Recordando antiguos cines
Texto y fotos: Jorge Martillo Monserrate
Cuando las luces se apagan, comienza la magia del cine. Siempre ha sido así. Soy adicto al cine desde antes de nacer. La historia es que mi abuelo administró cines y mi padre fue operador de varias salas y mi madre que no se perdía un estreno, iba conmigo adentro.
De pequeño desde la luneta vi los estrenos del cine mexicano que mi padre proyectaba en el cine barrial Juan Pueblo –Gómez Rendón y Abel Castillo–. La galería estaba abajo. Ahí nacían los gritos de protesta contra el operador desde “¡No robes Mantequilla!” –es que existió un operador de cine apodado Mantequilla y dicho apodo fue asignando a todos en Guayaquil– hasta insultos a mi abuela y golpes a los asientos de madera.
El público también se rebelaba cuando la proyección se suspendía porque los rollos no llegaban de las otras salas. Los corredores eran los encargados de trasladar a puro pedal de bicicletas esas cajas de aluminio con la película. Y ocurría que a veces se quedaban tubo bajo, los asaltaban o sufrían algún accidente de tránsito.
Recuerdo cuando una tarde de los sesenta cuando fugado del colegio con unos compañeros fuimos al cine Victoria –frente al parque del mismo nombre– donde por unos centavos de más permitían el ingreso de menores.
El doble era Pánico en el parque de la aguja, retrato de adictos a la heroína que se drogaban en un parque de Nueva York, actuaba Al Pacino y ahora sé que es una de sus películas preferidas y la otra era Camino a Katmandú, de unos hippies fumones que pregonaban el amor libre y la paz. ¿Pornografía?, no. Unos cuantos desnudos y nada más. Pero otra trama ocurría en la oscuridad, como verdaderos murciélagos, un puñado de homosexuales estaba a la caza de jóvenes fogosos.
Por esas cosas dignas de Guayaquil en esa sala vi excelentes películas como Decamerón, Cuentos de Canterbury, El sexualista y otras más.
A partir de la segunda mitad de los años cincuenta, el centro de Guayaquil y barrios aledaños, vivieron el boom de las salas de cine pero décadas después, con el auge de la TV, el alquiler de películas en betamax y VHS, la televisión por cable, internet y ahora con la venta de filmes piratas de estreno en formato DVD a un dólar para ver en casita, el negocio se vino abajo.
La mayoría de las salas centrales cerraron. Ahora las grandes cadenas de cines con tecnología de punta están afincadas en los malls de Guayaquil y Samborondón y las antiguas sedes de cines se han transformado en supermercados, bingos, templos evangélicos, emisoras de radio o salas de cine porno.
El domingo pasado fui tras esos antiguos cines centrales. El tradicional 9 de Octubre (Nueve de Octubre y Rumichaca) es ahora Supercines 9 de Octubre. Otra es la suerte del antiguo Lux (Colón y Pío Montúfar) actual Quito2 que como Presidente (Luque y Pedro Moncayo) proyectan películas porno.
El Presidente fue inaugurado hace 56 años con el eslogan: La autoridad de los cines. Era una sala de lujo con aire acondicionado y capacidad para 1.810 espectadores, pantalla gigante, sonido estéreo, fuentes y efectos de agua decoraban su fachada. En la gala de inauguración se presentó el pianista Eric Tait y la orquesta de Carlos Arci. La primera película que proyectó fue Sinuhé, el egipcio.
Las entradas costaban 15 sucres la luneta y 3,60 la galería. Pero los tiempos cambian. El domingo anterior ofrecía 3 películas porno de los ochenta a cambio de $ 2,50 y $ 1,50. Fue cuando me recordé que la última vez acudí a ver Crash, basada en la novela de J.G. Ballard. En la sala habíamos cuatro gatos y una docena de ratas hambrientas mordisqueando nuestros zapatos. Pero todo sacrificio era válido con tal de disfrutar de mi Holly Hunter.
Testimonios de película
Porque no hay que ir al cine solo, invité a esta función al legendario cinéfilo Gerard Raad, quien por años dirigió el Cine Fórum de la Casa de la Cultura y actualmente el de la Politécnica. Él recuerda que antes la gente se vestía de gala para ir a los estrenos cinematográficos.
El Presidente era de lujo, sus empresarios traían las mejores películas de Estados Unidos y Europa. Pero curiosamente competía con el popular cine Apolo (Seis de Marzo y Diez de Agosto) que proyectaba películas mexicanas. Era cuando una película de Gregory Peck competía con la de Arturo de Córdoba del Apolo que tenía una galería alta que lanzaba desde escupitajos, naranjazos a papel quemado pero aún así “en el Apolo vi grandes películas de la época como Nido de ratas o De