Deliciosos dátiles: Pocos le paran ‘bola’
“Acompañan de un modo estupendo la cuajada o los quesos frescos, pero pena me da pensar que muchas personas subalimentadas podrían recuperar energía con la fruta milagrosa”.
Aquel hombre apareció por mi casa un día de junio. Era un caballero de bastante edad, uno de aquellos que llevan el alma en la mirada, nobleza que habla de total honestidad, uno de estos que vemos en libros antiguos cuando Guayaquil era ciudad sin delincuencia, todos se saludaban, llevaban sombreros, vestían con elegancia. Hablamos de una era que no sabía todavía de jeans, apenas de vaqueros, cuando todavía no se habían usado palabras como sida, celular, internet o microondas.
Aquel hombre llegaba de un mundo que deseaba compartir conmigo, traía dátiles. Aquella fruta tan dulce me recordaba postres fabulosos hechos en África, la taza de té con menta. Aquel hombre cultiva con amor frutas que nadie compra, entonces las va regalando porque su placer consiste en obsequiarlas a sus amigos y allegados.
No sé por qué los chefs de Guayaquil no muestran interés por esta fruta dulce como ninguna: dátiles rellenos con almendras y chocolate, bocadillos de hojaldre rellenos con dátiles chocolate blanco y vainilla, bizcochos, galletas, tartas, cortaditos, entre otras maravillas.
La gente pasea de repente al pie de aquellas palmeras sin prestar atención a las frutas que llevan. Nadie roba porque no se da importancia a aquella fruta, la que, sin embargo, pertenece a la historia. Llegó probablemente a España con los fenicios.
Recuerdo haber visitado aquel impresionante lugar donde crecieron como doscientas mil palmeras en unas 500 hectáreas. Se considera el sitio como patrimonio de la humanidad. En Elche (España) existe aquella ruta de los dátiles. Cuelgan de las ramas por centenares de cierta palmera, al madurar adquieren aquel color particular de ámbar oscuro.
Los chefs españoles los usan mucho en ensaladas, rellenos, guarniciones. Les aseguro que acompañan de un modo estupendo la cuajada o los quesos frescos, pero pena me da pensar que muchas personas subalimentadas podrían recuperar energía con la fruta milagrosa.
Las hojas de aquellas palmeras se usan exclusivamente para el Domingo de Ramos. Así como nosotros ponemos el cacao a secar bajo el sol se puede ver una gran cantidad de dátiles madurando al pie del árbol, cargándose de azúcar, pues el sabor es extremadamente dulce, casi empalagoso. Causa gracia pensar que los parisinos compran a buen precio donde Fauchon las apetecidas frutas confitadas o rellenas ofrecidas en coquetas cajitas envueltas con cintas de color, mientras que en Ecuador crecen sin que nadie las conozca.
Algo parecido sucede con aquellas orquídeas avistadas en el monte mientas manejamos nuestro carro en carreteras llenas de sorpresa.
Don Víctor Rosero sonríe con bondad y quizás con indulgencia: jamás pretendió hacer negocio. Así muchas personas de su edad pueden verse en los parques echando migajas o arroz a las aves del vecindario. Quizás por haber desafiado el tiempo y la historia, los dátiles nos enseñan a disfrutar cada instante. Como siempre, Plinio el Viejo, es el primero en hablarnos del asunto. Para caldeos y asirios, la fruta de la vida, también llamada fruta del paraíso, creció en Mesopotamia unos tres mil años antes de Cristo.
Para los aficionados a licores exóticos se elabora un delicioso vino de dátiles, pero esa es otra historia.