Toni el suizo: Un favor cada segundo
Toni el suizo cuenta para La Revista sus más recientes aventuras: el ‘puentero’ del mundo que cumple los sueños de acercar más a los seres humanos de varias latitudes.
Exactamente hoy, hace 25 años, tomé la decisión de hacerme puentero. Después de haber estudiado por siete semanas decidí renunciar a la universidad en Zúrich. El corazón y la razón juntos habían vencido mis miedos a lo incierto.
Los estudios universitarios, amigos, deportes, las luces de la Bahnhofstrasse de Zúrich con sus vitrinas llenas de lujos navideños, finalmente no consiguieron silenciar el insistente llamado desde la profundidad. Más bien aumentaron el contraste con los recuerdos de mis seis meses apenas vividos en la zona del terremoto del volcán Reventador en Ecuador.
Subí a las montañas, a mi pueblo Pontresina envuelto en la nieve para despedirme de mis padres. La decisión estaba tomada: regresaría a la selva ecuatoriana y con todas mis fuerzas buscaría mi personal camino.
25 años más allá
Hasta el día de hoy hemos construido 605 puentes colgantes al servicio de 1,7 millones de campesinos, utilizando tubos y cables regalados y reciclados. No tengo un nombre para definir lo que hacemos porque: no somos una ONG, no somos una empresa, no hacemos proselitismo político ni religioso; no tenemos oficina, casa, bandera ni cuenta en Facebook. Sin embargo, como un hilo mítico se conectan las amistades y los puentes a lo largo de esta odisea.
Hace dos semanas, Walter Yánez, mi colega puentero por espacio de 21 años en Ecuador, completó nuestro puente número 600. Y ni siquiera lo sabía. Ni lo festejamos.
A las 2 de la tarde terminó un lindo puente de 93 m en Matamba sobre el río Quinindé, limítrofe entre las provincias de Manabí y Esmeraldas. El mismo día, pero doce horas antes con la diferencia horaria, aquí en el Asia habíamos completado el número 599 en Ngerayung, cerca de Trenggalek, provincia de Jawa Timur, Indonesia. Y apenas 10 horas después del de Walter, acabamos el número 601 y en los siguientes cuatro días otros cuatro. Era una serie de ocho puentes montados en ocho días.
Y funciona
Hace un mes en Vietnam, autoridades locales de los 58 puentes colgantes en el delta del río Mekong hicieron algo extraordinario: durante dos días, desde el amanecer hasta el anochecer, contaron las veces que alguien pasaba por el viaducto a pie, en bicicleta, motocicleta, silla de ruedas. Sumaron 38.126 personas por día. Más del 50% son estudiantes; los demás van al trabajo, al mercado, al hospital, a oficinas de gobierno, etcétera. Entonces, cada año pasan 13,9 millones de seres humanos por estos puentes en Vietnam.
No tengo todavía censos reales de los otros puentes en Camboya, Laos, Myanmar e Indonesia, ni tampoco en Ecuador ni en los demás países latinoamericanos. Sin embargo, con la referencia de Vietnam estimamos que todos los 605 puentes construidos por los campesinos aseguraron su paso sin sufrimiento 48 millones de veces durante el 2012. En comparación, 48 millones al año es lo que se movilizó de pasajeros en todo el 2011 en el nuevo aeropuerto de Bangkok. Y nosotros en los puentes no estamos contando las noches todavía.
Todo lo cual dice que cada segundo al menos una persona pasa por algún puente de estos hechos por amor. Ese mismo sentimiento que me ha sostenido estos 25 años y al que entregué mi vida. Porque para mí lo más valioso es invertir mi corto tiempo en evitar el sufrimiento en los demás. Y funciona.
Hoy, cada segundo hacemos un favor a alguien, cada segundo se evita un sufrimiento a un ser humano o al menos una molestia. Cada segundo. Dos palabras leídas, dos segundos pasados, dos humanos servidos.