Emociones detrás de la violencia
No hay excusas para que los niveles de crímenes intrafamiliares sigan en aumento, dicen especialistas de salud mental que en septiembre lideraron una caminata por una sociedad libre de violencia en varias ciudades del país.
Lo primero que hay que aceptar es que no vivimos en una sociedad donde hay ciertos individuos machistas, sino que somos una sociedad machista. “Hombres y mujeres lo son”, afirma el psicólogo clínico Samuel Merlano.
El 80% de los pacientes que, en su experiencia, llegan a terapia de pareja, dicen haber visto el modelo de agresividad en casa. Papá golpeaba a mamá. No se permitía a los varones colaborar en casa. Había mujeres para esa labor.
Y, sin embargo, no se puede excusar al hombre violento por la simple razón de que es hombre, expresa el psicólogo clínico Gino Escobar. “Lo masculino también tiene sentimientos y emociones y puede autorregularse”, sostiene, y añade que está seguro de que la violencia empezaría a retroceder si ese mensaje llegase a todos los hombres que en algún momento se han visto arrastrados por lo que llama el desgobierno emocional.
Lo que sucede es que la sociedad le ha asignado al hombre una carga de violencia, y él se ha permitido, a su vez, descargarse con otros.
Las emociones del agresor
No solo se trata del enojo. Es una gama de emociones que Merlano describe como a veces antagónicas y otras complementarias. Al ser pasajeras, dejan luego gran remordimiento.
La mayor de esas emociones, dice, es el miedo a no ser amados. “Muchas de estas personas han vivido en ambientes agresivos, y acumularon ansiedad e incertidumbre del porvenir”. Generalmente, los padres les generaron conceptos erróneos. Les enseñaron que no valían nada, y no construyeron su autoestima.
El niño y adolescente no lograron descifrar ni traducir su miedo ni su necesidad, y lo expresaron con conductas impulsivas. “A nivel neurológico, se habla del complejo reptiliano del cerebro, donde se originan las conductas más primitivas del ser humano. Hay una incapacidad comunicativa, les cuesta hablar de sus sentimientos y crean barreras emocionales para no expresar sus deseos más vulnerables, de ser amados y protegidos”. De ahí la inseguridad, la celopatía y el deseo de dominar al otro.
Luego, por supuesto, está la ira. “Todos nos hemos enfrentado a ella”, opina, por su parte, Escobar. “Para luego descubrir que lo único que hacía era hundirnos más, porque al bajar los niveles de testosterona y adrenalina, vimos que nos habíamos hecho daño a nosotros y a los otros. Nos dimos cuenta de que tuvimos una décima de segundos previos para tomar una decisión: no reaccionar, sino proaccionar”.
Espacios de encuentro
Eso, a lo que en psicología se denomina la regulación emocional, es lo que se pretende. Que cada uno entienda que tiene la facultad de regular sus emociones, hablando de ellas, y no crear excusas para la reacción violenta. “Cada quien tiene que asumir su rol”, indica Escobar. “La sanción del crimen no lo desaparece, no es el remedio. Porque el manejo de la ira y de todas las otras emociones no pasa por la ley, sino por la facultad que todos poseemos y que debemos desarrollar. Sí lo podemos hacer”.
En la práctica, sin embargo, reconoce que este es un tema que a la sociedad no le interesa abordar, “o se terminarían todos los espectáculos de pelea. La no violencia no es un buen negocio”.
Así que lo ideal, considera Escobar, es generar un espacio donde la figura de lo masculino no se siga asociando con el agresor, sino con el compañero de vida de la mujer. “La violencia es indistinta al género. En la violencia juegan el poder y el control. Se da primero hacia los niños y niñas. Ellos pueden ser maltratados y aprender a recibir maltrato incluso de sus madres, quienes creen que con esto los hacen fuertes”.
Luego, continúa el psicólogo, esa seudofortaleza se traslada al resto de la sociedad “y terminamos viendo un índice de violencia intrafamiliar muy alto que ha concluido en asesinatos a mujeres, que en muchos casos, no todos, son femicidios” (cuando son motivados por el odio).
“Hay una incapacidad comunicativa, les cuesta hablar de sus sentimientos y crean barreras emocionales para no expresar sus deseos más vulnerables, de ser amados y protegidos”.
Samuel Merlano.
Explosión y represión
Merlano piensa que si el adulto pudiera autorregularse, podría dar una enseñanza emocional a los hijos. “Pero lo que se ven en la familia es: 1. el niño que explota y al que nadie le dice nada, y 2. el niño al que reprimen cuando llora o se enoja”. Lo menos frecuente es que los padres enseñen a sus hijos a regular sus emociones, que digan lo que quieren sin llegar conductas extremas.
Si esta educación iniciara desde la familia, la sociedad podría ver los resultados. “No es malo tener enojo, es natural, el tema es que la impulsividad la transforma en agresividad y violencia”.
La agresión, insiste, no tiene género, credo, estatus ni profesión, pero es innegable que la persona más violentada en todos los aspectos ha sido la mujer. “Cuando ha salido a pedir que se le preste atención y que se escuche su voz, no hay hombres presentes, y se las ve como un grupo de víctimas sufriendo”. Por eso su propuesta es compartir espacios y caminar junto con ellas. Y esperar ver un avance en el deseo de la sociedad de empezar a aprender. (D.V.) (F)