Por el bien de los hijos hay que ser “malos”
Creo que el miedo a que los hijos sean los únicos que no hacen lo mismo que todos, a que se pongan furiosos o se depriman, a que los compañeros los excluyan y se queden solos... es lo que nos motiva a los padres a decir sí a lo que sabemos que deberíamos decir ¡NO!
A decir verdad, a lo que debemos tenerle miedo no es al conflicto que nos arman los muchachos, sino a los riesgos tan serios que corren gracias a las experiencias que les patrocinamos como, por ejemplo, los viajes de los bachilleres para celebrar el final de su vida escolar. El motivo de estos paseos es válido, pero las circunstancias en que se llevan a cabo, no. Por lo general, van a un balneario a orillas del mar, donde se dedican a parrandear y gozar a como dé lugar, haciendo todo lo que quieran en un hotel con “bar abierto”, discoteca, playa, luna, bikinis y... sin suficientes adultos con autoridad para contenerlos.
A pesar de que nuestros hijos sean buenos y confiemos en ellos, son adolescentes, es decir, muy vulnerables porque son jóvenes en pleno despertar sexual, que se sienten inmortales y que no tienen la fuerza de voluntad para contenerse ni la madurez para prever las consecuencias de sus actos. Y que, además, están pasando por una etapa en que viven constantemente presionados por sus compañeros... y por sus hormonas.
No es fácil oponernos a estos paseos que son una tradición con la que todos sueñan desde que entran al colegio y que apoyamos so disculpa de que “juventud no hay sino una” (olvidando que vida también solo hay una). En la juventud lo más urgente no es complacerlos, sino protegerlos de sí mismos... de su incapacidad para ver los riesgos que corren, de su descontrol e impulsividad, de sus ímpetus y sus fantasías de inmortalidad, aunque por eso ellos nos odien y a nosotros se nos parta el corazón de ver que son los “únicos” que no van a ir a donde van todos. Es preferible que se arruine temporalmente nuestra relación a que se les arruine la vida a ellos por estar participando en experiencias en las que muchos estudiantes han sufrido accidentes graves o tenido problemas delicados. Por eso, tenemos que ser unos padres tan “malos” como para no apoyar a nuestros hijos a que hagan cualquier cosa que pueda poner en serio peligro su integridad y su vida.