‘Mi primer Mundial’
Pese a los problemas de logística, atraso de obras, el brasileño no dejó de dar muestras de calidez y aprecio a los ecuatorianos.
La primera vez que seguí con emoción un Mundial de Fútbol fue cuando tenía 9 años. Se jugaba en México, en 1986, y mi apoyo iba para las selecciones sudamericanas clasificadas, Argentina, Uruguay, Paraguay y Brasil.
A la que mayor atención le ponía era a la Verdeamarela, porque entre mis compañeros de escuela se hablaba mucho de Sócrates, Falcao, Zico, Alemao y Careca, a quienes teníamos como ídolos. Brasil era el favorito por el plantel que tenía; esto hizo que durante un mes me convirtiera en un pequeño ‘torcedor’ del gigante sudamericano; la tanda de penales con la Francia de Michel Platini mandó de regreso a los brasileños, y con ello se diluyó mi interés por el Mundial en aquella ocasión.
Veintiocho años después me llegó la oportunidad de cubrir como periodista por primera vez una Copa del Mundo, en Brasil, y con la selección ecuatoriana como participante.
Confieso que meses antes del inicio del torneo tuve cierta ansiedad por vivir lo que por años se ha denominado la fiesta del fútbol, y por conocer más la cultura, la gente, las ciudades de un país al que apoyé en mi niñez. Pero a esa ansiedad le añadía cierto recelo por las noticias que llegaban desde el mismo Brasil sobre atrasos en la terminación de estadios, aeropuertos, problemas de conectividad e inseguridad.
Habían huelgas en rechazo a lo invertido para el Mundial (unos $ 11 mil millones fueron del Estado brasileño), pero en los 19 días que estuve allá no me encontré con esas protestas callejeras. Lo que sí vi fue pesimismo en la gente con respecto a su selección y el torneo.
Aquel axioma de que Brasil tiene el mayor número de hinchada –por los 198 millones de habitantes- se me desbarató en la misma tierra de Pelé, con las opiniones de algunos de sus habitantes. El primero fue Alfredo, un taxista de Gravataí (situada a unos 40 minutos de Porto Alegre) que trasladaba a los que estábamos hospedados en un hotel de esa localidad.
Durante un recorrido le pregunté sobre su selección y el Mundial. Su respuesta fue casi una sentencia: “No llegará a la final, no tiene equipo”. Su opinión no difería con la de otro colega, solo que esta era en una ciudad distinta: Brasilia. El día del debut de Ecuador me trasladaba hacia el estadio Mané Garrincha en taxi y el conductor, Jorge Luiz, tuvo una respuesta lapidaria sobre el Mundial: “Hay otras prioridades: educación, salud; es mucho gasto”, dijo. Aunque le gusta el fútbol, no veía a Brasil en la final. “Llegará a cuartos o semifinales. Brasil es solo Neymar”, advirtió.
Días después, Alfredo y Roberto acertaron; tuvieron razón sobre la Verdeamarela, pero dudo que hayan pensado que la despedida iba a ser tan calamitosa (7-1).
Brasil es casi un continente (ocupa el 46% de Latinoamérica), por lo que era obligatorio ir en avión para trasladarnos desde Porto Alegre hacia Brasilia, Curitiba y Río de Janeiro, donde tenía que jugar la Tri; en ese ir y venir a los aeropuertos me tocó ver los atrasos.
En el aeropuerto Salgado Filho de Porto Alegre había obras inconclusas en la parte externa, y en el de Curitiba, la delegación ecuatoriana tuvo que llegar y salir en dos vuelos (con intervalo de diez horas), debido a que la pista no era extensa como para que aterrizara un avión de mayor capacidad. Los atrasos también se vieron en los estadios; en el área de prensa del Mané Garrincha, los cables y extensiones eléctricas colgaban del techado.
En el Arena da Baixada de Curitiba, subir seis pisos en escalera para ir al área de tribuna de los medios parecía más una prueba de resistencia física en la que al llegar te esperaba un voluntario de la FIFA con botellas de agua; no había ascensor como en otros escenarios.
El clima fue otro factor que nos chocó, acostumbrados a ver en fotos y en televisión a un Brasil tropical. En Viamão (sede de la Tricolor), Gravataí y Porto Alegre, el frío, lluvia y neblina fueron lo característico. No obstante, los atrasos en la obra física, los problemas de movilización y un clima gélido (diez grados) por esta región no disminuyeron mi entusiasmo por este mi primer Mundial.
Cada ciudad resultaba un mundo diferente: mientras en Porto Alegre la fiesta por el Mundial la viví en los Fan Fest de la FIFA y alrededores del estadio Beira Río, en las horas que estuve en Río de Janeiro para el partido pude observar en sus playas y calles el colorido de las camisetas y banderas, y escuchar el bullicio de las cornetas y tambores que te hacían sentir que estabas en una verdadera fiesta futbolera.
Pese a las distancias, las diferencias marcadas en lo social, costumbres, no olvidaré la calidez, el cariño, atención y apoyo del brasileño hacia nosotros los ecuatorianos.
No ganaron la Copa del Mundo como querían; la cuestionada organización marcará un precedente en ese país, pues les tocará en lo posterior a sus gobernantes atender más en lo social. "El fútbol solo beneficia a los que juegan, a los grandes clubes; a mí en qué me beneficia", me contaba Alfredo. En el país más futbolero y con más títulos mundiales era difícil asimilar esa frase.