La relación tóxica
Toda relación afectiva necesita ajustes conforme la pareja va profundizando su mutuo conocimiento y entendimiento. Es natural que con el tiempo se evidencien diferencias (culturales, de puntos de vista, de trato personal) cuya manifestación cause preocupación. Por lo general, buena parte de estas divergencias individuales se asimilan o resuelven en aras del bien común. ¿Pero qué sucede si con el tiempo las desigualdades, desacuerdos o malos tratos no se atenúan sino que más bien tienden a convertirse en una rutina diaria? Es la señal de que la relación está llegando a un nivel tóxico y es necesario buscar ayuda profesional.
Sin embargo, muchas parejas viven en un infierno emocional por no haberse dado cuenta de, o no haber tomado medidas sobre, desviaciones en las actitudes o conductas de uno o ambos protagonistas, hasta que la relación se convirtió en algo nocivo para la búsqueda de la felicidad. En la mayoría de los casos son problemas de personalidad, o traumas de crianza de una parte, enfrentados con inmadurez o desinterés por la otra parte. Una señal de toxicidad es cuando uno (él o ella) comienza a obsesionarse con la importancia de la relación en sí, no de ellos como individuos con necesidad de desarrollar sus habilidades e intereses normales en su propio tiempo y en los escenarios adecuados (una señal de egoísmo inmaduro). Lo anterior puede llevar a que uno se vuelva muy controlador del tiempo, de las opiniones, de los intereses del otro, quien puede llegar a sentirse intimidado y temeroso de ser espontáneo. Otra señal es cuando la parte ofensiva se niega a discutir los obvios problemas, culpa al otro por las emociones que se alteran, y lo hostiga, o suspende la comunicación, hasta que este “se rinde”, sin haberse resuelto nada.
Cuando se recuerda con tristeza cuán auspiciosamente empezó la relación, y ya no se piensa sobre su futuro, ya queda muy poco por qué luchar.
Y no necesariamente es un problema de sentimientos, pero el amor sufre y termina cediendo frente al razonamiento. (O)