Modelos incompletos: Para crear madres
“He tenido que dotarla de una voluntad tan grande, que se sentirá con seis brazos, tres pares de ojos y sistema de autocuración. En caso contrario no conseguiría cumplir su tarea”.
Dios crea a la madre
Dios llamó a su ángel más querido y le mostró el modelo de madre que había preparado. Al ángel no le gustó lo que vio:
-Señor: has trabajado demasiadas horas extras, y ya no sabes lo que haces –le dijo el ángel–. ¡Mira! Beso especial que cura cualquier enfermedad, seis pares de manos para cocinar, lavar, planchar, acariciar, sostener, limpiar... ¡Esto no puede funcionar!
-El problema no son las manos –respondió Dios–, sino los tres pares de ojos que he tenido que ponerle: uno que permita ver a los hijos a través de puertas cerradas y protegerlos de ventanas abiertas; otro para aparentar severidad cuando sea necesario tomar medidas para dar una educación sólida; y uno más para estar constantemente transmitiendo amor y ternura, ¡a pesar de todo el trabajo que tendrá!
El ángel examinó el modelo de madre con más cuidado: -Y esto de aquí, ¿qué es?
-Un dispositivo de autocuración. Ella no va a tener tiempo para estar enferma, porque va a tener que cuidar del marido, de los hijos, de la casa...
-Me parece, Señor, que lo mejor es que descanses un poco –dijo el ángel–, y que después recuperes el modelo normal: con dos brazos, un par de ojos.
Dios le dio la razón al ángel. Después de descansar, transformó a la madre en una mujer normal. Pero le advirtió al ángel: -He tenido que dotarla de una voluntad tan grande, que se sentirá con seis brazos, tres pares de ojos y sistema de autocuración. En caso contrario no conseguiría cumplir su tarea.
El ángel la examinó de cerca. En esta ocasión, a su entender, Dios había acertado. De repente, notó un fallo:
-Aquí tiene una infiltración: se le está saliendo un líquido. Me parece que aún tiene demasiadas cosas dentro.
–No es una infiltración. Eso se llama lágrima.
–¿Y para qué sirve?
–Para la alegría, la tristeza, la decepción, el dolor, el orgullo, el entusiasmo.
-Mi Señor es un genio –dijo el ángel–. Eso era justamente lo que le faltaba al modelo para estar completo.
Dios, con aire sombrío, comentó:
-No he sido yo quien la ha puesto ahí. Cuando junté todas las piezas, la lágrima apareció.
De todas maneras, el ángel le dio la enhorabuena al Todopoderoso, y las madres fueron creadas.
Invocando a Buda
Cierta mujer invocaba cientos de veces al día el nombre de Buda, sin llegar a entender nunca la esencia de sus enseñanzas. Después de diez años, todo lo que consiguió fue aumentar su amargura y desesperación, creyendo que no era escuchada.
Un monje budista se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo, y cierta tarde se acercó hasta su casa:
–Sra. Cheng, ¡abra la puerta!
La mujer se irritó y accionó una campana para comunicar que estaba rezando y no quería que la molestasen. Pero el monje insistió varias veces:
–¡Sra. Cheng! ¡Tenemos que hablar! ¡Salga apenas un minuto!
Furiosa, ella abrió la puerta con violencia:
-Pero, ¿qué tipo de monje eres tú, que no ves que estoy rezando?
-Yo he llamado solo cuatro veces, y mire lo enfadada que se ha puesto. ¡Imagine lo que Buda debe de estar sintiendo, después de haber sido llamado durante diez años!
Y concluyó:
-Si llamamos con la boca, pero no sentimos con el corazón, nada ocurrirá. Cambie su manera de invocar a Buda; entienda lo que él dijo, y ya no le hará falta nada más.