Visita a Zaruma: Merece mucho más
“¡Dios mío no saben lo que tienen y supongo que a ustedes se les hace agua la boca como a mí! Zaruma es un pequeño paraíso casi sin delincuencia, una gente maravillosa, pero, fuera de sus minas de oro que podrán visitar, hay bellezas inexplotadas”.
Un día decidí conocer aquella pequeña ciudad, sortija ovillada, alhaja acurrucada entre montañas, bombonera colonial de calles estrechas, balcones, balaústres, grecas ornamentales, tímpanos tallados con corredores cubiertos en vez de veredas, una iglesia luminosa a la que se llega por soberbios escalones.
Parece que las vías fueron trazadas al azar de la topografía, sorteando desniveles mediante callejuelas empinadas, numerosos escalones. El tráfico desafía a los automóviles pero reina una gran cortesía y pude comprobar la extrema gentileza de la población.
Sin embargo, no se está explotando el turismo cuando debería convertirse en primera fuente de divisas. Si bien es cierto que los hoteles disponibles son extremadamente baratos ($ 20 la habitación) no suelen tener climatización y a veces, como en nuestro caso, el baño es algo rústico, con una ducha huérfana del pomo que tuvo en el pasado, lo que nos valió un chorro brutal maltratando nuestra espalda.
Si añaden al calor la tremenda bulla de la calle, comprenderán que resulta difícil conciliar el sueño. Sin embargo un empresario valiente ha puesto en la campiña cercana un sitio muy hermoso llamado Tierra linda, con una piscina enorme, un paisaje paradisiaco. A pesar de sus tarifas casi simbólicas no logra convencer a los eventuales turistas.
Las carreteras que nos llevaron de Guayaquil a Zaruma son excelentes casi en todo el recorrido pero no hay paneles, indicaciones, sino cuando uno está casi llegando. Es urgente interesar a quienes recorren estos caminos, promover pueblos de pintorescos nombres como Camarones o Piñas, es decir disfrutar de hermosos paisajes.
La gastronomía zarumeña es muy creativa pero desdichadamente no existe lugar alguno para poder disfrutarla de no ser el sencillo tigrillo hecho con verde, huevo revuelto, cebolla y queso, en cual caso prefiero nuestro bolón con chicharrones. Fui a Zaruma entusiasmado por el libro de cocina hecho por doña Martha Romero con la colaboración de Roy Sigüenza, con las apetitosas fotos de Marcelo Cabrera.
Me citaron platos con ingredientes de nombre exótico: toronches, cambray, huigsa, cidra, shungo, huaviduca, chanfaina, chimbos, chuno (fécula). Mi memoria atesoraba palabras mientras mi paladar reclamaba sabores. Quería probar jashpes (bocadillos de maní con panela), dulce de zapallo negro, dulce de alverjas, tamales de cidrayota, sopa de tongos o de zango, pipián de maní con yuca.
No debía faltar una buena chicha. ¡Y pensar que desayunamos con tristes sándwiches de queso y jamón! Nos salvó el genio un buen café zarumeño filtrado en chuspa (bolsa de tela). Me hablaron del café asustado (se estremece, supongo, cuando se vierte en agua hirviente).
¡Dios mío no saben lo que tienen y supongo que a ustedes se les hace agua la boca como a mí! Zaruma es un pequeño paraíso casi sin delincuencia, una gente maravillosa, pero, fuera de sus minas de oro que podrán visitar, hay bellezas inexplotadas.
De cierto modo eso resulta positivo pues todo queda por hacerse. Simbólicamente la tierra zarumeña es zona de transición entre Sierra y Costa, motivo de orgullo para todo el país. Siendo testarudo volveré cualquier día, no me quedaré con el antojo de tantos tesoros gastronómicos.