objetos y recibí el apoyo de mi familia”, dijo Moss. “Hubo un tiempo en el que las cosas no iban bien, pero Elvis me ayudó”.