Aprender a regular las emociones
La terapia dialéctica conductual se propone como un tratamiento compasivo y eficaz para mantener con vida y devolver el control a personas con desórdenes mentales severos.
A los 17 años, Marsha Linehan ingresó a la sala de aislamiento de un centro de salud mental, por múltiples autolesiones. Según contó al New York Times, para la serie de reportajes Vidas restauradas (2011), la habitación estaba diseñada para que ella no pudiera lastimarse, pero no para infundirle deseos de vivir.
Linehan recuerda que no tenía forma de entender ni comunicar lo que le pasaba. Fue diagnosticada con esquizofrenia y recibió medicación y terapia electroconvulsiva. Nada. “Estaba en un infierno”, recuerda, “e hice una promesa: cuando salga, voy a regresar y a sacar a otros de aquí”.
Regresó, 54 años después, para hablar a médicos, pacientes y familiares sobre la terapia dialéctica conductual (TDC), el tratamiento que ha desarrollado por 25 años y que se aplica en las Clínicas de Investigación y Terapia de la Conducta de la U. de Washington y se imparte en el Instituto Linehan de Tecnología Conductual, y que ahora es posible encontrar en Ecuador.
TDC en Ecuador
Hace 15 años, mientras atendía en el área de adicciones, el psicoterapeuta Sergio Paz observó que muchos pacientes presentaban trastornos de personalidad, y decidió especializarse. En ese tiempo, su colega Carmen Ojeda estaba en consulta externa infanto juvenil, reforzando tareas de prevención, al notar cómo las patologías se creaban en la familia.
Ambos hablan de los diagnósticos de bipolaridad y otros trastornos de conducta que, después de años de terapia, llevaban a psicólogos y psiquiatras a pensar que no podían hacer más. Estos diagnósticos usualmente cambiaban a TLP: trastorno límite de la personalidad.
Las personas con este desorden suelen acumular años de tratamiento de salud mental y llegar a un estado de invalidación social, familiar, laboral y, finalmente, médico. Llamada también la Caja de Pandora de la psiquiatría, esta problemática llevó a Ojeda y Paz hasta el Instituto Linehan, a certificarse en terapia dialéctica conductual.
Un cambio de perspectiva
Paz explica que para trabajar con TDC hay que cumplir con un perfil, que empieza con la capacidad y disposición para trabajar en equipo. La visión del centro es ser una comunidad de terapeutas que trata con una comunidad de pacientes.
“En un tratamiento compasivo, la cuota de poder de ‘yo soy tu doctor y sé lo que te pasa’, se pierde, y pasa a ser una relación horizontal”, dice Paz, quien ha desarrollado una serie de estudios sobre TLP desde el 2000. “Tradicionalmente, la psiquiatría ha ubicado el problema en el paciente o en su entorno familiar; la TDC revisa también las actitudes y conductas del tratante”.
Ojeda argumenta que se trata de conformar un equipo que se proponga salir del problema: el consultante (quien presenta TLP), el terapeuta y el entrenador de habilidades. La meta es que las personas lleguen a tener una vida que valga la pena ser vivida.
Paz y Ojeda notan que querer llegar a esto desde un enfoque biologista no ha dado resultados, pues se tiende a tratar a los pacientes como si tuvieran un desbalance químico, sin lograr cambios. En el ambiente hospitalario la aproximación es psicoterapéutica, pero de su experiencia Ojeda relata que “por más esfuerzos que se hacían desde la terapia cognitiva conductual o desde la terapia relacional, los pacientes terminaban con conductas de riesgo, autolesivas, parasuicidas o suicidas”.
TLP y adicciones
La terapia dialéctica conductual hace énfasis en la ley del efecto. Si después de una conducta, las consecuencias son percibidas como positivas (hay alivio), las probabilidades de que esa acción se repita son altas. El problema de esto es que puede llevar al consumo de drogas, una estrategia rápida y aparentemente efectiva con poco
esfuerzo.
Lo que distingue a las terapias de tercera generación, como la TDC, defiende Paz, es que no buscan únicamente reducir síntomas o detener el uso de sustancias (hay casos sin adicciones, como los de violencia intrafamiliar). Su meta es ayudar a los pacientes a construir una vida satisfactoria, con propósito.
