Escuchar y responder

10 de Septiembre de 2017
Marcela Santos Jara*

Busque interacciones frecuentes, consistentes, afectuosas con sus hijos; cabe recalcar: con sentido.

Un niño que vive la experiencia de la lactancia de manera continua.

Mamá, ¿nos vamos a Venezuela?

—…

—Mamá, ¿cuándo nos subimos al avión?

—…

—Mamá, ¿vamos a Machala?

—Ven, que ya nos están llamando.

‘Conversaciones’ como esta escucho a menudo. El niño pregunta, la madre no responde. El niño, de quizá siete años, se veía muy emocionado por su primer viaje en avión, de Quito a Guayaquil. Se subió al avión sin que su madre le dijera adónde iban. Más adelante lo escuché decir emocionado que se iba a la playa.

He escuchado también preguntas de niños pequeñitos a su madre, como “¿por qué llora esa niña?”, “¿por qué ese perrito no se mueve?”, “¿cómo se llama esto?”. Sin respuesta.

Son niños de tres o cuatro años que quieren saber. Sus preguntas, estas y muchas otras, demuestran interés por conocer el mundo en que viven, quieren poder nombrar, quieren conocer sobre los sentimientos de otros. Por eso preguntan y muchas veces no escuchan las respuestas.

En algún momento espero hacer una investigación para conocer por qué las madres no contestan a sus hijos. Por ahora (que lo observo y lo registro) haré referencia a una teoría bastante sólida, sustentada por varios científicos del campo del desarrollo infantil (Frazer Mustard, John Shonkoff, Emily Young, Alfredo Tinajero, entre otros), que nos dice que las experiencias en las edades tempranas tienen un alto impacto en los sujetos a lo largo de su ciclo vital. Lo que viven los niños en sus primeros meses y años de vida, quizá hasta los tres años, tendrá una repercusión en sus años de escolaridad, en su adolescencia, en la etapa de la madurez y hasta la vejez.

El concepto de ‘experiencias tempranas’ nos hace pensar en las interacciones con los niños más allá de la ‘estimulación temprana’, según la cual hay que proveer al niño estímulos para desarrollar su inteligencia, psicomotricidad, área socioafectiva.

¿Cuáles pueden ser esas experiencias tempranas que favorecen el desarrollo de los niños? Son aquellas que la mayoría de las madres desarrollan con afecto, de manera natural y al mismo tiempo con la influencia de la cultura: la lactancia mirando al hijo a los ojos en un contacto profundo; la ‘conversación’ con el bebé, interpretando lo que el bebé siente o quiere; el juego con las partes de su cuerpo y, luego, con juguetes, cajas o almohadas; la simulación (juego simbólico) por el cual hacemos ‘como si’; cantar canciones infantiles; contar historias con libros o sin ellos; bañar y vestir a los niños; alimentarlos; hacerlos dormir.

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Fuera de la lactancia, las demás experiencias también pueden ser compartidas por el papá, abuelos, tíos y hermanitos mayores. Todas esas son experiencias de la vida diaria que van marcando en el niño pequeño un modelo de relación con los otros.

Entramos aquí a un tema clave: la sensibilidad de los adultos. Los niños esperan contar con adultos sensibles a sus necesidades, deseos e intereses, que sean capaces de responder a ellos de manera oportuna. Si volvemos a las preguntas que planteé inicialmente, nos daremos cuenta de que el niño pregunta por qué el perrito no se mueve en el momento que está observando esa situación, y es cuando necesita la respuesta. Hay preguntas delicadas como “¿por qué mi abuelita se murió?”, que también deben ser respondidas de manera oportuna, de acuerdo a las creencias de la familia, y siempre con respeto a la inteligencia y sentimientos del niño, sin engaños.

La neurociencia ha podido establecer cómo ocurren las conexiones neuronales que marcan el aprendizaje de los niños, no solo referido a los conocimientos sino también a los comportamientos. Dice Daniel Siegel, psiquiatra y director ejecutivo del Instituto Mindsight, en California, que las conexiones humanas crean las conexiones neuronales. Lo podemos ilustrar con lo que sucede con el niño y su cerebro en el momento de la lactancia: el bebé está lactando y mira fijamente a su madre a los ojos, además está percibiendo su olor y está saciando su hambre, se siente acogido; todo esto es una experiencia de alimentación y afecto. En su cerebro, las neuronas actúan en concordancia: se conectan las neuronas que transmiten los estímulos sensoriales de la vista, el olfato y el tacto, además las que emiten el mensaje de que la necesidad fisiológica del hambre está siendo saciada; sus neuronas están haciendo conexiones que ya antes han hecho y que cada día repiten en la experiencia placentera de la lactancia. Además, podemos incluir las palabras que dice la madre, los juegos que hace, las canciones que canta…

El niño, todos los niños querrían contar con su madre y su padre, con los otros adultos, para que también respondan sus preguntas y les ayuden a comprender y conocer el mundo en que viven, las situaciones de la vida cotidiana, los sentimientos propios y los de los demás. Los niños quieren padres que los atiendan, que jueguen con ellos, que los acompañen a dormir y, muy importante: que les enseñen lo que deben y no deben hacer. Todo con afecto.

*Mgtr. en Desarrollo Temprano y Educación Infantil

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