El poder de la palabra: Destruir al prójimo
“Un simple comentario puede ser arrastrado por el viento, destruir el honor de un hombre y luego ya es imposible reparar el mal que se ha hecho”.
Malba Tahan ilustra los peligros de la palabra: una mujer insistió tanto en que su vecino era un ladrón, que el muchacho acabó preso. Días después, descubrieron que era inocente; el muchacho fue puesto en libertad y decidió llevar a juicio a la mujer.
–Los comentarios no eran tan graves –dijo ella al juez.
–De acuerdo –respondió el magistrado–. Hoy, cuando vuelva a casa, escriba todas las cosas malas que dijo del muchacho; después, rompa el papel, y tire los trozos por el camino. Mañana vuelva para oír la sentencia.
La mujer obedeció, y volvió al día siguiente.
–La acusada será absuelta si me entrega los trozos de papel que ayer esparció por el camino. En caso contrario, será condenada a un año de prisión –declaró el magistrado.
–¡Pero eso es imposible! ¡El viento ya se lo habrá llevado todo!
–De la misma manera, un simple comentario puede ser arrastrado por el viento, destruir el honor de un hombre y luego ya es imposible reparar el mal que se ha hecho.
Y envió a la mujer a la cárcel.
Una leyenda del Polo Norte
Cuenta una leyenda esquimal que, en los albores del mundo, no había diferencia entre hombres y animales: todas las criaturas de la Tierra vivían en armonía, y cada una de ellas podía transformarse en otra, con el fin de llegar a entenderla mejor. Los hombres se convertían en peces, los peces se convertían en hombres, y todos hablaban la misma lengua.
“En aquella época”, continúa la leyenda, “las palabras eran mágicas, y el mundo espiritual repartía generosamente sus bendiciones. Una frase dicha al tuntún podía tener extrañas consecuencias; bastaba pronunciar un deseo para que este se cumpliera”.
Fue entonces cuando todas las criaturas comenzaron a abusar de ese poder. Se instaló la confusión, y la sabiduría se perdió.
“Pero la palabra sigue siendo mágica, y la sabiduría todavía concede el don de hacer milagros a todos los que la respetan”, concluye la leyenda.
Los tiempos difíciles
Un hombre vendía naranjas en mitad de la calle. Era analfabeto, de modo que nunca leía los periódicos. Se limitaba a colocar algunos carteles por el camino, y se pasaba el resto del día pregonando el delicioso sabor de su mercancía.
Todos compraban, y con el tiempo el hombre prosperó. Con el dinero que ganaba, colocaba más carteles y así vendía más fruta. El negocio prosperaba rápidamente cuando su hijo, que era culto y había estudiado en una gran ciudad, lo buscó para hablar con él:
–Pero papá, ¿no sabes que Brasil está pasando momentos difíciles? ¡La economía del país anda fatal!
Preocupado, el hombre redujo el número de carteles, y se puso a vender mercancía de calidad inferior, porque era más barata. Las ventas cayeron en picada.
“Tenía razón mi hijo”, pensó. “Los tiempos están muy difíciles”.
El manual de instrucciones
Después de comprar una nueva máquina para descascarillar legumbres, la mujer consultó el manual de instrucciones. No lo entendía y al final se rindió, dejando las piezas desparramadas sobre la mesa.
Fue al mercado, y al regresar vio que su empleada había montado el aparato.
–“¿Cómo lo has hecho?”, preguntó, sorprendida.
–“Bueno, como no sé leer, me vi obligada a usar la cabeza”, fue la respuesta.