Encuentro inesperado: Importante inocencia
“Mucho me sorprende que tanta gente esté ocupada en querer ser lo que no es; ¿qué sentido tiene transformarse en una farsa?”.
Tres señores, muy bien vestidos, aparecieron en mi hotel en Tokio.
–Ayer usted dio una conferencia en la Galería Dentsu –dijo uno de ellos– y yo entré por casualidad. En aquel momento, usted estaba diciendo que nada sucede por casualidad. Quizás ha llegado el momento de presentarnos.
No pregunté cómo habían descubierto el hotel en el que estaba hospedado, no pregunté nada; si las personas son capaces de superar estas dificultades, merecen todo el respeto. Uno de los tres hombres me entregó algunos libros de caligrafía japonesa. Mi intérprete se emocionó mucho: el tal señor era Kazuhito Aida, hijo de un gran poeta japonés, del cual yo no había nunca oído hablar.
Y fue justamente el misterio de la sincronicidad de los encuentros el que me permitió conocer, leer y compartir con los lectores de esta columna un poco del magnífico trabajo de Mitsuo Aida (1924-1998), calígrafo y poeta, cuyos textos nos retrotraen la importancia de la inocencia:
Sabiduría de Mitsuo Aida
Porque vivió intensamente su vida la hierba seca aún llama la atención de quien pasa.
Las flores simplemente florecen y lo hacen lo mejor que pueden.
El lirio blanco en el valle, que nadie ve, no necesita dar explicaciones a nadie: vive solamente para la belleza. Los hombres, no obstante, no pueden convivir con el “solamente”.
Si los tomates quisieran ser melones se transformarían en una farsa.
Mucho me sorprende que tanta gente esté ocupada en querer ser lo que no es; ¿qué sentido tiene transformarse en una farsa?
Tú no necesitas fingir que eres fuerte. No debes querer probar siempre que todo va bien. No puedes preocuparte con lo que los otros estarán pensando.
Llora si sientes necesidad, es bueno llorar hasta agotar las lágrimas, ¡pues solo entonces podrás volver a sonreír!
A veces asisto por la TV a la inauguración de túneles y puentes. He aquí lo que normalmente sucede: muchas celebridades y políticos locales se colocan en fila, y en el centro está el ministro o gobernador del lugar. Entonces cortan una cinta y cuando los directores de la obra regresan a sus despachos se encuentran allí con varias cartas de agradecimiento y admiración.
Las personas que sudaron y trabajaron por aquello, que se agotaron con la pala en verano o permanecieron al sereno en invierno para terminar la obra, jamás serán vistas; parece que la mejor parte se reserva para aquellos que no derramaron el sudor de sus rostros.
Yo quiero ser siempre una persona capaz de ver esos rostros que no serán vistos, los de aquellos que no procuran fama ni gloria, sino que simplemente cumplen el papel que les es destinado por la vida.
Quiero ser capaz de esto, porque las cosas más importantes de la existencia, las que nos construyen, jamás mostraron sus rostros. (O)