Si son bondadosos, son felices

Por Ángela Marulanda
02 de Marzo de 2014

Parece ilógico que el concepto de “justicia” que aún prevalece siga siendo que ser justos es darle a cada cual exactamente lo que se merece. Así, nos creemos estar en lo justo cuando le pagamos a un empleado el salario que dice la ley (así sea una miseria), cuando damos las monedas que nos estorban a la colecta de la iglesia o regalamos lo que nos estorba a una obra de caridad.

Lo que se nos olvida es que el verdadero significado de justicia es que quienes vivimos en circunstancias más favorables no solo gozamos de mayores privilegios, sino que también tenemos más obligaciones. Esto significa que si contamos con más de lo necesario para vivir, tenemos el sagrado deber de contribuir a que los más desfavorecidos tengan lo que necesitan para sobrevivir con dignidad.

Ser generosos con nuestros semejantes tiene, además, grandes beneficios para los hijos. Un grupo de expertos en la conducta dedicados a estudiar cómo fortalecer la autoestima de los niños con limitaciones encontró que “hacer una diferencia positiva en la vida de los demás es la experiencia que más enriquece el autorrespeto y el deseo de vivir de una persona”. Sus observaciones confirmaron que cuando los niños ayudan a otros, se sienten más capaces, más orgullosos de sí mismos y son más entusiastas.

Además, se ha comprobado que cuando damos con generosidad y por el gusto de contribuir se activa en nosotros un sentimiento de alegría, propósito y unión muy gratificante que nos hace sentir profundamente realizados y satisfechos. Esto significa que venimos dotados de las cualidades que precisamos para llevar una vida feliz porque la generosidad es una virtud innata en los seres humanos.

En el proceso de formar a los hijos, los padres debemos inculcarles que sean justos y bondadosos. Y esto significa enseñarles a compartir lo que hemos tenido el privilegio de recibir con quienes tienen menos para que hagan la diferencia en la existencia de quienes no son tan afortunados como ellos.

Recordemos que la vida no nos premia por nuestras buenas obras, sino que son nuestras buenas obras las que nos premian. Por eso, si deseamos que la vida de nuestros hijos esté llena de bendiciones, debemos cultivar su buen corazón para que ellos sean una bendición en la vida de sus semejantes.

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