¿Solución o desventura?
Hay casos en que lo mejor que puede hacer una pareja que tiene demasiados conflictos, problemas e insatisfacciones que no han podido solucionar, es divorciarse. Pero no sin antes de haber hecho todos los esfuerzos posibles e imposibles por superar los desencuentros y arreglar las diferencias que están arruinando el matrimonio.
El divorcio no es una solución fácil y sí es una desventura, difícil y dolorosa tanto para los esposos como para sus hijos, quienes son las víctimas inocentes de esta calamidad. Está comprobado que los hijos de padres divorciados tienen más del doble de posibilidades de fracasar en los estudios que los niños de parejas intactas, más riesgos de consumir drogas y bebidas alcohólicas desde jóvenes y mayores probabilidades de que su propio matrimonio termine en fracaso.
El matrimonio es una institución establecida por la ley y por el consentimiento mutuo de los cónyuges, mientras que el divorcio es un desastre demoledor, que acaba la estabilidad del hogar, la armonía familiar y la felicidad de todos, especialmente de los hijos. Como se trata de una experiencia devastadora para los niños, son muchos los problemas de conducta, académicos, de malas influencias, que suelen suceder cuando los hijos tienen que vivir mudándose del hogar de la mamá al del papá y viceversa, sintiendo que no tienen un lugar propio que puedan considerar su casa.
A pesar de que la felicidad de cada uno de los padres es muy importante, desde el momento en que tienen un hijo, el bienestar y la felicidad de su prole son lo más importante. Por eso, convertirse en cabeza única de la familia durante el tiempo que los niños están con nosotros es todo un desafío que implica que somos los únicos responsables por el cuidado cotidiano de ellos, así como su educación y su bienestar, además de su formación y vigilancia.
Si bien el matrimonio es una institución que tiene vida, el divorcio, que nos quiebra emocional, financiera y mentalmente, es la muerte de una historia de amor. Y, por lo general, lo único que deja es dolor, resentimiento y decepción. (O)