El pan de amor: Cuento de Emilio Bruzzone
Tal cual como lo escribió el 14 de febrero del 2010, este cuento fue una inspiración del recordado Emilio Bruzzone, gerente de desarrollo del Hotel Continental, fallecido recientemente. Hoy, este visionario hotelero y chef, cumpliría 74 años.
“Soplaban vientos de septiembre cuando se hizo presente la diosa Guyanga, la de las lluvias costeñas, en forma de una tenue garúa, para anunciar a Demetrio el final del verano. Algunos grillos acompañaron a la diosa con sus destemplados violines.
Demetrio se preparaba a cultivar el trigo que los españoles habían sembrado, apenas dos veranos antes y que, para el pueblo sorprendido, habían preparado algo comestible que lo llamaban pan.
Se sentó sobre una piedra para elecubrar sus primeros planes para cosechar un fruto que solamente lo había visto en forma de una rama con muchas puntas: el trigo. Se había animado a sembrarlo porque le hicieron probar una preparación que los blancos llamaban pan: una bola irregular de algo que era color del tamarindo por fuera y el de una chirimoya por dentro; no era dulce, no era agrio ni era amargo; en efecto, le recordaba el sabor de la ´fruta de mico´ cocinada (ahora cocinada como la fruta de pan). Él había comido bollos de toda clase, bolas de verde, mote, camote, malanga y otras delicias parecidas de la tierra. Pero el sabor del pan lo había francamente fascinado.
Sembró, esperó, cosechó y secó las espigas al sol. Las majó entre dos piedras planas, hasta reducirlo a un polvo blanco amarilloso. Con el polvo ya listo aprendió a hacer pan, como los blancos, y de esa forma se ganó la fama de 'panadero' del pueblo. En poco tiempo desarrolló los secretos de la panificación, el leudo y los tiempos de horneado.
Al cumplir los 30 años, después de casi 10 de hacer pan, aburrido de hacer lo mismo, encargó el negocio a un pariente y volvió a donde había nacido, cargado de riquezas y fama. Se dedicó a la meditación y a dar gracias por su buena suerte, sin descuidar las quejas necesarias al dios de las parejas, porque hasta esa fecha no había encontrado novia que lo complaciera. Generalmente recibía desprecios por lo sencillo que parecía ser su oficio.
A tiempo que ocurría su cambio de domicilio, surgió la presencia de una desconocida, alguien que nadie conocía ni nadie daba razón. Dicen que era una chola hermosa, de rostro terso, finamente perfilado, de labios gruesos y ojos de pechiche. Poseía lo mejor de las dos razas. Caminaba como denunciando su fragilidad, su ajustada cintura, sus muslos que apenas se perfilaban bajo la falda y sus piernas de generosa hechura. Nada desentonaba. Ella era bella hasta para Demetrio, que era más bien tímido, así como que medio descuidado. Los comentarios la ubicaban como norteña, de los valles de Portoviejo o por ahí.
Demetrio no pudo ignorarla y al verla saltó de su nube hasta la tierra para admirarla. No se le iban los ojos porque los tenía pequeños y hundidos, pero era evidente que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por conocerla.
Fue un encuentro fulminante. No pasó mucho que Demetrio se decidió a preguntarle el nombre. Parece que ella intuyó las intenciones de él y presurosa le contestó: “Soy Amoricia y busco al que sabe hacer pan”. “Con él estás hablando” le contestó con una cierta dulzura que la convenció de entrada. “Vengo de lejos en busca de un pan especial que agrade a la diosa de los enamorados; esa ha sido mi promesa y en tal virtud ella me ha prometido un novio. Vengo en busca del panadero.
“Ven” le dijo en tono seguro de que ella accedería, “ese panadero soy yo. Te voy a llevar donde hago pan” y así fue. Caminó tras de él hasta su vivienda donde la invitó a entrar. Penetró con ella hasta el taller donde tenía las mesas y los hornos y sin rodeos la sentó a un lado, cerca de la mesa, mientras dio inicio a la preparación del pan.
Tan emocionado estuvo que en vez de poner sal al pan, como él acostumbraba, le puso azúcar; quebró unos huevos para ligar la masa, y mientras mantenía un diálogo ameno, le fue agregando todo lo que pudo encontrar a la mano, algo así como para alargar la tarea y poder conversar más. Le puso pasas, unas frutas confitadas, almendras y unas nueces que estaban a la mano. En fin, hizo una mezcolanza nunca antes hecha, que solo el amor habría podido perdonar tamaño descuido. En realidad Demetrio estaba tan fascinado con la presencia de esta extraña que no le importaba lo que saliera de ese tutti fruti.
La convenció para que se quedara hasta leudar y ahornar la preparación, seguro de poder entretenerla, por lo menos, dos horas más. No es que se hizo de rogar, Amoricia, la muy pícara, se quedó, a sabiendas del riesgo que ello implicaba.
Lo cierto es que la espera no fue en vano, cuando después de una hora hubo leudado la masa la puso al horno, y una hora después se podía oler desde una legua que el perfumado pan había salido del horno. Preparado que resultó extraordinario, sabroso y nunca antes visto. Ella quedó impresionada de la habilidad del panadero, tanto así que después de probarlo le pidió que le preparara una docena de ese mismo pan para llevarlo a su familia.
Los ancianos que relatan esta historia dicen, pues, que con la aparición del “pan de amor”, que así dieron por llamar. Demetrio retuvo indefinidamente a Amoricia, con el cuento del pan, hasta que ella lo aceptó como esposo.
Y por eso, cada invierno, en febrero, repetimos el pan de amor que hizo Demetrio, y lo ofrecemos en La Canoa, para los que buscan novia o para los que renuevan el amor a su pareja”.