Recto actuar
El mundo actual valora los resultados rápidos y a las personas de acción. Sin embargo, existe el riesgo de que la acción se distorsione, generando incluso un efecto casi adictivo en el cual la persona siempre tiene que estar haciendo algo para sentirse útil ante los demás. La poca valoración de sí mismo y la desconfianza en Dios serían algunas de las causas detrás del activismo. El entonces cardenal Joseph Ratzinger expresaba esta realidad de manera gráfica: “Con sus propias manos, el activista se construye una prisión, contra la cual protesta después a voz en grito”. En medio del ritmo frenético se tiene la sensación subjetiva de que lo que se hace nunca es suficiente.
Una distorsión presente en el ámbito del trabajo es la creencia de que solo uno es capaz de realizar correctamente las tareas necesarias, desconfiando de la capacidad de los demás y, por ende, teniendo dificultades para delegar y trabajar en equipo.
La persona activista tiene un sentido de urgencia desproporcionado en el que todo parece tener que realizarse “para ayer”. En estos casos los jefes y trabajadores tienen dificultad para priorizar y discernir lo realmente importante. Por ello, será de gran utilidad tener un norte claro en la empresa y un proyecto de vida personal que permita ordenar y clarificar las acciones cotidianas de tal forma que se encaucen en la dirección correcta y surjan de las motivaciones apropiadas. La evaluación constante de nuestro actuar ayudará a mantenernos en el camino correcto.
Algunas preguntas que pueden servir de orientación en nuestro actuar son: ¿Estamos dejando una huella positiva en nuestro entorno? ¿Lo que hacemos responde a una reflexión acerca de nuestros valores y principios o son fruto de exigencias coyunturales? ¿Somos coherentes en los diversos ámbitos de nuestra vida?
El recto actuar implica tener un horizonte trascendente, en el cual la persona deja una huella a su alrededor mediante su acción, que a su vez nos va transformando en mejores personas, siendo conscientes de que lo que hacemos no es simplemente fruto de nuestro esfuerzo, sino de Dios, quien sostiene y le da sentido a nuestro actuar.