Frustración y formación
Con alguna frecuencia vemos hoy en día niños (y también adultos) rabiando y vociferando cuando las cosas no les funcionan como quisieran. Y a mí se me ocurre que una de las principales razones para esto es que muchos de ellos tienen muy poca tolerancia a la frustración. Parece que, atemorizados por toda la información sobre las consecuencias que cualquier experiencia negativa puede tener sobre nuestros hijos, los padres nos hemos dedicado a solucionarles cuanto problema, tristeza o dificultad enfrentan para que “no sufran”. Y por esta razón, estamos criando unos niños que no toleran nada, a la vez que exigen que todo les resulte como lo desean... y lo más rápido posible.
Como la niñez es la escuela de entrenamiento para la edad adulta, nuestra función como padres no es arreglarles la vida a los hijos, sino prepararlos para que se las arreglen ante las experiencias difíciles que inevitablemente tendrán que enfrentar en su trayecto por este mundo. Saber lidiar con la frustración es una de ellas porque en la adultez se les presentarán muchas, y si no las han sufrido cuando son pequeños no sabrán cómo manejarlas cuando sean grandes.
Además, la frustración no es una desdicha, sino un ingrediente vital para la formación del carácter de los hijos. Es gracias a ella que los niños aprenden a ser flexibles y a adaptarse a lo imprevisible, que desarrollan la creatividad para encontrar nuevas opciones cuando otras no les funcionan; que perseveran sin darse por vencidos cuando las cosas no resultan como lo desean. Y desarrollan la paciencia necesaria para lidiar con una realidad en la que los hechos suceden a un ritmo y en una forma distinta a la que esperaban.
Por temor a que los hijos sufran el disgusto de la frustración, cuando los padres hacemos hasta lo imposible por evitársela los estamos alistando para vivir frustrados... porque no tendrán la ecuanimidad ni la capacidad de superar los desafíos que obligatoriamente se les van a presentar en el camino de su vida adulta.