Paz hace referencia a los pacientes que dicen: “Ya no estoy deprimido. No estoy consumiendo drogas, estudio, trabajo, pero no me entusiasmo ni me siento feliz”. No consiguen regular sus emociones, viven en extremos temperamentales, sus relaciones personales son caóticas y se aferran a la idea de cambiar las cosas.
Aceptación radical
Uno de los principios que Marsha Linehan descubrió en su camino hacia la estabilidad fue lo que llama la aceptación radical, tanto de uno mismo como del mundo, tal como lo plantea la oración de la serenidad de Reinhold Niebuhr.
Sergio Paz enfatiza la importancia de este aspecto. “Hay ciertas situaciones de la vida pasada o actual de la persona que no van cambiar a corto o a mediano plazo, y que deben ser aceptadas, el sujeto debe aprender a convivir con ellas”.
Los otros tres principios, igualmente determinantes en el éxito de la terapia dialéctica conductual, amplía Ojeda, son la adquisición de habilidades para regular las emociones, habilidades de tolerancia al estrés y habilidades para la alcanzar la efectividad interpersonal.
El proceso de la TDC
En la primera fase se valora la motivación y el compromiso de la persona que se va a involucrar en el tratamiento: va a mantenerse viva, va a asistir a todas las sesiones y va a dejar conductas autolesivas; se tratan las situaciones del entorno que atentan contra la vida. Una vez que el consultante tiene una buena base de regulación de sus emociones, se maneja el historial de trauma: secuelas por estrés postraumático, por abuso o por enfermedades crónicas, que mantienen y alimentan el descontrol.
El modelo de regulación emocional ha demostrado ser beneficioso a pacientes de bipolaridad, adicciones, trastornos alimenticios, ansiedad y estrés postraumático. La TDC cuenta con 20 ensayos clínicos aleatorios controlados, realizados en 14 sitios independientes.
TDC y los niños
Un niño puede nacer con vulnerabilidad emocional, señala Sergio Paz, y ser proclive a la rabia, la depresión y la ansiedad. Necesita con urgencia que sus padres le enseñen a regular esas emociones. Pero estos, que pueden tener presiones laborales, económicas o problemas de pareja, no pueden proporcionar esas habilidades.
“Un niño que tiene desregularizada la ira, suele tener padres irascibles. No nos vemos a nosotros mismos, pero notamos el comportamiento de nuestros hijos y acudimos a la psicología a buscar ayuda para ellos”, interviene Ojeda, mientras que Paz hace notar que al llevar a un niño a un profesional de salud mental “le estamos diciendo que él no está bien y que no podemos manejar su conducta”. La TDC se apoya en la psicoeducación familiar para enseñar a los padres técnicas que les hagan posible regularse a sí mismos para entonces poder ayudar a sus hijos.
Paz advierte sobre la invalidación de las emociones de los niños. “Hay chicos que nacen con la predisposición biológica a tener un temperamento más fuerte y se encuentran con un entorno ambiental invalidante, que los castiga, que los ignora, que los rechaza, los minimiza o se burla, que no le da valor a su experiencia emocional”.
A cualquier edad, las emociones dolorosas de las personas con TLP puede ser desestimadas, sancionadas o trivializadas: “¿Por qué estás triste? ¿Por qué lloras? Todo el mundo tiene problemas. ¿Hasta cuándo vas a estar así?”. (F)
Personalidad al límite
En la década de 1980 la Asociación Americana de Psiquiatría acuñó el Eje II, en el que se recogen los desórdenes de personalidad. Entonces la comunidad científica empezó a aceptar la denominación del trastorno límite o TLP.
Ojeda detalla que el trastorno se evidencia con conductas suicidas y autolesivas, abuso de sustancias, desórdenes alimenticios y relaciones interpersonales caóticas.
No hay estudios sobre la incidencia en la población ecuatoriana, pero en los programas de tratamiento de uso de drogas se estima que el 50% de casos estudiados reúne criterios para trastornos de personalidad, y la mitad de ellos son diagnosticados con TLP.
En palabras de Ojeda, “son personas que han recibido el equivalente de una quemadura en su piel emocional y reaccionan intensamente al ser tocados”. Es la figura que dan para ayudar a las familias a entender que “no es que la persona no quiera escuchar lo que le dicen, sino que es en extremo sensible”.
Paz añade que en la práctica, esta explicación ayuda a comprender por qué acontecimientos que para otros son nimiedades afectan tanto a quien padece TLP.