Vivir a la carrera
A pesar de que vivimos en la era del jet, celular, microondas, cajeros automáticos, internet, rodeados de miles de innovaciones para ahorrar tiempo, pocas son las personas que no andan a la carrera y agobiadas porque no les alcanza el tiempo para nada. Parece que estar constantemente de prisa se convirtió en un “modus vivendi”, a tal punto que muchas se sienten culpables cuando se toman unos minutos para descansar.
¿Pero qué nos ha llevado a montarnos en esta especie de avión ultrasónico en el que todos viajamos incómodos, pero nadie se puede bajar? Nos ha llevado el inmediatismo al que nos han acostumbrado las soluciones instantáneas que nos ofrece la publicidad; la creencia de que “el tiempo es oro” que nos ha convencido de que cada minuto del día debe ser productivo; el cultivo del ego que nos anima a trabajar más para poseer más y aparentar más; la idea de que tener mucho equivale a ser más felices que pregona la cultura consumista y nos empuja a gastar sin descansar.
Lo cruel es que en esta loca carrera finalmente logramos estirar el tiempo para hacerlo todo… menos vivir, si por vivir entendemos compartir, amar, reír, pasear, conversar, jugar, gozar o soñar.
El impacto que esta forma de vida tiene en la familia es funesto. Vivimos como “volando por instrumentos”, es decir, concentrados en todo lo urgente por hacer, pero desconectados de lo que somos y sentimos. Y al no estar conectados con nosotros mismos es imposible establecer sólidos vínculos afectivos con nuestros seres queridos.
Vivir la vida a la carrera atropella las relaciones. La impaciencia impide que tratemos a nuestros hijos con el afecto y dedicación que merecen. Hacer muchas cosas alimenta el ego pero deja morir de hambre el corazón y llena la agenda pero destroza a la familia. Si el tiempo es oro, no lo desperdiciemos haciendo muchas cosas para comprar el amor de nuestros seres queridos: lo obtendremos gratis si dedicamos más tiempo a disfrutar de ellos y ocupar el primer lugar en su corazón. (O)
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