El que paga... manda
No sé en qué momento resolvimos que la familia era una democracia en la que los padres tenemos que ganarnos la aprobación de los hijos, al igual que cualquiera que aspira a gobernar tiene que ganarse los votos de sus electores. Si bien los niños no nos eligieron por votación, nosotros sí elegimos traerlos al mundo y esa decisión nos obliga a formarlos y a responder por ellos hasta que sean mayores. Esto significa que nosotros debemos ser la autoridad suprema en la familia y asegurarnos de formarlos como personas correctas y no de mantenerlos contentos para que nos amen mucho... a pesar de que nos vean poco.
A pesar de que fuimos criados por adultos autoritarios que tenían el mando total sobre nosotros y decidían hasta qué teníamos que sentir (a quién no le dijeron “¡no llores que eso no te dolió!” cuando nos vacunaban), pasamos a ser padres enteramente dedicados a complacer a los niños. Así, en lugar de disciplinar a los hijos nos concentramos en fortalecer su autoestima, en lugar de exigirles que cumplan nuestras órdenes los sobornamos para que nos obedezcan (“te compro... si dejas de...”) y en lugar de sancionarlos por sus faltas los “comprendemos” y justificamos sus malacrianzas (“la niña no es agresiva, es que está estresada...”). Es evidente que los adultos dejamos de estar a la cabeza de la vida de los hijos para dedicarnos a estar a su servicio.
Los padres del pasado fueron bastante autoritarios y no fueron tan crueles como creemos, pero sí muy estrictos. Tenemos que rescatar lo que ellos sí hicieron, empezando por exigirles a los hijos más que complacerlos porque nuestro deber no es que la pasen bien, sino formarlos para que actúen bien.
Aunque muchos niños son buenos, cada vez hay más que son a menudo muy demandantes e insolentes, y no porque sean así, sino porque les permitimos actuar así. Como nosotros somos los que pagaremos (con dinero o con lágrimas) por todos los problemas que tengan los hijos, debemos recuperar el mando en la familia y tener presente que “el que paga... manda” y que el que no manda... pagará con creces las consecuencias de no haberlo hecho.