Lecciones de la inocencia: Recordar la infancia
“Apenas una pequeña porción de nuestro conocimiento está en los tratados, en los libros, en las tesis escolásticas. La parte más importante, de hecho, se encuentra en cualquier alma pura...”.
Cómo nivelar el mundo
Confucio viajaba con sus discípulos cuando supo que, en una aldea, vivía un niño muy inteligente. Confucio viajó y conversó con él y, bromeando, le preguntó:
–¿Qué tal si me ayudas a acabar con las desigualdades?
–¿Por qué acabar con las desigualdades? –repuso el niño–. Si aplanamos las montañas, los pájaros ya no tendrán abrigo. Si acabamos con la profundidad de los ríos y los mares, todos los peces morirán. Si el jefe de la aldea tiene la misma autoridad que el loco, nadie conseguirá entenderse. El mundo es muy vasto, déjalo con sus diferencias.
Los discípulos salieron de allí impresionados con la sabiduría del niño. Cuando ya se dirigían a otra ciudad, uno de ellos comentó que todos los niños deberían ser así.
–He conocido a muchos niños que, en lugar de estar jugando y haciendo las cosas propias de su edad, intentaban entender el mundo –dijo Confucio–. Y ninguno de estos niños precoces consiguió hacer nada importante más tarde, porque jamás conocieron la inocencia ni la sana irresponsabilidad de la infancia.
Saber los nombres
Zilu le preguntó a Confucio:
–Si el rey Wen te llamase para gobernar el país, ¿qué medida adoptarías en primer lugar?
–Aprenderme los nombres de mis asesores.
–¡Qué tontería! ¿Esta es la gran preocupación propia de un primer ministro?
–Un hombre nunca puede recibir ayuda de lo que no conoce –respondió Confucio–. Si no entiende la Naturaleza, no comprenderá a Dios. De la misma manera, si no sabe quién está a su lado, no tendrá amigos. Sin amigos, no puede trazar un plan.
»Sin un plan, no va a conseguir dirigir a nadie. Sin dirección, el país se hundirá en la oscuridad, y ni siquiera los bailarines conseguirán decidir con qué pie van a dar el próximo paso.
»De manera que, una medida aparentemente banal, como saber el nombre de quien va a estar a tu lado, puede suponer una ventaja gigantesca. El mal de nuestro tiempo es que todo el mundo quiere arreglar todo de golpe, y nadie se acuerda de que hace falta mucha gente para hacerlo.
La ciudad y el ejército
Cuenta la leyenda que, yendo en dirección a Poitiers con su ejército, Juana de Arco se encontró con un niño que jugaba con tierra y ramas en medio del camino.
–¿Qué haces?– le preguntó Juana de Arco.
–¿No lo ves? –respondió el niño–. Esto es una ciudad.
–Perfecto –dijo ella–. Ahora, por favor, sal del camino, necesito pasar con mis hombres.
El niño se levantó irritado: –Una ciudad no se mueve. Un ejército puede destruirla, pero ella no cambia de lugar.
Sonriendo ante la determinación del joven, Juana de Arco ordenó que su ejército saliese del camino y rodease la “construcción”.
La reflexión
Texto de un monje del siglo XIV:
«Apenas una pequeña porción de nuestro conocimiento está en los tratados, en los libros, en las tesis escolásticas. La parte más importante, de hecho, se encuentra en cualquier alma pura, que se sumerge con placer en los misterios, y bebe de la fuente de lo desconocido, sin intentar explicarla.
»Para conocer esta fuente, es necesario recordar las cosas de la infancia, y mirar todo lo que ocurre a nuestro alrededor con una visión espiritual, densa, alegre.
»Las personas hablan de los sueños como de algo que se deshace en el aire, como una nube. No saben de que la nube no se deshace, sino que se transforma en lluvia, entonces entenderían mejor lo que quiero decir».