Marcelo y Marcelo Gálvez Ortiz
En su cédula de ciudadanía, donde dice profesión, ¿qué se lee?
Se lee ‘actor’, pero desgraciadamente casi nadie lo lee.
¿Por qué –por lo general– los comediantes son serios y reflexivos?
Por autocensura, no vaya a ser que si se ríen de uno en la calle se crea que se está haciendo teatro callejero sin permiso de vía pública y de las terribles comisarías.
Como actor, ¿le gustaría morir entre aplausos, como los mosquitos?
En efecto, como actor me encantaría morir entre aplausos; pero como mosquito me gustaría morir picando el contenido del brassier de una bella actriz.
Usted escribe, actúa, dirige y creo que, además, hasta se encarga de la taquilla. ¿Se considera, por lo tanto, un hombre orquesta?
Casi, aunque a veces los instrumentos más difíciles de tocar son los platillos… Los platillos del almuerzo y la merienda.
¿No le preocupa el hecho de que aquellos que viven de las tablas mueren en las tablas?
No, porque a menudo he sabido que algunos que viven de las tablas mueren gritando “bingo”.
¿El papel dramático o la comedia?
Cualquier papel es bueno, siempre y cuando uno no lo firme, sobre todo las letras de cambio.
¿Qué es lo más triste que le ha ocurrido durante una obra teatral?
Que al decir “respetable público” me contesten “¡dime José a secas!”.
¿Quién paga mejor: la televisión, el teatro, el circo o las presentaciones en fiestas o cumpleaños?
El crimen paga mejor, pero yo prefiero los humildes sueldos de artista en cualquiera de esos otros campos, incluido el de cuenta-chistes busetero. Aunque últimamente algunos programas de TV son un crimen en los que es preferible no involucrarse.
¿Es verdad o no que los mecenas de los actores los desayunan y los almuerzan?
Hasta ahora no he tenido el gusto de ser cenado por ninguno de esos caballeros. Algunos impuestos al teatro en cambio sí nos “devoran otra vez”.
Defina a su padre (Lucho Gálvez) en diez palabras.
Loco, leal, impredecible, indestructible, genial, magnánimo, apóstol, maestro, humano, celestial.
Nombre a cinco grandes actores ecuatorianos.
Ernesto Albán, Óscar Guerra, Fernando Gálvez, Oswaldo Segura, David Reinoso.
¿Por qué será que las mujeres guapas y los perros de raza siempre tienen dueño?
Quizá porque las mujeres no tan guapas y los perritos cholos conocen más el valor de la independencia y la dignidad.
¿Es el lenguaje barato y sin compromiso el más refinado arte de ocultar el pensamiento?
El único arte capaz de ocultar el pensamiento es el silencio. Las palabras pueden ser baratas o no; el silencio, en cambio, es siempre precioso y da la sensación de autoridad irrefutable.
Como van las cosas, ¿cree usted que muy pronto la minifalda, si sigue subiendo, se convertirá en cinturón?
Ojalá. Lo único que no quisiera es que al cinturón lo conviertan en correa.
En su opinión, ¿los críticos de espectáculos saben de qué hablan o sencillamente ladran?
Perdón... ¿cuáles críticos de arte? ¿Existen?
Como profesor de arte escénico, desilusionado ante la negligencia de ciertos alumnos, ¿ha pensado alguna vez que usted es apenas un maestro de la tiza?
La falta de recepción de contenidos a veces me lleva a creer que soy un profesor de mierda, pero algunos pequeños talentos transformados en grandes actores, gracias al propio esfuerzo y a mis humildes enseñanzas, me hacen pensar que no valgo estiércol.
¿Para ser famoso hay que estar todo el tiempo haciendo payasadas?
Exactamente, pues ahora es condición sine qua non. Lo bueno es que algunos llegamos a serlo antes de que esto fuera imprescindible. La fama no es un objetivo, es una consecuencia, en unos casos de las payasadas y en otras circunstancias honrosas del trabajo bien hecho.
¿Qué quiere que se escriba en su epitafio?
Cualquier cosa, menos un eslogan político.
¿Cuál será su alegato en el día del Juicio Final?
Todo es cierto, Señor. Perdóname.
¿Qué piensa hacer después de muerto?
Hacer teatro sin cortina de nubes.
Hágase una pregunta y contéstela.
Si pudieras cambiar algo, ¿qué sería? Que la vida de los buenos sea más larga y que los periodos presidenciales más cortos.