Fe y trabajo
En una época de grandes progresos tecnológicos existe el riesgo de confiar únicamente en lo tangible y en las fuerzas humanas. Cabe preguntarnos en este contexto: ¿qué tiene que ver la fe con el trabajo?
La fe no es un ritual ni una práctica esporádica, sino una nueva forma de aproximarse a la realidad con una mirada sobrenatural. Para los cristianos, la fe debe iluminar todos los aspectos de la vida, incluyendo el trabajo. No puede haber una disociación entre fe y vida, teniendo compartimentos estancos como si hubiesen algunos aspectos donde no necesitamos de Dios o no tiene nada que decirnos.
La fe ilumina la comprensión de cuál es el sentido del trabajo dándole a nuestro quehacer un horizonte trascendente donde cooperamos en la obra de Dios, quien nos hace partícipes de la misión de cooperar en la obra de la transformación del mundo, incluyendo el ámbito laboral.
La fe enriquece la comprensión de las personas con quienes trabajamos, reconociendo la dignidad inquebrantable de ser hijos de Dios, invitándonos a vivir la reverencia en el trato, sea cual sea el cargo o rango social. La dignidad de la persona de ser imagen y semejanza de Dios ordena cualquier distorsión de valorar al trabajador simplemente por lo que produce.
Una visión de eternidad permite darle el recto peso y prioridad a las tareas que realizamos. Es muy sabia la cita del Evangelio: ¿De qué sirve al hombre ganar el mundo entero si al final pierdo mi alma? (c.f. Mt 16, 26). Es decir, de qué sirve el éxito, progreso o bienestar si por conquistar aquello nos traicionamos a nosotros mismos. En medio de las fatigas cotidianas la fe permite abrirnos a la dimensión de la gracia y fuerza divina que nos permite sobrellevar cargas pesadas con esperanza.
La realidad actual exige ahondar en la espiritualidad de la acción que permita que el trabajo brote de la vivencia interior de la fe, del encuentro personal con el Señor Jesús, y que logre así integrar la oración y la acción en una dinámica de coherencia entre la fe y la vida.