No es error, es traición
Aun cuando hay muchas razones para que una gran cantidad de matrimonios estén terminando en divorcio, una de las principales es la infidelidad conyugal. Debido a que las relaciones sexuales se han convertido en una simple entretención que no tiene nada que ver con el amor ni exige compromiso alguno, el adulterio es cada vez más frecuente a pesar de las consecuencias tan devastadoras que tiene para los esposos, los hijos, la familia y la sociedad como tal.
La infidelidad no es un “accidente” ni tampoco un desliz sin importancia, sino una traición que suele ser fatal para la estabilidad de la relación conyugal. Es un acto de deslealtad no solo con nuestro cónyuge, sino con nuestros hijos y también con nuestras creencias y principios. Significa ser infieles al compromiso de formar un hogar estable en el que se cultive la vida de los niños y traicionar la promesa de formar una unión basada en la honestidad.
Ser fieles es mucho más que abstenernos de tener relaciones sexuales con otro o seguir casados hasta la muerte. Es construir una unión sólida e inquebrantable entre nosotros que supere los vaivenes de nuestros sentimientos; es dar lo mejor de que somos capaces y crear todo lo que nos una, así como evitar todo lo que pueda desunirnos.
A decir verdad, la infidelidad no es un simple error involuntario, sino un engaño que arruina la estabilidad del hogar y pone en riesgo el porvenir afectivo de nuestros hijos, porque nuestro matrimonio es el libro en el que ellos aprenden lo que significa amar a nuestra pareja “hasta que la muerte nos separe”. Va a ser muy difícil que los niños puedan creer en el amor conyugal y formar el día de mañana una unión estable y perdurable cuando crecen en un hogar dividido por el divorcio o separación de sus padres.
Tengamos en cuenta que el amor no es solo un sentimiento, sino una decisión y que “hacer el amor” es una forma muy poderosa de honrar la más maravillosa forma de encuentro entre dos seres humanos que se han comprometido a amarse para siempre. (O)