Administrar los conflictos

Por Paulo Coelho
30 de Julio de 2017

La campesina y el emperador

El emperador de Akbar interrumpió su cacería en el bosque, se arrodilló, e hizo las oraciones de la tarde. En aquel momento, una campesina que corría desesperada por el bosque en busca de su marido tropezó con el emperador, arrodillado.

Sin pedir disculpas, siguió adelante. El emperador de Akbar se quedó contrariado, pero, como buen musulmán, no interrumpió lo que estaba haciendo.

Media hora después, la campesina volvía contenta junto con su marido, cuando fue apresada y llevada a Akbar.

–¡Explícame tu irrespetuoso comportamiento o serás condenada! –bramó el emperador.

–Pensaba tan intensamente en mi marido que no vi nada. Su Alteza pensaba en alguien mucho más importante que mi marido. ¿Cómo pudo verme?

El soberano no respondió nada. Y más tarde confió a sus amigos que una simple campesina le había enseñado el sentido de la oración.

El mirlo y las otras aves

Un viejo mirlo encontró una miga de pan, y salió volando con ella. Al verlo, los pájaros más jóvenes corrieron a atacarlo.

Frente al inminente combate, el mirlo tiró la miga de pan a la boca de una serpiente, pensando: “Cuando se es viejo, se ve la vida de otra forma: perdí mi alimento, es verdad, pero puedo encontrar otra miga de pan mañana.

“Sin embargo, si hubiera insistido en cargar con ella, habría desatado una guerra en el cielo; el vencedor despertaría envidia, los otros se armarían para combatirlo, el odio llenaría el corazón de los pájaros, y tal situación podría durar mucho tiempo.

“La sabiduría de la belleza consiste en saber cambiar las victorias inmediatas por las conquistas duraderas”.

La tristeza del padre

Anthony de Mello cuenta la historia del rabino Abrahán, que vivió una vida ejemplar. Cuando murió, fue directamente al Paraíso, y los ángeles le dieron la bienvenida con cánticos de alabanza.

A pesar de ello, Abrahán permanecía distante y afligido, con la cabeza entre las manos y negándose a que lo consolaran. Finalmente, fue llevado ante el Todopoderoso, y oyó una voz que, con infinita ternura, le preguntaba:

–Mi adorado siervo, ¿qué amargura cargas en tu pecho?

–Soy indigno de los homenajes que estoy recibiendo –respondió el rabino–. Aunque me consideren un ejemplo para mi pueblo, debo de haber cometido un gran error. Mi único hijo, a quien dediqué lo mejor de mis enseñanzas, ¡se volvió cristiano! (O)

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