Memorias de una nieta
¿Cómo es vivir con una abuela de 100 años y que es reconocida como una pionera industrial? Es lo que nos cuenta Pilar Piana Roca, descendiente de doña Clara Bruno de Piana.
Tengo la oportunidad de compartir con un miembro de la familia que tiene 100 años de edad, mi Nonna Clara, y es una experiencia inigualable que no se puede encontrar u obtener de algún libro o profesor. Especialmente cuando aún tengo la suerte de sostener conversaciones o discusiones con ella, sobre temas laborales, sociales, empresariales, familiares e incluso sobre cualquiera que sea el tema de interés que mi Nonna haya leído en el periódico del día.
Soy la última, o mejor dicho, la menor de los nietos de la Nonna, así que joven no la conocí, pero posiblemente sí más sabia. Cuando yo nací ella ya tenía 67 años, ya había muerto mi Nonno, pero habían creado una gran corporación que incluía alrededor de 24 empresas que empleaban a unas dos mil personas y que fomentaban el desarrollo agrícola y empresarial del país. La Nonna se abrió paso en un mundo de hombres, donde era impensable que la mujer trabaje y peor que sea líder.
La Dama del Girasol, como la denominaron en un reportaje del año 1991 en Diario EL UNIVERSO, por haber ingresado el girasol en el país —además de la soya— ya era reconocida por su éxito empresarial y su manera de liderar, con amor, tenacidad, humildad, valor, fe, paciencia y honestidad, y por su incansable labor social.
Más allá de los logros
Pero para mí, la Nonna es más que premios y logros. Al principio, hasta mis 17 años, ella era una persona lejana para mí. La Nonna me significaba pasta, champaña, un reloj de madera que marcaba las horas con un sonido imponente, medio tenebroso y secreto, una casa divertida y grande para jugar a las escondidas y reventar muchos fuegos artificiales en fin de año.
Más adelante tuve la oportunidad de compartir un poco más con ella cuando en 1993 viajamos, como era de costumbre cada año con diferentes miembros de la familia, a varias ciudades de Europa y a Egipto. Recuerdo que le huía a la Nonna, porque nos retaba todo el tiempo por no ir al mismo ritmo de su caminar. Ella tenía 80 años y yo 13.
No fue hasta cuando hicimos un viaje a Alaska (EE.UU.) en 1997, que su forma de ser me llamó la atención. Yo quería conocer y ver de cerca los glaciares. Mi papá aprobó un tour a un enorme glaciar el cual incluía una caminata y un viaje en helicóptero sobre este, y la persona quien me acompañó emocionada y sin dudarlo ¡fue la Nonna!
Cómplices
Después pasaron algunos años, yo vivía fuera del país y a mi regreso de la universidad comencé la aventura de emprender mi negocio y también comencé a tener mis encuentros personales con la Nonna. Buscaba en ella consejos, inspiración y motivación.
De ahí, poco a poco empezamos a convertirnos en cómplices: yo muchas veces de sus paseos para descubrir y admirar sitios de Guayaquil y sus cercanías, como el Cristo Negro, la Playita del Guasmo o Puerto Hondo. Ella, la cómplice de mi pasión por la escritura, por narrar historias, de mis ideas y emprendimientos, momentos en los que me compartía frases como “la vida es como tú quieres que sea” o “la vida es como una rosa con espinas, hermosa pero también llena de momentos difíciles”.
En cada viaje, aventura y conversación iba entendiendo esta mezcla de alma de niña traviesa y ocurrida con la madurez de una mujer responsable, que tiene un verdadero interés y preocupación por ver que los individuos se superen, sean personas de bien y que el país se desarrolle.
Más sueños por cumplir
Ahora, a sus 100 años, ella está en una silla de ruedas porque las piernas ya no le responden al ritmo que va su mente y su corazón, los cuales todavía arden por contribuir a la sociedad. Aun así, no se detiene y, sin importar el lugar o tipo de terreno, ella usa su silla de ruedas o andador para llegar a cualquier sitio. Hace poco viajó hasta Yaguachi para sembrar un árbol de samán, con la intención de motivar a que las autoridades siembren un bosque por cada centenario que vive y le llamen “el parque del Centenario”.
Para muchos, su estado mental es un privilegio; para ella, es una frustración en algunos momentos, porque no se da cuenta de su edad. No me imagino cómo debe ser esa sensación, por eso trato de acompañarla y apoyarla como pueda.
Entonces ¡sí!, la Nonna es una persona que por su tenacidad y trabajo incansable influyó en la economía del país y de miles de personas. ¡Sí!, la Nonna fue la primera mujer, junto con Carmen Estarellas, en obtener el título de contadora. ¡Sí! La Nonna ha sido condecorada muchas veces por sus logros empresariales y por su labor social.
Pero yo a la Nonna la admiro por ser una mujer ocurrida y de mucha voluntad, que ama la vida. La admiro por tocar y cambiar la vida de muchas personas, por enseñarme a vivir con fe, pasión, entrega y desapego; por enseñarme lo hermoso de la unión familiar y motivarme a pensar que hay más gente que busca hacer el bien que el mal.
Por sobre todo, yo la admiro por ayudarme e inspirarme a cultivar cualidades que cautiven y ayuden a más personas, y que pase lo que pase, siempre sean nuestro norte.
Hasta mis 17 años, ella era una persona lejana para mí. La Nonna me significaba pasta, champaña... una casa para jugar a las escondidas y reventar fuegos artificiales en fin de año”, Pilar Piana
Comencé la aventura de emprender mi negocio y también empecé a tener mis encuentros personales con la Nonna. Buscaba consejos, inspiración y motivación”, Pilar Piana
Vida y obras
Hace dos semanas cumplió un siglo de vida doña Clara Bruno de Piana. Nació en Guayaquil, el 17 de noviembre de 1913, y vivió su infancia y juventud rodeada de sus padres y tíos maternos, todos de Génova (Italia).
Se graduó de contadora en el colegio La Inmaculada. En 1932, con título en mano, le pidió a su padre trabajar con él, en el depósito de maderas El Pailón, en Esmeraldas. Puso en práctica sus conocimientos y aprendió todo sobre la industria en un tiempo en que las mujeres no trabajaban.
Se casó con Francisco Piana Ratto en 1938, con quien procreó 4 hijos: Juan, Luis, Carlos (+) y Ana María. Vivieron en la isla de Limones (Esmeraldas), hasta que colocaron a su esposo en la “lista negra”, a consecuencia de la guerra entre Japón y Estados Unidos, en 1941. Entonces, se fueron a vivir a Quito.
Cinco años después regresan a Guayaquil. Las décadas del cincuenta y sesenta vieron nacer sus grandes empresas: aceites, jabones y de comercialización de productos extranjeros. Sus hijos se incorporaron a los negocios, subiendo la cuesta todos juntos.
También fundó una fábrica para la elaboración de alimentos balanceados, en 1976. Un año antes sufrió la partida de su compañero de vida, razón por la cual quiso ponerse los hábitos. Pero, en vez de eso, se dedicó a la obra social dirigiendo Múnera, actividad que le ayudó a sobrellevar la pena.
Para esta época había sido además cónsul de Italia en Guayaquil y siguió impulsando la ayuda social desde otros frentes en los 80. En la siguiente década comenzaron algunas dificultades económicas para sus industrias. Pero el mayor golpe fue la pérdida de su hijo Carlos.
La vida continuó para ella gracias al cariño de su familia y buenos amigos.
Finalmente, en el 2006, vendió Villa Golagh (sur de la ciudad), donde crecieron sus hijos, y se cambió a un departamento. Ahí celebró sus 100 años.