Desde el hogar: Asumir responsabilidades
Un adulto es alguien capaz de verse a sí mismo como un individuo autosuficiente, responsable en el buen uso de los recursos a su alcance.
Al salir del colegio, los jóvenes inician la transición hacia la adultez. De los 18 a los 24 años son considerados adultos jóvenes. Comienzan a plantearse metas para su desarrollo personal y social que les servirán para su independencia. ¿Deberían tener, en esta etapa, libertad para decidir sobre pareja, profesión, administración del dinero, empleo de su tiempo y diversión, aunque vivan en el seno familiar de sus padres?
La Psc. Sonia Rodríguez Jaramillo señala que los adultos jóvenes construyen sus intereses y preferencias, por tanto tienen capacidad de decidir, y de acuerdo con ello deben asumir las responsabilidades de sus decisiones; pero si viven en casa de sus padres deben tener acuerdos básicos, dialogar, escucharse, apoyarse entre adultos, para eso son familia.
Raíces y alas
Para el Psc. Jorge Tello Pérez, hay un principio fundamental que debe considerarse: todo padre debería preocuparse por dar a los hijos dos cosas: “raíces”, para que tengan un sentido de pertenencia a su núcleo familiar, al cual siempre podrán volver en cualquier circunstancia de la vida. Y “alas”, para que llegado el momento puedan dejar con seguridad el nido que los acogió.
“Alas” implica independencia, madurez y capacidad de tomar decisiones responsables. Por tanto, dentro de los límites que se imponen al vivir en el núcleo familiar está la “libertad responsable en la toma de decisiones”. Habrá decisiones con las cuales los padres no estarán de acuerdo, pero que deberán ser respetadas, siempre en los límites del bien común, del bienestar del núcleo familiar que lo acoge.
Las cuentas
Algunos jóvenes logran tener un empleo en esta etapa. La administración de esos primeros ingresos suele generar roces familiares, pues no siempre los padres están de acuerdo con la prioridad con que los jóvenes gastan: diversión, vestimenta, tecnología... Otros consideran que deberían contribuir con un porcentaje al pago de servicios comunes del hogar.
Tello refiere que normalmente cuando el hogar se desenvuelve en un ambiente armonioso, todos sus miembros contribuyen sin mucho esfuerzo a la economía familiar. Y es deber de los padres crear este ambiente y enseñar a los hijos a así hacerlo, pues tener que exigir u obligar a un hijo a aportar a la economía familiar, cuando este ya genera sus propios ingresos, casi siempre conlleva malestar en el seno familiar. Muchos hijos sienten “que los están botando de la casa”.
Rodríguez considera que esto se evita fomentando el diálogo y los acuerdos; para ello hay que promover prácticas solidarias en el interior de la familia. Y dependerá de los ingresos y necesidades familiares. Empezar por asumir gastos personales ya es un primer ejercicio, sostiene.
Disciplina
Es deber de los padres enseñar a los hijos, desde muy pequeños, a contribuir a la economía del hogar, enseñándoles la importancia de la cooperación mutua, asignándoles pequeños trabajos en la casa, según sus capacidades, como el aseo de la casa, de la vajilla, el cuidado de los hermanos menores. Y también la importancia de administrar adecuadamente las mesadas diarias, semanales o mensuales que los padres damos a nuestros hijos.
Lo que nunca deben hacer los padres es transmitir a los hijos sus preocupaciones económicas, en especial cuando estos son menores, pues de hacerlo, están poniendo en ellos una carga que no pueden llevar o un sentimiento de culpa que en ocasiones desmotiva a los hijos en sus planes de vida: “Dejé de estudiar por los problemas económicos de mis padres” o “Tuve que buscarme la vida desde temprano, para ayudar a mis padres”...
Tello comenta que estas expresiones son comunes en su consultorio, por eso sugiere inculcar a los hijos la disciplina en el buen uso de los recursos que tienen, ya sea el tiempo, el dinero o las oportunidades que les da la vida.